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El debate público

A,B,C DEL IETD (I).

Ricardo Becerra

La Crónica

01/03/2020

 

Si creemos en los empolvados documentos foliados por el notario Julián Matute Vidal y asociados, el 11 de octubre del año 2019 la asociación civil denominada Instituto de Estudios para la Transición Democrática (IETD) cumplió exactamente 30 años. Mírese como se mire, un récord de permanencia, perseverancia y de paciencia. También de cierto músculo organizativo, bastante obsesión por la realidad, una producción intelectual que no es desdeñable y muchas ganas por reunirse, discutir y estar cerca de los amigos durante tres décadas hilvanadas por una mixtura de unos pocos años promisorios y muchos otros lustros aciagos, inciertos y sombríos, pero propicios para la discusión, la elaboración, la introspección y el mutuo socorro intelectual (y anímico).

En una nuez, eso es y de eso se trata el IETD: constancia, obsesión, amistad, reunirse buscando el mejor de los pretextos, ganas de discutir y “hacer algo juntos”.

Personalmente puedo decir que he ocupado más de la mitad de mi vida acudiendo, de vez en vez, al Instituto. No es una actividad sectaria demasiado demandante (un sábado de cada mes, a veces dos, a veces ninguno) pero me consta que procura ser interesante, atraer a personalidades relevantes, actores de actualidad, nunca una rutina.

Una cofradía hecha para nosotros mismos por el puro placer de discutir lo que consideramos importante, saltando sobre una agenda histórica y un puñado de temas que nos desvelan: democracia, elecciones, pobreza, desigualdad, desarrollo, derechos humanos, medio ambiente, violencia, homicidios, gobernabilidad, población, migración, instituciones y siempre, política e izquierda.  

Un grupo excéntrico, insistente, que estuvo predestinado a desaparecer debido a un extraño designio estatutario envuelto en no se sabe qué razones. Una cláusula traviesa que mandaba disolver al Instituto en el año 2009, una vez que cumpliese exactamente, 20 años.

¿Qué estaban pensando los socios fundadores cuando imaginaron que el número de años culminantes podía fijarse en la redondez exacta de dos decenas? ¿Imaginaban que el cambio económico, político y cultural mexicano duraría 20 años y que entonces ya estaríamos en ruta de crecimiento, desarrollo, sustentabilidad, democracia digna de ese nombre, en medio de una sociedad optimista por el influjo de sus tareas cumplidas? ¿O era otra de las jugarretas socarronas del desaparecido Pablo Pascual Moncayo, que ya estaba pensando en forjar una nueva conversación entre los cuates, para poner a prueba la historia y la madurez de ese grupo, una jugada que obligaría a tomar nuevas definiciones en el lejano futuro?

No lo sabemos, o al menos no lo sabían a la vuelta de 20 años los socios que no podían explicar por qué había sido cincelada aquella cláusula de cierre. Lo que sí supimos todos, en ese 2009, es que teníamos enfrente un periodo de censura, en el que no serían los recuerdos sino puro trabajo nuevo el factor que acabaría decidiendo si el IETD sabría encontrar los arrestos y la voluntad para relanzar su barco, por otros tantos años, en las aguas más o menos consolidadas del pluralismo mexicano.

El IETD no debía de morir, fue la conclusión de entonces y debíamos relanzarlo hacia otro ciclo, toda vez que la “transición democrática” ya había terminado y, en consecuencia, se planteaban problemas nuevos a la acción y al pensamiento políticos, y más: ya en el 2010 resultaba bastante claro que el proceso de cambio político había sido muy mal comprendido y peor valorado, confundido con otros procesos o tránsitos ostensiblemente fracasados. Y esa incomprensión era (es) un problema político en sí mismo (continuará)