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El debate público

Cuestión generacional

José Woldenberg

Reforma

09/07/2015

En una mesa redonda previa a la jornada electoral, Carlos Bravo Regidor afirmó que nuestro acercamiento a las elecciones era distinto por razones generacionales. Respondí que, en efecto, los años y la experiencia vivida influían en nuestras respectivas visiones.

Cuando tuve la edad para votar por primera vez para Presidente, aparecía en la boleta un solo candidato. Fue el año en que Jorge Ibargüengoitia, con su afinada ironía, escribió en Excélsior: «Cada seis años, por estas fechas, siento la obligación de dejar los asuntos que me interesan para escribir un artículo sobre las elecciones, que es uno de los que más trabajo me cuestan. Puede comenzar así: ‘el domingo son las elecciones, ¡qué emocionante!, ¿quién ganará?'» (Instrucciones para vivir en México). Además, los votos se contaban en los consejos distritales una semana después, y se podría haber hecho un mes o dos meses después, porque todos sabíamos quién era el triunfador. Nadie realizaba encuestas previas, no se hacían exit polls ni conteos rápidos ni se requería de programas de resultados preliminares. El ganador se proclamaba como tal y a otra cosa mariposa.

En aquel año (1976), el Partido Comunista Mexicano, sin registro, postuló a Valentín Campa para presidente de la República. Voté por él. En el periódico Oposición (No. 144, 10-julio-76) del propio Partido se anunció a ocho columnas que Campa había obtenido alrededor de 1 millón 600 mil votos. La cifra, se decía, era el resultado de una encuesta realizada por el propio PCM. No obstante, mi voto, como el resto de los que escribieron el nombre del respetado sindicalista en la boleta, no se contó. Fue anulado.

La crisis postelectoral de 1988, en la cual se calló y se cayó el sistema… de cómputo electoral, puso sobre la mesa de discusión la necesidad de ofrecer resultados confiables y rápidos la misma noche de la elección. Y así se inventaron -para México- los conteos rápidos y el Programa de Resultados Electorales Preliminares. Recuerdo al doctor Carpizo en 1994 desplegando sus mejores artes para convencer a las empresas televisivas, periódicos, ONGs, grupos de observadores, agrupaciones empresariales, para que realizaran sus propios conteos rápidos, bajo el entendido que si todos ellos se hacían con la técnica adecuada (en base a una auténtica muestra representativa), los resultados deberían coincidir, y de esa manera se generaría un círculo de confianza. Fue el año en que el IFE, por primera vez, diseñó un programa de resultados preliminares y se debatió -con fuerza- si las cifras debían ser dadas a conocer desde la primera casilla computada o hasta que el programa hubiese acumulado por lo menos el 15% de las mismas, porque se temía que al inicio las tendencias fueran muy erráticas. Por cierto, ganó entonces esa segunda opción.

Por ello, me siguen deslumbrando los resultados coincidentes que arrojan el conteo rápido (que permite al INE ofrecer cifras de las tendencias a las 11 de la noche), el PREP (casi un censo de las casillas) y los cómputos oficiales que se realizan tres días después. Tomo los números del magnífico artículo de Carlos A. Flores, «Saldos y novedades», que aparece en la revista Voz y Voto de julio de 2015. El conteo rápido nos informó que la votación de los partidos fluctuaría entre los siguientes rangos: PAN 21.47 y 22.20 por ciento; PRI 29.87-30.85; PRD 11.14-11.81; PVEM 7.15-7.55; PT 2.78-3.02; MC 6.31-7.43; PNA 3.88-4.14; Morena 8.80-9.15; PH 2.20-2.31; ES 3.40-3.61. Cuando el PREP cerró al día siguiente con el 98.63 por ciento de las casillas computadas, los porcentajes, por supuesto, estaban dentro de los rangos anunciados por el conteo rápido: PAN 22.01; PRI 30.66; PRD 11.41; PVEM 7.44; PT 3.03; MC 6.32; PNA 3.95; Morena 8.83; PH 2.26 y ES 3.48. Y cuando se llevó a cabo el cómputo en los 300 distritos, lo que incorpora al 100% de las casillas, las diferencias fueron en centésimas: PAN 22.10; PRI 30.69; PRD 11.43; PVEM 7.27; PT 2.99; MC 6.41; PNA 3.92; Morena 8.82; PH 2.26; ES 3.50.

A mí, ya lo dije, me sigue si no asombrando (porque no es magia), sí fascinando. Pero entiendo que los más jóvenes lo vean como una rutina más que se cumple como debe ser y punto.

Recuerdo que hace unos años leí que cuando aparecieron en la capital, a fines del siglo XIX, las primeras bombillas eléctricas en el centro de la ciudad, la gente se reunía en torno a ellas, y en el momento en que prendían, entre asombrada y contenta, empezaba a aplaudir. ¿Será que yo sigo celebrando el alumbrado público?