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El debate público

Cultura del desastre

 

 

 

Ricardo Becerra 

La Crónica

02/09/2018

 

La Ciudad de México es recorrida por una sana inquietud entre los círculos más disímbolos, desde científicos, estudiosos, expertos, organizaciones de la sociedad civil, artistas y por supuesto, los propios damnificados de los sismos de hace un año. Una elaboración nutrida que, creo, es necesario escuchar.

Tengo en mi escritorio varios de esos documentos que forman ya una torre, como las investigaciones que evalúan las acciones gubernamentales y su transparencia, confeccionadas con aliño en la fábrica de Nosotrxs; las acuciosas indagatorias del Instituto Belisario Domínguez, desde el Senado; las Recomendaciones para la Reconstrucción de Diálogos 19S CDMX; el Manual para la Reconstrucción con dignidad, de Ciudadanía 19S; los borradores de los talleres de Reaxion realizados en la Ciudad de México, Morelos y Oaxaca; la convocatoria de Oxfam y Réplica para documentar el 19S; el ilustrativo y perturbador film de Santiago Arau; los artículos y ensayos que siguen publicando las Revistas NexosEtcéteraLetras Libres, Este País, al que ahora se agrega un pequeño volumen de 180 páginas redactado por Carlos Flores y su servidor (Aquí volverá a temblar, testimonio y síntesis de la experiencia viva, en los primeros 100 días de la Reconstrucción) publicado por Grijalbo.

No haré el oso ensayando reseña alguna de ese escrito, por supuesto, pero lo que me parece notable es que exista esa voluntad por pensar lo que ha ocurrido en la Ciudad, su tragedia humana y material, y sobre todo la creciente conciencia de que vivimos en una aglomeración urbana, escenario natural en el que, ciertamente, volverá a temblar.

Hasta aquí todo bien. Según relatan Manuel Aguilera, Antonio Azuela, Alejandra Moreno o Manuel Perló entre otros, algo parecido ocurrió después del terremoto de 1985 (véase 20 años después: los sismos de 1985, PUEC-UNAM), y sin embargo, el imaginario social no asimiló aquella verdad. Al paso de los años, el temblor y su cauda destructiva, sencilla y lentamente se evaporó.

Hubo avances importantes por supuesto —un nuevo y más exigente reglamento de construcción, en el campo de la ingeniería o la noción refulgente de la sociedad civil, en la política— pero creo, aquella experiencia traumática no se pudo traducir en el diseño de instituciones y de gestión pública que estuviesen a la altura de los riesgos sobre los que estamos parados.

¿Cuáles? Inundaciones, escasez crónica de agua, incendios, accidentes aéreos (tenemos el aeropuerto metido en el estómago de la Ciudad, no lo olviden por favor), fenómenos volcánicos y claro, terremotos. Y me temo que nuestra cultura promedio, el famoso ciudadano de a pie, no registra esa condición ni está preparado para afrontarla tal y como deberíamos, precisamente porque sabemos que van a ocurrir.

Una de mis pesadillas recurrentes es ese video del edificio en la calle de Medellín, el 19 de septiembre. Las personas evacúan la mole con prisa y todos logran quedar a salvo. Termina el sismo, amaina el espanto y regresan a su lugar de trabajo. Segundos después se desploma la construcción, cobrando, absurdamente, vidas que hoy deberían estar entre nosotros.

Ése es el problema: la gran mayoría de los chilangos tenemos una idea vaga y errónea de cómo comportarnos ante el desastre, cualquiera que sea su fuente o naturaleza. Una idea muy rudimentaria de “protección civil”.

Allí está el caso de la inmensa movilización de jóvenes (y no tanto) en las horas posteriores al terremoto. Riadas solidarias en Narvarte, La Condesa o Tlalpan que incluso se estorbaban, mientras, San Gregorio, Xochimilco, se rascaba con sus propias uñas hasta la mañana del día 20 y eso gracias a la reacción de un eficiente tuit.

En el próximo terremoto ¿nuestra Ciudad sabe dónde se colocarán los albergues y los centros de acopio?, ¿dónde estará disponible la maquinaria y las herramientas de rescate?, ¿quiénes serán los voluntarios, entrenados por el gobierno de la CDMX, que ordenarán las energías barriales de solidaridad?, ¿qué dependencias u órganos atenderán, qué zonas? ¿Habremos anticipado la catástrofe reforzando los puntos vulnerables de las construcciones estratégicas?

Para mí, el sentido más profundo de la reconstrucción es ése: generalizar una suerte de “cultura del desastre” entre sociedad, gobierno, empresas y organizaciones, y desplegar un montón de medidas preventivas permanentes y duraderas que, por alguna razón, no interiorizamos desde 1985.

Olvidar lo que volvió a pasar el pasado 19 de septiembre sería ya imperdonable.