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El debate público

De coaliciones y tránsfugas

 

 

 

 

María Marván Laborde

Excélsior

22/02/2018

 

Conforme se fueron anunciando las coaliciones electorales hemos visto que se han acelerado los movimientos de los llamados tránsfugas. Militantes “históricos” que cambian de partido y aparecen postulados por otros partidos o coaliciones.

No son pocos los países latinoamericanos en los que se castiga el transfuguismo y se prohíbe dimitir de un partido para inmediatamente aparecer postulado por otro. No propongo que adoptemos esta medida en nuestra próxima reforma electoral. He dicho en repetidas ocasiones que tenemos un exceso de prohibiciones, agregar una más sería un despropósito.

También hay una exageración en la condena inmediata al tránsfuga, por principio no deberíamos negar a nadie la posibilidad de cambiar de opinión. Somos prontos para calificarle de oportunista o incongruente. Como en todo, entre los tránsfugas debe haber oportunistas, incongruentes y seguramente también quienes, de manera genuina, cambian de parecer y deciden abrazar una nueva ideología, un nuevo partido o aceptan un liderazgo diferente como orientador de sus acciones.

El problema al que nos enfrentamos de manera brutal en las próximas elecciones federales es el nivel, intolerable para algunos, del pragmatismo de las tres coaliciones que se conformaron. Quizá la más homogénea en términos ideológicos sea la coalición del PRI, PVEM y Nueva Alianza; no parece chocar la naturaleza de esos tres partidos unidos en una sola lucha. Las otras dos alianzas son más difíciles de comprender. No sabemos cómo impulsarán un proyecto de nación.

Nuestra ley electoral habla de coaliciones electorales, a las que, en realidad, deberíamos llamar alianzas. La gran mayoría de las legislaciones europeas, sistemas parlamentarios, hablan de alianzas electorales y coaliciones de gobierno.

Las coaliciones y las candidaturas fueron decisiones cupulares en las que no se involucró a la militancia, y es precisamente por ello que estamos viendo tanta migración. Líderes desplazados que no resistieron quedarse sin algún puesto de elección popular. Bases resentidas que no fueron tomadas en cuenta.

Hasta ahora, las listas de candidaturas plurinominales al Senado nos pueden quebrar toda esperanza de cambio. Más allá de que hay personajes impresentables, otros que ni siquiera reúnen los requisitos legales, lo cierto es que podemos ver que los líderes de las bancadas serán los mismos de siempre.

La forma en la que en México se selecciona a los plurinominales, aunado a la forma en la que el electorado expresa sus preferencias, hace que los votos de la ciudadanía tengan muy poco peso. Las listas cerradas y bloqueadas sólo nos permiten escoger el partido que más nos simpatiza o que menos nos disgusta, con ese voto decidimos sobre los pluris, que acaban siendo quienes conducen el trabajo legislativo.

Si los partidos han perdido toda identidad ideológica, la realidad es que cuando votamos por la o el candidato distrital no tenemos la más peregrina idea de a quiénes nos ofrecen en el reverso de la boleta en letras minúsculas.

Con la creciente fragmentación del voto es difícil prever cuál va a ser la composición de las Cámaras, creo que no las vamos a ver partidas a tercios, posiblemente veamos cuartos o quintos. La ausencia de reglas de coalición y las leyes orgánicas de ambas Cámaras nos permiten anticipar que la gobernabilidad del Congreso será el verdadero reto del próximo sexenio.

Sartori propuso, para el caso de Italia, prohibir las coaliciones (alianzas) electorales y tener reglas que obliguen a coaliciones de gobierno; eliminar la representación proporcional; someter todos los cargos de elección popular a segunda vuelta y condicionar el financiamiento público a quienes consiguieron espacios en el Congreso.

Frente al agotamiento del modelo electoral de la transición mexicana quizá debamos empezar a pensar en nuevos arreglos que empoderen a las y los ciudadanos. Seguimos siendo un país de ciudadanos imaginarios.