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El debate público

Deportaciones, Todorov

José Woldenberg

Reforma

16/02/2017

Consternado, aunque no sorprendido, leo que «Arranca Trump cacería migrante. Detienen a cientos de indocumentados en redadas en 6 estados. Denuncian ONGs operativos en casas y oficinas de agentes de inmigración». (Reforma, 11-02-17). La aflicción proviene del maltrato y la sinrazón, de que muy probablemente indocumentados pero también documentados serán perseguidos, lastimados, y en no pocas ocasiones por su simple aspecto. La falta de sorpresa deriva del discurso de Trump que ha edificado una fórmula inclemente contra los mexicanos, construyendo un «nosotros» cerrado e intolerante y un «los otros» delincuencial, inasimilable, peligroso.

Esa retórica tiene y tendrá consecuencias en las esferas gubernamentales y administrativas como lo estamos viendo con la persecución en contra de los indocumentados, pero también en la vida cotidiana: niños molestados en las escuelas, trabajadores acosados en sus chambas, transeúntes zaheridos porque supuestamente no forman parte de ese «nosotros». Porque el lenguaje nunca es anodino. Y construir un discurso que no solo escinde sino que contrapone a «nosotros» con los «otros» no puede presagiar nada bueno.

Acaba de morir Tzvetan Todorov. Búlgaro y francés publicó hace años un libro titulado precisamente: Nosotros y los otros (Siglo XXI. Traducción: Martí Mur Ubasart. 1991). La materia del texto la enunciaba así: «La relación existente entre ‘nosotros’ (mi grupo cultural y social) y los ‘otros’ (aquellos que no forman parte de él), es decir, la que se da entre la diversidad de los pueblos y la unidad humana… (Trataré) de averiguar no solamente cómo han sido las cosas sino también cómo debieran ser».

Diversidad y unidad del género humano, ese es el tema de fondo. Y su conjunción un reto mayúsculo. Porque ambas dimensiones pueden y han forjado discursos problemáticos (para decir lo mínimo). Lo paradójico es que de premisas benévolas se llegue a derivaciones perversas. Para los universalistas todos somos iguales, lo cual subraya la unidad de los hombres (premisa acertada). Pero si no se reconocen y valoran las diferencias que la geografía, la historia y la cultura han forjado, es fácil creer que lo propio es lo universal y lo mejor para todos. Porque si a la premisa virtuosa (todos somos iguales) no se le matiza con la diversidad de naciones y culturas, se puede derivar en un universalismo ciego: quienes han tratado de imponer sus convicciones, valores, formas de gobierno a los otros. En el otro extremo, los particularistas son capaces de reconocer y apreciar la diversidad (premisa venturosa), pero si no asumen que existen valores universales pueden acabar justificándolo todo, como fórmulas singulares que se explican por las especificidades culturales. Acentuados, generan los particularismos (en ocasiones esencialistas) enclaustrados que sólo valoran lo propio y desprecian lo ajeno y que hacen todo lo posible por no «contagiarse» con lo que existe más allá de su cerco.

El señor Trump encarna de manera inmejorable a estos últimos. Lo verdadero, lo valioso, lo justo, es lo nuestro. Lo de los otros resulta falaz, contaminante, extraño. Esa exaltación de lo propio y repulsión por «lo otro» es el basamento que desata una retórica racista que por desgracia expresa y confiere legitimidad a pulsiones arraigadas en la sociedad.

Todorov reconociendo la pluralidad del género humano creía también en la unidad de la especie y en la necesidad de conjugar ambas caras. Escribió: «Los hombres son etnocéntricos: todo lo juzgan según sus hábitos. Un primer remedio, inmediato, sería el de hacerlos sensibles a la existencia de los demás, el de enseñarles la tolerancia elemental. Pero a continuación es preciso ir más al fondo de las cosas y buscar los principios universales de la justicia». Tres escalones que deberían enseñarse desde siempre: 1) De manera natural filtramos al mundo desde nuestro mirador, siempre cargado de prejuicios, 2) Pero existen otros a los que hay que saber ver y apreciar, y 3) Sin embargo, no se trata de contemporizar con todo lo existente, resulta imprescindible juzgarlo -quizá para modificarlo- porque hay principios universales y no todos los comportamientos son iguales. El señor Trump y sus seguidores están pertrechados en el escalón uno. Son peligrosos, repudian a «los otros».