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El debate público

El día que el presidente no quería

Ricardo Becerra

La Crónica

05/04/2020

Llegamos a un día que el Presidente no quería: el de las verdaderas definiciones económicas de su mandato. Había confiado en sus nociones franciscanas para las cuáles, la austeridad todo lo preside. Confió en las inercias de una economía estancada por un lustro. En los prejuicios e ideas inútiles de la derecha difundidas durante décadas. Y también, confió en su buena suerte de campaña. Pero ya no es suficiente. 

Literalmente el mundo se nos, y se le vino encima, con el petróleo malbaratado, trayéndonos un ácido nucleico mortalmente contagioso desde Asia y un obligado aislamiento masivo que le impide celebrar a diario, su misa popular, la que conceptualiza como su instrumento “de gobierno”.

Pero ahora debe tomar decisiones seriamente.

Presentar un plan riguroso y convincente, ante el conjunto de la sociedad y ante el mundo. Un plan que capte la gravedad y magnitud de la situación y que sea capaz –por fin- de conciliar a la mayor parte de los intereses vitales de la nación. Si no sabe conjugar esas variables, no será creíble y por lo tanto, no será practicable.

¿Qué ingredientes tendría que contener un plan –económico- de ese tipo? 

En primer lugar, no escatimar recurso alguno para el sector salud y el plan de contingencia sanitaria nacional en este momento. Y si hay que endeudarse para salvar vidas y detener la devastación, debe hacerse. Punto. 

En segundo lugar. El plan debe reconocer quiénes serán los primeros y principales lastimados por la crisis: los trabajadores, del sector formal e informal. Los que perderán su empleo, la actividad que los sustenta. El shock será recibido en primerísimo lugar por ese enorme sector de la economía viva que trabaja, a diario. El plan ha de atenderlos como propósito mayor.        

En tercer lugar: los trabajadores que van a perder su empleo laboran en empresas que los ofrecen (Perogrullo incomprendido). Es crucial saber qué empresas serán apoyadas para no despedir (para mantenerse en pie) y que sus trabajadores reciban un ingreso, al menos en el segundo trimestre de este año. 

En cuarto lugar: no tenemos tiempo para construir instrumentos socioeconómicos nuevos, hay que usar los existentes: el padrón del IMSS, los registros del SAT y el padrón de Prospera –que debe estar allí- para los más pobres. De modo que se localice rápido a dónde y a quiénes será entregada la ayuda líquida y urgente destinada a millones de trabajadores y de unidades económicas durante esta contingencia, que por mínimo, durará un trimestre.  

Y en quinto lugar: la vocación franciscana del Presidente ya ha sido derrotada por la realidad. Hasta febrero, llevábamos un descenso de la recaudación federal de seis por ciento, por la baja del barril de pétroleo… ¡y sin Covid-19! El dinero no alcanzará para el funcionamiento de la nación. Ese es un hecho rotundo, imposible de evadir. Por eso, deviene esencial la  elaboración de un plan sólido para que México pueda acceder a la mayor cantidad de recursos posibles en las mejores condiciones. Los préstamos, en emergencias universales, no son un pecado.

El plan que se presente hoy tendría que conjugar estos puntos. Intereses, visiones y previsiones apoyadas por una pluralidad de actores que hasta hoy, no han sido convocados y/o olímpicamente desdeñados. 

La realidad ha llegado, y con ella, la obligación de las más seria, rigurosa, abarcadora, presentación de un plan para el interés general, para toda la nación. 

No me hago ninguna ilusión, en este día cinco de abril, que es, digo, el día que López Obrador debe evitar la polarización, procurar al acuerdo, la unidad. Justo, el día que el Presidente… no quería.