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El debate público

El Frente, el agua y el aceite

 

 

 

 

 

 

 

 

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

11/09/2017

La política es acuerdos, especialmente en una sociedad diversa como la que tenemos. Los grandes males, dicen los clásicos, ameritan remedios inusuales. Sin embargo el Frente Ciudadano que construyen los dirigentes de tres partidos recibe cuestionamientos irreflexivos y frívolos.

El agua y el aceite no se mezclan, repite la conseja adaptada a la decisión encabezada por el PAN y el PRD. Se olvida que de eso se trata un Frente. Se trata de la acción conjunta de organizaciones diferentes pero que, ante situaciones de excepción, privilegian sus coincidencias. Un frente no implica fusión sino cohesión en busca de metas comunes.

El “Frente Ciudadano por México” ha sido anunciado en los términos que indica la Ley General de Partidos Políticos. Allí se establece: “Los partidos políticos podrán construir frentes, para alcanzar objetivos políticos y sociales de índole no electoral, mediante acciones y estrategias comunes”.

El objetivo más específico y por lo pronto el más ambicioso del nuevo Frente, es crear un gobierno de coalición. Por eso PAN y PRD, junto con Movimiento Ciudadano, no formaron una coalición electoral que tendría vigencia únicamente durante el proceso de elecciones del año próximo. Algunos comentaristas, con más prisa para etiquetar que aptitud para leer las disposiciones legales y el Convenio de esos tres partidos, han señalado admonitoriamente que el Frente Ciudadano oculta su vocación electoral. Por supuesto tiene el propósito de presentar una opción peculiar en las elecciones de 2018 pero, por ahora, está en la fase de articulación de acuerdos.

Los creadores del Frente postulan “tres premisas básicas: ni la corrupción es cultural, ni la desigualdad es natural ni la violencia es inevitable”. De esos puntos de partida tendría que derivarse un programa político que sólo será atractivo si trasciende los lugares comunes y presenta propuestas muy específicas. “La responsabilidad del gobierno —dicen— no es administrar la crisis. No apostamos por un cambio de partido en el poder ni de personas en los cargos. Nos unen causas y el propósito de construir un nuevo régimen”.

Los trazos de ese nuevo esquema de organización política aun son generales pero resultan suficientemente distintos de las propuestas de otros partidos. La transparencia no se ha convertido en un valor democrático cabalmente asumido por todas las fuerzas políticas. En el combate a la pobreza ha prevalecido una concepción clientelar. No hay incentivos para los acuerdos políticos. El gobierno ha sido incompetente para frenar al crimen. Seguimos padeciendo excesos y privilegios de las elites. Prevalece “la imposibilidad de construir una agenda pública con respaldo democrático, debido a las diferencias ideológicas, a la mezquindad y a un manejo perverso de los recursos públicos para comprar voluntades”.

Esos son algunos elementos en el diagnóstico que conduce al propósito de modificar el régimen político incrementando el papel del Poder Legislativo y con un Ejecutivo acotado por nuevos acuerdos. Habría un gabinete de composición “plural e integrado con criterios de paridad de género” que debería ser ratificado por ambas Cámaras. El secretario de Gobernación sería “líder de gabinete” y sería propuesto “por fuerzas políticas distintas a la del presidente de la República”. Es decir, si el Frente llegase al gobierno, el nuevo presidente sería de un partido y el titular de Gobernación podría tener otra filiación política.

El Convenio que suscribieron los dirigentes de los tres mencionados partidos incluye una autocrítica en busca de la atención de los jóvenes: “Los mexicanos estamos al final del desaliento y ante el umbral de la esperanza. Muchos jóvenes no lo vivieron pero lo saben: ayer tuvimos la democracia frente a nosotros y la dejamos ir, y hoy nos vuelve a atenazar un presidencialismo perverso que ha fortalecido un sistema de desigualdades, ilegalidad y violencia”.

La frase anterior es buena pero se encuentra en el lindero entre el diagnóstico y la demagogia. A la democracia no hay que sacralizarla. Pero referirse a ella en tiempo pretérito, como si la hubiéramos perdido, implica desconocer que todos los partidos, incluyendo a los que forman el Frente, han sido actores y beneficiarios del régimen democrático. Gracias a él, esos y otros partidos han alcanzado posiciones de gobierno y representación.

También se dejaron llevar por la temeridad retórica los creadores del Frente cuando dicen: “Ese pasado plagado de errores nos tiene frente a un estado fallido que nos enseñó que regatear el cambio es ignorar el signo de los tiempos”. Si hubieran escrito “insuficiente” habrían descrito limitaciones esenciales del Estado que hemos construido. Pero si es “fallido” entonces hay que reemplazarlo por otro y una cosa es promover reformas capaces de significar un cambio de régimen político y, otra, tratar de implantar un nuevo Estado —es decir, un conjunto de instituciones para ejercer el poder político— que sustituya al actual. Además, si fuera “fallido” no les habría enseñado a no “regatear el cambio” como dicen, en esa fuga discursiva, los promotores del Frente.

Lo que sigue será más complicado porque, sobre todo en política, el tránsito de la retórica, a la realidad, siempre está plagado de intereses y regateos. Sin embargo la construcción de acuerdos en el Frente será facilitada por la gran cantidad de candidaturas que debería designar si sus integrantes participan en las campañas de 2018 como coalición electoral.

El domingo 1 de julio serán electos 3,406 cargos de representación. Se trata de una inmensa cantidad de posiciones y, por lo tanto, de posibilidades de competencia política. Hay que decirlo más despacio para entenderlo: tres – mil – cuatrocientos – seis cargos de elección: 2,777 en los estados incluyendo 9 gubernaturas, así como congresos locales y ayuntamientos. Y 629 posiciones de representación federal: 500 diputados, 128 senadores y el presidente de la República.

Esa variedad y abundancia de opciones permitiría afianzar acuerdos en el Frente siempre y cuando haya una conducción política con habilidad para ceder, conciliar y así lograr consensos. En Jalisco, por ejemplo, la muy probable postulación a la gubernatura del alcalde de Guadalajara, Enrique Alfaro, tendría posibilidades de éxito si lo respaldan varios partidos y no únicamente Movimiento Ciudadano, en donde encabeza al sector de simpatizantes más numeroso en ese partido pero que no necesariamente bastaría para ganar el gobierno estatal. En la Ciudad de México, sin alianza el PRD tendría un desempeño sólo simbólico y muy previsiblemente fallido pero el candidato de una coalición podría desafiar a Morena.

Aún con todas esas posibilidades de acuerdos, la candidatura presidencial es política y simbólicamente el eje de cualquier acuerdo electoral. El aspirante presidencial del Frente tendría que convencer y cohesionar tanto a los miembros de partidos como a los ciudadanos que no tienen simpatías fijas por alguna organización política. Un candidato demasiado identificado con el conservadurismo que conforma una de las corrientes del PAN sería inaceptable para los electores del PRD, lo mismo que un perredista con fama de dogmático intimidaría a las clientelas panistas. Si el candidato presidencial fuera un ciudadano sin partido debería contar con una trayectoria aceptable para sectores muy variados y, entre los que quisieran ocupar esa candidatura, no se ve un solo personaje que tenga convocatoria, probidad y notoriedad suficientes.

La primera gran prueba del Frente es la designación de ese candidato en el contexto de las otras 3,405 nominaciones necesarias. Quisiera escribir candidata porque por motivos políticos, simbólicos e históricos, sería deseable que la postulación presidencial del Frente estuviera ocupada por una mujer. Pero en el escenario conocido no se ve una sola figura femenina con los atributos necesarios —a menos que Patricia Mercado quisiera y la quisieran para esa candidatura—.

El Frente, si salva esos dilemas iniciales, será una opción competitiva y por lo pronto ha modificado el panorama electoral. Faltan muchas decisiones y hechos antes de la elección de julio pero por lo pronto la encuesta de Parametría publicada la semana pasada encontró, al preguntar por opciones partidarias sin mencionar nombres de candidatos, que el 32% de los ciudadanos dice que votaría por una coalición PAN-PRD-MC; el 23% por Morena y el PT y el 15% por el PRI con otros aliados. Cuando se pregunta por candidatos específicos el favorito sigue siendo Andrés Manuel López Obrador.

La del Frente, sería claramente de una apuesta para contrastar con la candidatura de López Obrador y con la del PRI, quienquiera que sea el aspirante presidencial de ese partido. El Frente Ciudadano tendría que convencer a los electores no sólo de que es distinto a Morena y los priistas sino de que es diferente, también, a lo que han sido por separado los partidos que lo integren.

El agua y el aceite pueden estar juntos, sin mezclarse. Un Frente, en política, parte del reconocimiento de diferencias que no impiden actuar juntos a partir de las coincidencias que tengan sus componentes. Además recientemente el grupo de físicos del Centro para la Ciencia en Condiciones Extremas, de la Universidad de Edimburgo, demostró que las moléculas de sustancias como el aceite sí pueden mezclarse exitosamente con el agua en condiciones de extrema presión. Pues eso.