Categorías
El debate público

El futbol es como el ajedrez, pero sin dados

 

 

 

Ricardo Becerra

La Crónica

17/06/2018

 

«Ha sido un gran encuentro…. salimos a darlo todo… el equipo mostró orden y hambre de gol… fuimos los que propusimos el partido… lamentablemente las cosas no se dieron como hubiéramos querido… agradecemos el apoyo de la afición… pero hay que seguir trabajando”. Solo un economista de Hacienda o del Banco de México podría competir en ese torneo universal de frases hechas y mil veces repetidas. De todos modos los futbolistas sacan ventaja ¿cuántas veces en una semana no se escuchan esas muletillas? ¿Cuántas los jugadores describen un partido ante el famoso micrófono de las entrevistas?

Bueno, pero campeonato mundial a parte, el gran deporte da para mucho más. Historias, épica y frases que encumbran o precipitan a los púgiles de la cancha. Me refiero a actos de máxima reflexión como éstos:

“No arriesgar es lo más arriesgado, así que para evitar riesgos, arriesgaré”, sentenció el entrenador de la Unión Deportiva de Salamanca, J.M. Lillo. Notable.

Sesenta años antes, José El Jamaicón Villegas fue poseído por los demonios de la melancolía y el desconsuelo. En un pasillo de la embajada de México en Lisboa, fue encontrado por su entrenador –ni más ni menos, Nacho Trelles- en posición infame recargado en la pared, sentado con las rodillas inclinadas a su pecho, donde podía esconder su rostro escurrido por las lágrimas. “No puedo cenar porque yo quiero mis chalupas, unos buenos sopes o pozole y no esas porquerías que nos pusieron aquí, que ni de México son” (C. C. Cardoso, Anecdotario del Futbol Mexicano, Ficticia, 2006). Como exorcista, Trelles se agacha, lo intenta comprender, le acaricia la cara y El Jamaicón, con ojos desorbitados estalla: “Extraño mis memelas”. Este síndrome agachón es uno de los misterios psíquicos más duraderos que Freud no alcanzó a estudiar.

Pero los italianos también tienen lo suyo, así hayan ganado la copa en casa (1934), en Francia (1938), en España (1982) y en Alemania (2006). Declara emocionado en todo lo alto de la gloria, el gran vencedor de los germanos, el “spillo” Alessandro Altobelli: “Quiero agradecer a mis padres, por este triunfo, por mi carrera, especialmente a mi madre y a mi padre”.

Y que les parece ésta, muy propia de los Beatles: “Si ni siquiera Jesucristo cae bien a todo el mundo… imagínate yo”, aclara el empático José Mourinho.

Y desde la tierra de Joyce y de James Mangan, el media punta ofensivo del norte de Irlanda, George Best, (uno de los 50 mejores jugadores de Europa de todos los tiempos) lo confesó sin ambages: “Gasté un montón de dinero en alcohol, chicas y carros… el resto lo malgasté”.

La escuela histórica registra fórmulas de esa estatura. Luego de la enorme laguna mental, del tamaño del Baikal, por la cual Mejía Barón no metió a Hugo Sánchez en los tiempos extras contra Bulgaria, la fatalidad ordenó que llegásemos a penales. Dice uno de los que aventaron el balón hasta las gradas (hoy afamado locutor de televisión) “no entiendo, no entiendo, si me persigné con el balón sobre el manchón de penalti”.

No muy lejos de ese pensamiento mágico, tenemos al brujo mayor, quien ante decenas de medios de comunicación profetizó hace unos días: “Esta copa del mundo será ganada por un equipo latinoamericano: Argentina, Brasil, España o Portugal”. Es brujo, no geógrafo.

El enorme Lukas Podolski el veterano internacional alemán, uno de sus máximos goleadores históricos, en una sesuda entrevista ante medios internacionales, filosofó en una frase lo que haría temblar a Stefan Zweig: “El futbol es como el ajedrez, pero sin dados”.

Pero la emoción, la pasión, el ardor que provoca el fútbol turba y perturba al más pintado. Ustedes lo recordarán: en Brasil, Uruguay enfrenta a Italia y ese día, Luis Suárez –en un ataque psicótico- tuvo la puntada de morder hasta arrancarle la carne a Chiellini, quien lo había marcado con astucia todo el partido.

Luego de la evidencia televisiva que dio la vuelta al mundo, el gran Presidente de Uruguay, Pepe Mújica, al ser entrevistado dijo: “Ese chico tiene algún problema. Viene de un lugar muy pobre. La rabia le enfurece y él no se domina. Es un problema que no se soluciona con sanciones de la FIFA”.

En efecto: el fútbol nos introduce a las cavernas más oscuras del cerebro, no importa que seas el gordo de la porra, el atleta más impresionante o el Presidente más notable de los últimos tiempos en todo un subcontinente. El futbol nos afecta y nos trastorna y hoy, ante Alemania más de uno dirá, solemnemente: “morimos de cara al sol”, como hace casi una centuria.

Todo muy “impresssionante”, revelaría Zague.