Categorías
El debate público

El pintor imposible

Ricardo Becerra 

La Crónica

18/09/2016

Para Paula.

Madrid, septiembre 2016. Un par de exposiciones simultáneas y –con seguridad– bien coordinadas entre el museo Thyssen y el Palacio Real de esta ciudad, han venido a recordar al mundo que M. M. Caravaggio, es el pintor imposible, el primero en alcanzar el propósito cardinal de la pintura: plasmar la figura y la condición humana en una escala radical, realismo amplificado sin adornos ni contemplaciones.

En esta ciudad, rendida hace siglos a Velázquez; en medio de una extraordinaria y alucinante exposición de El Bosco; con La anunciación de Frai Angélico abierta al público; justo en el Madrid ensalzado por Goya y donde gobierna todopoderoso Picasso y su Guernica, no obstante tiene la puntada de lanzar un buen recordatorio universal: señoras y señores Caravaggio es el gen punto de inflexión de la pintura, de todos los tiempos.

En el primer punto (el Thyssen) se muestra un puñado de sus obras esenciales (Santa Catalina de Alejandría, Los músicos o David y la cabeza Goliat) y cómo ellas desataron una cauda que duró casi un siglo, un verdadero movimiento de discípulos y seguidores en Italia y en Europa del norte.

En sentido opuesto, los detractores, los viejos manieristas y los barrocos, aquellos que seguían explorando la gracia de dios y de los seres humanos mediante piadosas representaciones llenas de detalles geniales, en colores brillantes y trazos exagerados. Esos trataron de hacernos olvidar el mensaje del señor Caravaggio según el cual no se trata de exaltar, sino de enfrentar la miseria de la existencia, aun con el pretexto de los episodios bíblicos.

Ribera en primer lugar; pero también Velázquez, entrado el siglo XVI, así como Rubens y otros de su talla, no podían aceptar el supremo descaro y mucho menos, la negatividad “tenebrista” de aquel psicótico de Roma.

Caravaggio nunca dibujó un cuadro, es decir, iba directo y de lleno a la elaboración del lienzo blandiendo su pincel, pero entró a la pintura grande y la dividió a lo grande.

Miren ese cuadro (Thyssen) en el cual la mujer torturada pliega su panza, verdosa y descompuesta, e invita al soldado escéptico a meter sus dedos dentro de la piel y de los músculos de sus costillas (El Martirio de Santa Úrsula). O la ensangrentada cabeza de Holofrenes (por supuesto el autorretrato de Caravaggio) su mirada loca y muerta en una charola reluciente (Palacio Real).

Unas y otras son escenas únicas, cinematográficas, imposibles de imitar, y precisamente por eso, porque nadie más pudo hacer las cosas como él, con esa precisión y esa furia realista, la pintura entera tuvo que inventar otros estilos, nuevas formas de representar, innovar en la técnica, crear corrientes y propiciar rompimientos radicales y vanguardias de toda laya durante los siguientes 400 años, justo porque en el mil 600 alguien había alcanzado lo humanamente imposible, ya, con su sola brocha.

Bernini, el niño prodigio de los Papas, el Mozart de la pintura, fue confinado a estudiar durante un par de años el pincelazo de nuestro homicida (si, Caravaggio mató a un rival y probablemente a otros dos hombres durante sus recurrentes ataques maniáticos). ¿Su conclusión? “Pintar como Caravaggio no se puede, me voy a dedicar a la escultura”.

En tiempos abrumados por la cultura del espectáculo, y sepultados bajo toneladas de “arte” falaz y vanal, recordar al Imposible, es todo un ramalazo electrizante venido de muy lejos, de la mano de ese pintor siniestro capaz de pintar a los humanos de manera más auténtica y profunda que los mismos humanos de carne, sangre y hueso… ah, y todos con las uñas sucias.