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El debate público

El presidente y su espejo

 

 

 

 

 

 

 

 

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

04/09/2017

El presidente Peña Nieto describe a un país desconocido para la mayoría de los mexicanos. En ese país el bienestar aumenta, los temores son reemplazados por el optimismo y los mexicanos marchamos juntos en la construcción de un futuro mejor. En el país del Presidente, los corruptos se encuentran en la cárcel, la delincuencia está siendo derrotada y la prosperidad desparrama sus beneficios a favor de todos los mexicanos. En ese país del presidente Peña no hay socavones, los funcionarios públicos son responsables y la política es una práctica honorable y conciliadora.

Ese país es tan desconocido que la mayoría de nuestros compatriotas tiene una opinión desfavorable de la gestión del presidente Enrique Peña Nieto. Si el México que presenta en su Quinto Informe fuese realmente existente, los índices de aprobación no serían tan bajos y la sociedad no padecería un pesimismo tan extendido. La encuesta de Reforma a fines de julio encontró que solamente 1 de cada 5 ciudadanos aprueba la gestión del Presidente.

El México de Peña está afianzado en una apreciación parcial, y por eso insuficiente, de la realidad. Las cifras que exhibió en el mensaje con motivo de la entrega del informe describen un flanco del país. El problema es que para el Presidente sólo cuenta el vaso medio lleno. Hay más escuelas, en los hospitales se atiende a más enfermos, se han construido más viviendas, las carreteras suman más kilómetros. Todo eso quizá es cierto. Pero no se mencionan las carencias en la infraestructura de los planteles escolares, ni los rezagos en la atención médica o las viviendas que siguen faltando para atender la demanda de una población creciente y aún joven. Y no se dice una sola palabra de las deficiencias en la escasa obra pública que se ha construido, entre éstas, ni modo, los malhadados socavones.

No se trata, en contraposición a la mirada parcial del Presidente, de considerar sólo el vaso medio vacío. En varios campos el gobierno puede rendir buenas cuentas. Sin embargo, en la apreciación presidencial únicamente caben logros. Como escribió Enrique Quintana en El Financiero: “Las cosas buenas cuentan, pero si se cuentan mal, es como si no existieran”. La retahíla de cifras, porcentajes y autoalabanzas es comprensible porque no hay gobernante que no busque subrayar sus propios méritos. Pero sirve de poco ante el maltratado ánimo público.

La tradición presidencialista hizo del informe anual un acto de lucimiento para el titular del Ejecutivo federal. Esa costumbre totémica, como llamó Ernesto Zedillo al presidencialismo excesivo, comenzó a cambiar hace tres sexenios. La diversidad y las confrontaciones de las fuerzas políticas que convergen en el Congreso, así como las exigencias de una sociedad menos adocenada, modificaron esa ceremonia hasta anularla. El informe ya no tiene sentido como enumeración de éxitos, por muy reconfortantes  o quiméricos que sean los datos que contenga. Sin el contexto que requieren, cada cifra festiva es testimonio de la indisposición del Presidente para enfrentarse al rostro del país que no quiere ver.

Un auténtico informe de la situación del país tendría que reconocer avances, pero también carencias. En un mensaje de esa índole, el Presidente habría de admitir dificultades y tropiezos. Pero Peña Nieto es impermeable a cualquier autocrítica. Al reconocimiento de equivocaciones lo confunde con expresión de debilidades. No ha logrado advertir que, en las circunstancias actuales del país, la sociedad no quiere un gobierno infalible, sino un gobierno en el que pueda confiar. Y la confianza no se consigue construyendo imágenes idealizadas, sino con franqueza, transparencia y, desde luego, eficiencia.

Un mensaje sobre el estado de la nación tendría que señalar problemas y anunciar soluciones. En vez de cifras vistosas, los ciudadanos apreciarían que se les presentaran explicaciones de los dilemas que enfrenta el país. Quizá nunca como ahora hacen falta esfuerzos de interpretación para comprender novedades, tensiones e incluso regresiones en el mundo de nuestros días y también dentro de la vida pública mexicana. En vez de eso, el presidente Peña dibuja el México en el que le gusta creer, el espejo en el que prefiere mirarse a sí mismo y a su gobierno.

En vez de ofrecer elementos para la deliberación, el presidente se atrinchera en la auto promoción. El informe, sobre todo, se ha convertido en pretexto para que la Presidencia de la República dilapide recursos fiscales comprando espacios en los medios. Cada spot contratado en televisión y radio y cada plana en la prensa recuerdan en estos días uno de los compromisos incumplidos de Peña Nieto: la  reglamentación de la publicidad oficial. Horas y horas de mensajes pretendidamente simpáticos con motivo del informe no mejoran, pero previsiblemente exacerban el ánimo de la sociedad.

Es posible que la saturación del espacio público mediático con machacones anuncios presidenciales tenga resultados adversos a los que pretende el gobierno. En el estudio de la psicología social se ha identificado al “efecto boomerang” como el que, ante intentos para persuadir a la sociedad o a un sector de ella, ocasiona resultados distintos a los que se buscan. La saturación de los medios con la propaganda del Presidente y su informe puede suscitar más disgustos que reconocimientos.

En el mensaje que presentó el sábado el Presidente coloca a su gobierno como el actor central y, en ocasiones, único de la vida mexicana. En esa alocución de más de una hora no mencionó la palabra “narcotráfico”. Tampoco dijo “conflicto” o “discrepancia”. Otros términos ausentes en ese mensaje fueron “esperanza” y “confianza”.En la diversa y cuestionadora sociedad contemporánea ya no valen solamente las exhortaciones voluntaristas a la unidad nacional ni al esfuerzo conjunto, por muy necesarias que resulten. Los ciudadanos requieren razones y aclaraciones que no serán suficientes si no se reconocen los puntos de vista de otros. Peña Nieto aseguró que hoy, en México, “existen riesgos visibles de retroceso”. Los hermeneutas del discurso presidencial consideran que se refería al populismo y al autoritarismo de López Obrador. Posiblemente así era, pero la advertencia de Peña es ineficaz si no describe el problema y le llama por su nombre. Las alusiones sibilinas forman parte de la vieja política e incluso es discutible que hayan funcionado en otras épocas. En los tiempos de Twitter, Instagram y prensa en línea el debate público —el único que hay con todo y sus pobrezas— requiere de señalamientos claros.

La narrativa de Peña, para emplear un pretencioso término de moda, no es necesaria para persuadir a los ya convencidos y no convence a quienes tienen apreciaciones distintas del optimismo presidencial. En vez de articular el debate que hace falta sobre el rumbo del país y su contexto, el Presidente se envuelve en la autocomplacencia y se construye un espejo de spots y aplausos de paga —eso sí, con dinero nuestro—. Para colmo, la escenografía de la costosa ceremonia en Palacio Nacional confirmó que este gobierno atiende la forma pero no el fondo. Detrás del presidente Peña pusieron un enorme panel con el escudo nacional y que recordaba la forma de un ataúd.

ALACENA: La desencantada tiene quien le escriba.

En su libro recientísimo, José Woldenberg le escribe a una muchacha que tiene recelos fundados acerca del rumbo de nuestra vida pública. El régimen político que hemos logrado es insatisfactorio e insuficiente. La desilusión se extiende en la sociedad y, sobre todo, los más jóvenes no encuentran motivos para la confianza y menos para el entusiasmo.  Cartas a una joven desencantada con la democracia (Editorial Sexto Piso, 2017) es un esfuerzo para que el malestar no obnubile la memoria ni obstaculice el futuro.