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El debate público

El remedio y la enfermedad

José Woldenberg

Reforma

16/04/2015

La receta puede ser peor que la enfermedad. Eso ya lo sabemos o lo deberíamos saber. Por ejemplo, usted es una mujer embarazada con acné. Si toma algún medicamento con isotretinoína a lo mejor el cutis le queda radiante, pero el feto puede sufrir malformaciones congénitas. Lo dicho: peor el remedio que la enfermedad.

Una campaña está solicitando que se le quite el registro al Partido Verde. Al parecer han llegado a la nada despreciable cifra de más de 80 mil firmas. No voy a defender a ese Partido. Es imposible. Sus reiteradas violaciones a la ley son flagrantes y ha sido sancionado en forma repetida. Su conducta es odiosa, pero por ello mismo no pongamos en acto recetas peores que el padecimiento original.

Y para decirlo desde el inicio: son los ciudadanos votando los que deben resolver qué partidos deben permanecer en la lid electoral y cuáles de ellos deben abandonar la plaza. Cierto que en la Ley General de Partidos Políticos se establece como causa de pérdida del registro «incumplir de manera grave y sistemática…las obligaciones que le señala la normatividad electoral», pero se trata de un expediente extremo, porque la buena lógica del sistema de registros coloca en los votantes esa decisión fundamental.

Como se sabe, en México existe una puerta de entrada para nuevas opciones partidistas. Y así debe ser. Siempre debe existir la posibilidad de que si un grupo específico de mexicanos no se identifica con los partidos existentes pueda forjar su propia opción. Lo malo es que esa puerta, por disposición de la reforma de 2007, solo se abre cada seis años. Pero en fin…

También se diseñó, y con razón, una eficiente puerta de salida. Si algún partido no logra un mínimo de votos en la elección federal, pierde su registro, sus prerrogativas y tiene la obligación de seguir un proceso de liquidación de sus bienes (porque durante una etapa, el patrimonio de los partidos acabó en manos privadas). Durante una primera época el mínimo necesario para refrendar el registro fue del 1.5 por ciento de la votación, luego se elevó al 2 y en la más reciente reforma al 3. Es decir, los partidos que hoy están en la boleta requerirán en una elección en la que participen (digamos) 40 millones de electores, 1 millón 200 mil votos. Una cantidad nada despreciable. Por esa puerta muchos partidos han salido. Me parece una gran cosa que la decisión de quiénes se mantienen con vida y quiénes desaparecen esté en manos de los ciudadanos al votar.

Los partidos expresan a una franja de la población. No pueden, por su propia naturaleza, caerle bien a todos y ni siquiera a la mayoría, requieren eso sí (según la ley y el sentido común) representar a un conglomerado significativo de ciudadanos.

Hoy las firmas que solicitan la pérdida del registro del Verde ascienden a varias decenas de miles. Muy por debajo de los votos que se requieren para revalidar el registro, pero incluso si las firmas fueran de 2 o 3 millones serían igualmente impertinentes, porque el día que se estableciera que un partido necesita más adhesiones que rechazos quizá no contaríamos con ninguno. Si hoy se hiciera una encuesta preguntando a las personas si están de acuerdo o no con el PRI o el PAN o el PRD o Morena, lo más probable es que todos ellos alcanzarían más respuestas negativas que positivas. Y ese no es un fenómeno mexicano. Lo mismo pasaría en España, Alemania, Brasil o Ecuador. Repito: eso está en el código genético de los partidos: representan solo a una franja de la población y eso debe de ser suficiente.

Además, las faltas cometidas por las direcciones de los partidos por supuesto deben ser sancionadas. Y las sanciones -esa es la idea implícita en la ley- debieran tener una traducción en el ánimo de los votantes. Pero hay que recordar que los partidos no son sus direcciones y ni siquiera sus afiliados, sino que los partidos que se convierten en referentes electorales incluyen también a sus seguidores, sus votantes, a los que no se puede sancionar por la mala conducta de los jefes partidistas.

Los que promueven las firmas deben preguntarse ¿qué expediente están inaugurando?, porque mañana no sería raro activar campañas similares demandando la salida de otros partidos igualmente detestables para otros. Y razones encontrarían. En el escenario deben estar presentes las opciones que nos gusten y también las que no. Y ello debe depender de la voluntad de los ciudadanos. Necesitamos más política y menos recursos administrativos para deshacernos de los que no nos agradan.