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El debate público

El reportero filosófico

 

Ricardo Becerra

La Crónica

14/02/2016

 

(La tristeza no sólo duele: incapacita. A una semana del fallecimiento de Adolfo Sánchez Rebolledo, ofrezco este homenaje –escrito hace tres años, a sus setenta- sobre uno de los personajes más interesantes y más queridos que ha producido la izquierda mexicana).
Para Carmen y para Paula.

Por la lectura de sus artículos –todos los jueves, puntualmente, en La Jornada- por su participación legendaria en no sé cuantos proyectos y publicaciones de la izquierda mexicana y por la variedad de amigos comunes que me lo habían anticipado (sobre todo Fallo, a quien ese episodio también le debo) tenía yo bien sabido que me encontraría con algo parecido a un sabio marxista y socarrón.
Sin la menor pretensión ni aires profesorales, se sentó frente a mí y miró la sucesión ansiosa de cafés, tortas y cubas que acompañaron la caída de la tarde. Pasaron tres horas en las que pronuncié media palabra -acaso menos- que por supuesto no hacían ninguna falta.
Galvanizado por el influjo de su propia vivacidad, como una máquina de hilar temas, argumentos y recuerdos, aquel hombre, escurrido en sus bigotes, edificó ante mí, una interpretación completa de los intelectuales de izquierda y su manera de ver al movimiento estudiantil; de la burocracia universitaria, los partidos, el priismo y su actitud frente a la movilización popular; de Gorbachov y su prometedora Perestroika; de la roñosa ultraizquierda mexicana, el cardenismo emergente, de las revistas culturales y por supuesto de Carlos Pereyra y Carlos Monsiváis.
Al despedirnos quedé deslumbrado con el paisaje que me había dibujado. Barnizado por un lenguaje venido de otro tiempo, con acontecimientos y episodios de muy lejos (la revolución cubana, los años sesenta y el exilio español), todo sazonado con crueles y sabrosos chismes de los personajes que rodeaban aquella estación de la política de izquierda.
Ocurrió en 1987 y desde entonces las cosas –entre Fito y yo, fueron así- cada encuentro fue una sumersión a un pasaje festivo y culto, un remoto fascinante, a veces, terrible. Lo más interesante, sin embargo, es que no se trata de locuacidades –a ratos geniales- que provienen de un pasado perdido, sino de arcos tendidos que continúan actuando, interpelando al presente.
Y es que casi cinco décadas después de las que Fito dispuso su propio equipaje intelectual y su temperamento, el mundo que le dio forma, prácticamente se había disipado. El bloque soviético desapareció. El marxismo ya no predomina en la cultura de la izquierda. Cuba es un futuro casi en ruinas. Y la socialdemocracia pasa las de Caín, en el auge igual que en el colapso del festín neoliberal.
Decir que estos cambios son enormes, sería insuficiente pero aún y con esas, no puede decirse que la vastedad de acontecimientos y derrotas hicieran callar a Sánchez Rebolledo, atento, respondiendo, refunfuñando enérgicamente a cada temblor de esa época, con su voz antigua, que sin embargo, ha salido airosa por aguda y consistente.
A la distancia, de 25 años, me doy cuenta que esa tarde había descubierto a una de las criaturas más estimables en la historia de la izquierda mexicana: un marxista, un militante, un maestro, un reportero, editor y un autor que produjo una obra fragmentaria, parcial e inacabada y que sin embargo tiene algo de lo que otros creadores de cubicados librotes carecen: afilada agudeza, esa misteriosa ingenuidad de ojos nuevos, esa capacidad para mirar las cosas en toda su extrañeza que hace a sus textos una visita necesaria para la comprensión de la coyuntura y para ubicarnos en el largo movimiento que llamamos actualidad mexicana (gracias a la amistosa, tenaz, insistencia de José Woldenberg, Fito ha dejado un legado impreso, La izquierda que viví. Editorial Configuraciones, disponible también en www.ietd.org.mx
Sánchez Rebolledo es una conexión con la tradición más potente de nuestro periodismo, es decir, del periodismo cuidadoso y bien escrito, de los pocos columnistas capaz de abordar con información y solvencia los temas del mundo, haciéndonos escapar del provincianismo de la prensa mexicana para informarnos con pleno conocimiento de causa.
Observador internacional; articulista nacional; marxista elegante; militante, dueño de una de las más interesantes experiencias de la izquierda, de sus conquistas y de sus fracasos. Conversador nato, reportero filosófico, crítico mordaz, respetado y muy querido por sus amigos. Ese era nuestro Fito, Sánchez Rebolledo.