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El debate público

El Secretario que fue jueves

Ricardo Becerra

La Crónica 

12/03/2017

Ustedes lo han leído. En un relato divertido. Chesterton cuenta la historia de un hombre que dirige el combate de todo lo que el mismo ha fraguado. El Jefe de la policía es en realidad el terrorista lunático perseguido por todo el Estado. Y el terrorista es él mismo, encargado de combatirse. Un círculo donde la causa de lo causado se alimenta o se muerde a si misma.
​Esa imagen me viene a la memoria cada que el Secretario de Hacienda, nuestro banquero central o sus amigos en las calificadoras, salen al público para anunciar, una y otra vez… otra disminución en la tasa de crecimiento este año (como en los dos anteriores).
El último día de febrero el responsable de Hacienda dijo: “los pronósticos y los consensos del mercado hoy nos indican un crecimiento menor”, un modestísimo 1.6 por ciento en promedio (El Financiero, 28 de febrero).
Pero ¿qué es lo que esperaba el señor Secretario? El llegó a hacerse cargo de la hacienda nacional con tres mandatos de alta responsabilidad macroeconómica (así le dicen): llegar de prisa -en un solo año- al “superávit primario” (gastar solo que se recauda); ejecutar el mayor recorte al gasto público (sobre todo en infraestructura) para llevarnos a la menor inversión pública desde los años 40. Y de la mano, BANXICO sube y sube las tasas de interés. Menos gasto en lo importante, crédito caro, garantizar antes que nada, el pago a los bancos.
Con semejante coctel de austeridad ¿es esperable otro escenario que el de menor y menor crecimiento? Al contrario: es su consecuencia directa. Es como si un buen día, el Secretario de Salud decidiera cerrar el hospital nacional de oncología y luego se llamara a sorpresa por el aumento de número de muertes por cáncer.
No. La nuestra es una recesión decidida. No encuentro otro país que se autoimponga tantas restricciones a su propio crecimiento como el nuestro. Vean al Banco Central Europeo: mantiene tasas de cero por ciento y sigue comprando deuda de la banca privada, masivamente.
O vean al iracundo Presidente del norte con su propuesta de enorme gasto público en infraestructura para animar la economía. O Japón y su paquete anticíclico. Incluso Inglaterra: todos tratan de NO caer en recesión.
Pero aquí es jueves: para demostrarle a los mercados financieros lo bien portados, lo ejemplares, lo extremadamente responsables, somos capaces de tomar medidas que necesariamente causarán una disminución abrupta –ya no digamos del crecimiento- sino de las necesidades básicas de la población (en salud o educación por ejemplo). Y ni así.
Cómo un engaño macabro, la calificadora Fitch Ratings, esta semana, mira un débil crecimiento económico de México en este año y por tanto, visualiza una “perspectiva negativa de la calificación crediticia del país”. ¿Lo ven? No hay escapatoria: si sales (un poco) de la ortodoxia, mal. Si aplicas la ortodoxia, también.
Hace quince días Moody’s modificó a la baja su pronóstico a 1.4 por ciento, desde 1.9 por ciento que tenía considerado en diciembre. Otros pronósticos horribles, por debajo del 1.5 por ciento, son los de los JP Morgan y Bancomer, de 1.3 y uno por ciento respectivamente.
En el equipo de los optimistas, están el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), de 1.8 por ciento y 2.3 por ciento, respectivamente. En 2017, todos abajo del crecimiento promedio en lo que va del siglo XXI.
​A este escenario sume usted la llegada de Trump, el BAT y el largo compás de espera de la negociación del Tratado de Libre Comercio (si es que habrá negociación), así como la caída de PEMEX al ser lanzado a competir en el mercado mundial con una sola mano.
​Y por si fuera poco, un año antes de las medidas de austeridad santificadas por Meade, el señor Videgaray había decretado en 2015 la idea loca de pagar deuda por anticipado en un periodo recesivo: es prioridad pagar a los bancos, antes que dedicarlo al gasto público, infraestructura o inversión social.
¿Está claro?
No se trata de “circunstancias adversas y externas”. En nuestro caso se trata de decisiones tomadas aquí, alineadas por una ortodoxia fanática para propiciar la paralización que se volvió sinónimo de “responsabilidad”.
Los encargados del crecimiento lo sabotean, lo rebajan por las medidas que ellos mismos toman. Y salen a anunciar, cariacontecidos un mes si y otro también, que creceremos menos. Los secretarios que son jueves.