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En la hora de la legalización

En la hora de la legalización de las drogas

Jorge Javier Romero
El Universal. 04/08/2010

El discurso del presidente Calderón el 3 de agosto es de una importancia histórica. Por primera vez un jefe de Estado en funciones en México había aceptado que la legalización de las drogas es una posibilidad para enfrentar de mejor manera al crimen organizado.

Sin duda, es un giro radical a su política inicial, cuando se clamó cruzado de la guerra contra las drogas con el contundente “para que las drogas no lleguen a tus hijos”. A pesar de que adelanta su posición: “Hay quien argumenta que precisamente implicaría la legalización un aumento enorme del consumo en varias generaciones de mexicanos, en parte por el efecto económico mismo de la disminución de precio, en parte también por la disponibilidad, por la idea que se genera de que finalmente es aceptable y socialmente bueno y hasta medicinal, digamos, su uso, lo cual culturalmente tiene una incidencia importante”, y se coloca del lado del rechazo total a las drogas en paquete; abre la posibilidad de argumentar en contrario de manera democrática.

Y hay que tomarle de inmediato la palabra. Es la hora de que México y Colombia planteen en los foros internacionales un cambio internacional en la política de drogas. Y el gobierno mexicano tiene que llegar a ese momento con la fortaleza de llevar la posición de un país, una posición con amplio consenso, a pesar de no ser unánime. Hay que oír a quienes se oponen a la legalización y a quienes defendemos la posibilidad de una política de drogas diferente, que no aliente el consumo, que de plano procure eliminar los más peligrosos, pero que no lo haga a partir de la prohibición y se base en una jerarquización de las drogas por su grado de peligrosidad y adicción.

No se trata de legalizar a tontas y a locas, sino de diseñar un modelo de regulación que ponga el control de los mercados de estupefacientes en manos del Estado. Los precios se mantendrían altos a través de impuestos y no se permitiría la publicidad, mientras que se harían campañas de salud para desestimular los consumos peligrosos.

Se han hecho ya modelos de legalización que abordan la necesidad de políticas públicas eficaces para prevenir y desalentar el consumo. El más acabado es el de Transform Drug Policy Foundation (http://www.tdpf.org.uk/), que se puede resumir de la siguiente manera: es necesario desarrollar una reglamentación que diferencia a las drogas hoy ilegales en tres grupos. En uno estarían las drogas de peligrosidad baja, como la mariguana, el peyote, los hongos alucinógenos; en otra las de peligrosidad media, como la cocaína, el MDMA, conocido como éxtasis, los ácidos alucinógenos, etcétera; en la tercera estarían las drogas de peligrosidad alta, como los opiáceos inyectables. Para cada categoría, las restricciones de mercado serían diferentes.

La mariguana y otras drogas de peligrosidad baja deberían regirse por una reglamentación similar a la del tabaco y el alcohol, con altos impuestos, prohibición de proveerla a menores, lugares determinados para su venta y demás restriccciones. El modelo de cafés exclusivos que existe en Amsterdam es una posibilidad que evita que se le combine con alcohol y separa mercados, de manera que la oferta de mariguana no se junta con la de la cocaína y otras drogas más peligrosas.

Para el segundo grupo, el de las drogas como la cocaína, las llamadas tachas y los ácidos, dice Transform, su venta se haría en farmacias o expendios especializados, con receta médica y con las advertencias del caso, con estándares de pureza y dosis.

El tercer grupo, el de los opiáceos inyectables y otras drogas de alta peligrosidad como el llamado “cristal”, poderosa metanfetamina, requiere de un enfoque distinto. Lo primero que hay que decir es que hoy la mayoría de los opiáceos son legales y se usan en la industria médica. La heroína salió de las farmacias y ahí debe regresar de manera controlada. A los adictos a los opiáceos inyectables es necesario proveerles de la droga de manera gratuita en espacios sanitarios y promover entre ellos tratamientos de desintoxicación, al tiempo que se emprende una campaña de prevención seria. En la medida en la que no sean los delincuentes los que controlen las ganancias de la heroína o el “cristal”, no habrá incentivos para que existan enganchadores de niños y adolescentes para esas drogas y se podrá reducir sustancialmente el problema, que, aunque reducido en México, devasta a las personas a las que afecta.

Todo ello acompañado de una campaña informativa y educativa sobre los efectos del consumo de substancias, incluidos el tabaco y el alcohol. Pero sin argumentación paranoica, con razones y con información científica. Es la hora de pensar en después de la guerra.

Se acabó la guerra contra las drogas

Jorge Javier Romero
El Universal, 13/05/2010

Hace ya décadas que muchos países cedieron su soberanía, en materia de política de drogas, a los EU, que ha marcado el sentido y el énfasis en la manera que la cuestión del consumo ha sido abordada por los diferentes Estados, al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Durante las últimas tres décadas, EU impuso al mundo su idea de guerra contra las drogas como única opción para enfrentarlas, así en genérico, a partir de un rechazo moral a cualquier substancia que altere la percepción cerebral, con independencia de sus efectos sobre la salud.

El “just say no” de Nancy Reagan fue la síntesis de la política mundial hacia las drogas. Desde luego, la guerra a las drogas implicaba una guerra contra los que las trafican, con la consiguiente demanda de armas por todos los bandos, y el empleo de las fuerzas de seguridad en algo que justifique su crecimiento en número y poder. Reagan y los Bush se empeñaron en una política de combate a la oferta a través de represión y violencia, al grado de provocar que los narcos tuvieran que construir verdaderos ejércitos para enfrentar la represión. El mercado clandestino tenía una demanda sustanciosa que generaba incentivos positivos para tratar de controlarlo, aún a costa del enfrentamiento con el Estado, sobre todo en países con organizaciones con ventaja legítima en la violencia débiles, corruptas y sin capacidad técnica para enfrentar ejércitos con capacidad de corrupción enorme y con recursos para comprar armamento.

Todos adoptaron el enfoque guerrerista de los republicanos de EU. La ONU se comprometió en la guerra y ahí fueron a entramparse países enteros. Primero Colombia, ahora México, ¿después? Si de un conflicto armado se trataba, entonces las drogas se tenían que combatir con las fuerzas armadas, con represión, no con ciencia, educación y libertad. En muchos países, por suerte no en México, a los consumidores se les consideró como combatientes enemigos y se les volvió criminales por consumir.

Con Obama aparecieron señales de un cambio de política hacia las drogas. Nombró a un jefe de policía liberal que entiende el daño social de las drogas, y conoce la diferencia entre éstas  jefe de la política hacia las drogas; dio tregua desde el gobierno federal a las leyes locales de legalización de la mariguana y ahora plantea una estrategia que aumenta la importancia de la atención a la demanda, a partir de prevención y resta énfasis en el combate a la oferta.

Como bien dice Ethan Nadelman, presidente de la Drug Policy Alliance, está claro que Obama quiere alejarse de la retórica de la guerra contra las drogas, pero su nuevo plan deja claro que es adicto a la realidad de la guerra de las drogas, pues en números 64% del presupuesto de la política de drogas seguirá destinándose a la represión del tráfico y el consumo, apenas algo menos que con su antecesor.

Pero al menos en EU comienza una nueva retórica, que convierte al tema en cuestión de salud pública, antes que de represión. Aquí, en cambio, Calderón sigue disfrutando de su guerra, con el reguero de muertos que deja. Y en lugar de propiciar enfoques científicos que promuevan estrategias exitosas para enfrentar con sensatez la cuestión, el secretario de Salud promueve un libro con verdades a medias, a partir de prejuicios y con información sacada de contexto o distorsionada sobre la mariguana.

No es la primera vez que Carmen Fernández, directora de los Centros de Integración Juvenil, hace gala de sus prejuicios y su ignorancia en el tema de la mariguana, pero ahora a través de su libro La legalización de la mariguana: ¿a qué costo?, se ha vuelto la portavoz de la respuesta oficial respecto a los reclamos sociales de legalización, que se materializan en siete iniciativas en las cámaras federales, y que buscan abrir una discusión informada sobre el tema. Frente a éstos, el gobierno federal, representado por Córdova, avala un estudio que no resiste el menor análisis académico serio. Claro que las opiniones científicas son lo de menos. Los políticos han paseado ya el texto en las dos cámaras, con apoyos tan autorizados como el del inefable doctor Kumate, aquel que cuando fue secretario de Salud puso todos los obstáculos posibles a una política basada en evidencias respecto a la propagación del VIH.

Qué diferencia ver a la doctora Herminia Pasantes, Premio Nacional de Ciencias, investigadora emérita de la UNAM, especialista en fisiología celular del cerebro humano, buscando la legalización de la mariguana y oírla responder, con base en conocimiento científico y no en las supercherías de Fernández, a preguntas sobre el daño que hace la mariguana al cerebro. Desde su perspectiva, nada sostiene la prohibición del cannabis para uso lúdico.

¿Estaría la señora Fernández dispuesta a someter su libro a un arbitraje científico serio? Está hecho con recursos públicos y lo menos que se le puede exigir a un Estado laico es que use los recursos sin prejuicios morales o religiosos. Si el libro de la señora pasa la prueba, bien; pero si no, es exigible la renuncia del secretario de Salud por apoyar el uso del dinero fiscal en la promoción de sus creencias.

El contexto

Sí: legalizar
Fernando Escalante Gonzalbo

Legalizar las drogas no va a resolver nuestro problema de inseguridad, pero hay que legalizarlas. De hecho, si se pudiera discutir el asunto con un mínimo de sensatez hace tiempo que se habrían legalizado por la sencilla razón de que la prohibición no sirve de nada. Bien: tampoco ahora se hará, pero habría que hacerlo.

La reacción del gobierno de Estados Unidos en cuanto se menciona el tema es previsible. Cada año un poco más cínica, pero previsible, porque la prohibición es un recurso básico de su política exterior. El consumo de mariguana con fines terapéuticos es legal en 14 estados en Estados Unidos, y dentro de unos meses la venta será legal sin restricciones en California. Al resto del mundo le tocan reprimendas y advertencias muy severas si alguien habla de legalizar. Hace un par de meses el presidente Obama reconoció el fracaso de la prohibición y explicó un cambio en el orden de prioridades: “no podemos seguir con la misma estrategia y esperar mejores resultados”. No obstante, su gobierno exige al resto del mundo que siga precisamente la misma estrategia de siempre. La que no ha dado resultado. Insisto, es previsible. Muy molesto, pero previsible.

Tratemos de poner las cosas en orden. Las drogas pueden ser muy dañinas. La adicción a algunas drogas es catastrófica, como lo es la adicción al alcohol. Ahora bien: discutir sobre la legalización en esos términos no tiene sentido porque la alternativa no es evitar que haya drogas en la calle. No estamos decidiendo si queremos que haya o que no haya drogas. No tenemos esa opción. Al menos eso deberíamos tener todos clarísimo después de un siglo. Va a haber producción, va a haber contrabando y venta de drogas, va a haber consumo, va a haber adictos. Nada de eso se puede impedir. La prohibición no funciona.

Si fuesen legales las drogas resultarían mucho más baratas. Según lo que leo, hasta 80 por ciento más baratas. Y eso podría tener como consecuencia que aumentase el consumo. Sin duda. Harían falta políticas de educación y salud mucho más agresivas, inteligentes y mejor diseñadas que las que hay ahora. Pero tampoco hay que exagerar el riesgo. El alcohol es legal, es barato, y sólo una muy pequeña parte de la población padece alcoholismo.

Volvamos al principio. La prohibición no sirve para impedir que haya drogas. Es absurdo discutirla en esos términos. Pero sí ha contribuido a crear un inmenso mercado ilegal, redes globales de tráfico clandestino, poderosas organizaciones de contrabandistas. Sí ha contribuido a producir niveles escandalosos de violencia en Birmania, Laos, Vietnam, Afganistán, Colombia, México. Sí ha contribuido a aumentar la población penitenciaria en todo el mundo, ha contribuido a que decenas de miles de personas sean encarceladas cada año. Acaso ninguna otra decisión haya impuesto tanto sufrimiento a tantísima gente durante tanto tiempo. Por ese motivo habría que legalizar las drogas: porque la prohibición es inútil y su costo es ya impagable.

Dicho lo cual hay que repetir que la legalización, en el improbable caso de que llegásemos allí, no resolvería el problema de la inseguridad. Algo ayudaría eliminar esa fuente de ingresos, por supuesto. Algo ayudaría eliminar el mercado ilegal de drogas como motivo de competencia y conflicto. Pero eso no es todo. Para decirlo con una fórmula muy simple: el problema no son las drogas. En todo el mundo hay drogas, en todo el mundo hay un mercado ilegal de drogas y organizaciones de traficantes, intermediarios y vendedores de droga al menudeo, pero en muy pocos lugares hay la violencia que ha habido en México en los últimos años.

El problema no son las drogas: el problema es la violencia. Y es difícil decir de dónde viene. Es consecuencia en parte de la desaparición de las inhibiciones y los mecanismos de autocontrol que en situaciones normales excluyen la violencia de nuestro repertorio de conductas. No sabemos por qué. Es consecuencia de la pérdida de legitimidad de instituciones muy básicas. Es consecuencia también, seguramente, de la desaparición de los mecanismos de regulación de los mercados informales y los mercados ilegales que tuvieron vigencia hasta hace quince o veinte años. El hecho es que en algún momento, en la práctica, el asesinato se convirtió en algo trivial, y en el único modo de resolver conflictos en los mercados informales.

Por muchas razones las organizaciones dedicadas al tráfico de drogas están, como se dice, en el ojo del huracán y son responsables acaso de la mayor parte de la violencia. Sería ingenuo, de una ingenuidad peligrosa, pensar que ellas son el problema, que basta con arruinarles el negocio, detener a los jefes o a muchas decenas de miles de encubridores, compadres, achichincles y acompañantes.

¿Legalizar las drogas? Sí, sin duda ninguna. Por humanidad y por sentido común. Pero eso no nos va a resolver el problema.

Those were the days!

SORPRENDENTES MEDICAMENTOS DE NUESTROS ABUELOS O BISABUELOS

 

Heroína Bayer

Un frasco de heroína Bayer. Entre 1890 y 1910,  la heroína era divulgada como un substituto no adictivo de la morfina, y un remedio contra la tos para niños.


Vino de Coca

 

 

El vino de coca Metcalf,  era uno de la gran cantidad de vinos que contenían coca disponibles en el mercado. Todos afirmaban que tenían efectos medicinales,  pero indudablemente,  eran consumidos por su valor «recreativo» también.

 

Vino Mariani

 

 

El Vino Mariani (1865) era el principal vino de coca de su tiempo. El Papa León XIII llevaba siempre un frasco de Vino Mariani consigo y premió a su creador, Ángelo Mariani,  con una medalla de oro.

Maltine

 

 

Este vino de coca,  fue fabricado por Maltine Manufacturing Company de New York. Obtuvo diez medallas de oro. La dosis indicada decía: «Una copa llena junto con, o inmediatamente después, de las refecciones» . Niños en proporción.

Propaganda

 

 

Un peso de papel promocional de C.F. Boehringer & Soehne (Mannheim, Alemania), «los mayores fabricantes del mundo de quinina y cocaína». Este fabricante tenía el orgullo de su posición de líder en el mercado de la cocaína.


Glyco-Heroína

 

 

Propaganda de heroína Martin H. Smith Company, de Nueva York.  La heroína era ampliamente usada no solo como analgésico, sino también como remedio contra el asma, tos y neumonía..  Mezclar heroína con glicerina (y comúnmente azúcar y saborizantes) volvía al opiáceo amargo más agradable para su ingestión oral.

Opio para el asma

 

 

Este National Vaporizer Vapor-OL estaba indicado «Para el asma y otras afecciones espasmódicas» . El líquido volátil era colocado en una olla y calentado con una lámpara de querosene.

Tableta de cocaína (1900)

 

 

Estas tabletas de cocaína eran «Indispensables para los cantantes, maestros y oradores». También calmaban el dolor de garganta y tenían un efecto «reanimador» para que estos profesionales, rindieran el máximo de su performance.

Drops de Cocaína para dolor de dientes – Cura instantánea

 

 

Las gotas de cocaína para el dolor de dientes (1885) eran populares para los niños. No solo acababan con el dolor, sino que también mejoraban el «humor» de los usuarios.

 Opio para bebés recién-nacidos

 

 

¿Usted cree que nuestra vida moderna es confortable? Antiguamente para aquietar bebés recién-nacidos, no era necesario un gran esfuerzo de los padres,  pero si, el opio. Este frasco de paregórico (sedativo)  de Stickney and Poor,  era una mezcla de opio y alcohol que era distribuída del mismo modo que los condimentoss por los cuales la empresa era conocida. «Dosis (Para niños de cinco días, 5 gotas). Dos semanas,  8 gotas. Cinco años,  25 gotas.  Adultos, una cucharada llena.» El producto era muy potente, y contenía 46% de alcohol.