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El debate público

En marcha

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

13/02/2017

La guerra de Trump es contra el proyecto civilizatorio que la humanidad, no sin trabajos, ha construido en las últimas décadas. Frente a la democracia, postula el fascismo. Ante la circulación de ideas, un pensamiento único. Contra el equilibrio de poderes, el presidencialismo sin contrapesos. Contra la prensa y sus libertades, la proclamación de fakenews, que son la nueva versión del ladrón que proclama que lo robaron. En ese empeño, que tiene alcances globales, Trump encuentra aliados naturales en los movimientos de derecha en otros países, así como en los grupos fundamentalistas que lo han apoyado en Estados Unidos. En rechazo a ese oscurantismo, ayer levantamos en Paseo de la Reforma tres convicciones primordiales: libertad, unidad, dignidad.

Con la amenaza del muro, la promoción de rumores y las mentiras que proclaman, Trump y sus asesores tratan de dividir, confundir y debilitar. Gustavo Gordillo explica con lucidez (en La Jornada del sábado) el proyecto de Trump y quienes lo impulsan. En el plano interno busca erosionar dos de los pilares de la democracia americana: el Poder Judicial y los medios de comunicación. Fuera de Estados Unidos quiere trastocar el orden internacional que se ha construido después de la caída del Muro de Berlín: el reconocimiento de la multipolaridad del mundo, los acuerdos internacionales y los organismos que los articulan, los equilibrios militares.

Se trata de un plan de reestructuración del poder global que va mucho más allá de las ocurrencias y tuits de un empresario egocentrista. Es una apuesta costosa, y extraordinariamente riesgosa, para favorecer el negocio de la guerra, traficar con la inseguridad y la incertidumbre, desplazar políticas sociales, reemplazar puentes y flujos de la globalización con nacionalismos excluyentes.

En ese proyecto, México es un engrane esencial y delicado. El discurso de Trump hizo de nuestro país el pretexto inicial de su campaña xenofóbica. Sean cuales sean sus motivos, tenemos que defendernos. Pero es importante reconocer que ese racismo y proteccionismo forman parte de una estrategia mucho más amplia.

Por eso enfrentar a Trump requiere de alianzas y expresiones dentro y fuera de México. Ese fue el sentido de las manifestaciones de ayer, en numerosas ciudades de la República. Por una parte, mostraron la decisión de millones de mexicanos para rechazar las políticas excluyentes de Donald Trump. La unidad en torno a ese objetivo es más importante que las muy variadas apreciaciones que tenemos acerca de la agenda nacional. Esa demostración de consistencia en la pluralidad ha sido una gran lección para la sociedad mexicana, como insistimos más adelante.

En segundo lugar, esas marchas son un mensaje al mundo. El desquiciado de la Casa Blanca se enfrenta a un país capaz de enfrentarlo con vehemencia, convicciones y razones. El despotismo trumpiano ha soliviantado el coraje de los mexicanos no para enfrascarnos en una confrontación sin soluciones, sino para exigir que el gobierno estadunidense respete las leyes, las tradiciones políticas y los compromisos de propio país. Las imágenes de la protesta mexicana recorren hoy las pantallas de todo el mundo. Estábamos en deuda con quienes en otros países, con generosidad y voluntad, se manifestaron antes en defensa de México.

En tercer término, las demostraciones de este domingo expresaron un mensaje de solidaridad con nuestros compatriotas que viven la amenaza de ser perseguidos en Estados Unidos. No están solos, les dijimos ayer en las calles. El efecto simbólico y político de esa demostración no es desdeñable, aunque para que sus consecuencias fructifiquen será necesario que sea el principio de una gran cruzada contra Trump y por los mexicanos en Estados Unidos.

Unas horas antes, el sábado por la tarde, se realizó un extraordinario encuentro en Phoenix, Arizona. Docenas de mexicanos migrantes, entre ellos dirigentes de esa comunidad, se reunieron con periodistas y legisladores mexicanos. En esa reunión que forma parte del proyecto #AgendaMigrante y que fue organizada por Eunice Rendón (ex directora del Instituto de los Mexicanos en el Exterior y articulista en Crónica), el ex canciller y comentarista Jorge G. Castañeda y la revista Nexos, se escucharon preocupaciones y propuestas de nuestros compatriotas en aquel país.

La mayoría de ellos no quiere regresar a México, así que no son suficientes las medidas para recibirlos aquí. Lo que hace falta, antes que nada, es respaldarlos para permanecer allá. Por eso son relevantes, y representan una gran responsabilidad, los compromisos que hizo el escritor Héctor Aguilar Camín: hay que gestionar en México dinero público y privado para respaldar en Estados Unidos la defensa jurídica de los mexicanos que decidan quedarse allá. Y es preciso acercarlos a la sociedad mexicana dándoles visibilidad en los medios de comunicación de nuestro país. Por lo pronto, en el terreno de las acciones simbólicas fue muy importante, y tendría que repetirse en otras ciudades estadunidenses, la presencia de legisladores, dirigentes políticos y comunicadores, además del subsecretario mexicano para América del Norte, Carlos M. Sada.

Las manifestaciones de ayer domingo tienen efecto político inmediato fuera y dentro de México. Es claro el rechazo a los amagos de Trump. Pero también hubo reclamos, muy fuertes, al presidente Enrique Peña Nieto.

No fueron marchas complacientes con nuestro gobierno. Allí se presentaron exigencias muy enfáticas para que la negociación con la Casa Blanca sea transparente, de cara a la sociedad. Y para que el trato con el gobierno de Trump esté claramente orientado por la defensa del interés mexicano. No hay espaldarazo, sino reclamo masivo al presidente Peña.

Esas demostraciones, además, tienen un efecto pedagógico. La sociedad mexicana ha constatado que los ciudadanos podemos salir a las calles, aunque no coincidamos en todos los asuntos. Se puede marchar, además, a pesar de los esfuerzos de quienes se empeñaron en sabotear esas expresiones de un amplio sector de la sociedad.

La convocatoria para la movilización que saldría del Auditorio Nacional para llegar al Ángel de la Independencia fue combatida desde dos inopinados frentes. Por una parte, hubo grupos descontentos porque en esa marcha habría libertad para que, quienes así lo quisieran, expresaran desacuerdos con el gobierno mexicano y no sólo rechazo al de Estados Unidos. Esos grupos convocaron a otra marcha, a la misma hora.

Además, hubo quienes se opusieron a esas movilizaciones porque no recogían la agenda que a ellos les hubiera gustado o porque discrepan con algunos de los convocantes. Con una mezcla de infantilismo berrinchudo y esquirolaje político, algunos personajes, sobre todo de las redes sociodigitales, se dedicaron a propalar mentiras acerca de los propósitos de tales movilizaciones. La intolerancia que expresaron (“si no es mi marcha, entonces la descalifico”) es parte de las vicisitudes de nuestra contrahecha transición política.

Ahora que a diferencia de otros tiempos tenemos libertad para manifestarnos, los obstáculos para expresarnos en las calles los siembran quienes con más frecuencia ejercen esa libertad. Por fortuna, se pudo demostrar que nadie tiene el patrimonio de la protesta pública y que en una sociedad diversa hay causas y banderas variadas. Sobre todo, un amplio segmento de la sociedad organizada coincidió en rechazar las amenazas de Trump.

Frente al boicot de los suspicaces y enojados con ese ejercicio de libertad, las manifestaciones de este domingo mostraron la vitalidad y la decisión de una sociedad agraviada, pero de ninguna manera resignada. Es pertinente reconocer, de manera especial, la presencia en la marcha del rector de la UNAM. Como universitario, me consideré plenamente representado por el doctor Enrique Graue y aplaudí su decisión para respaldar esa marcha que reivindica los mejores valores de la Universidad y que forma parte de una larga lucha por nuestra dignidad nacional.