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El debate público

Encuestas: cuando fracasa la autorregulación

Ricardo Becerra

Animal Político

21/04/2015

Aquí estamos, con el gremio de la demoscopia y como en el Express Oriente de Agatha Christie: durante horas (lo que tarda atravesar bajo tormenta a los Balcanes) sus 15 pasajeros, nadie, hablan del asesinato, aunque todos saben que el crimen fue cometido a muchas manos en el trayecto con el muerto allí, en el vagón de lujo.

Así con ellos: hay un problema muy serio con las encuestas electorales en México, pero evitemos la polémica, mejor hablemos de las cosas nuevas, mutis, paso veloz para atender la nueva campaña electoral.

Quiero decirlo desde el principio para no dejar ninguna duda de mi posición y para provocar una discusión franca y clara. Intentaré proponer, pues, una serie de ideas sueltas, en parte observaciones, en parte testimonio de mi propia experiencia, cuyo orden y síntesis conduce hacia una sola dirección: las encuestas han transitado en mala hora, de ser un instrumento de la confianza y la certeza públicas, a ser parte del pleito político electoral.

No todas, no todos. Hay casas e investigadores serios, pero hay quiénes no lo son o hace rato dejaron de serlo, para saltar alegremente a la instrumentalización de las encuestas, como otro arma arrojadiza de la propaganda electoral.

1) Les propongo recordar una de las páginas más delirantes de la historia electoral de México, una a la que nadie, ninguno de los partidos nacionales, pero tampoco nadie en el gremio de opinión pública, se ha sentido con la obligación de explicar. ¿Qué ocurrió aquella noche fatídica, el 13 de noviembre, en Michoacán?

El propósito no era clarificar, aportar certidumbre sino al revés: generar ruido, confusión, cuánta más y mejor. Los tres candidatos a la gubernatura (del PAN, del PRD y del PRI) en el lapso de 35 minutos, después de cerradas las casillas, en la noche neurótica de la elección, salieron a la palestra con su encuesta bajo el brazo, cada una respaldando su muy particular y respectivo triunfo.

Es imperdonable que partidos de esa importancia, peso y financiamiento público se presten a estrategias tan groseras y desfachatadamente falsas; pero también es sorprendente que desde el gremio de la demoscopia no hayamos tenido una reconstrucción de lo que pasó, una mínima explicación, un deslinde de responsabilidades para que los profesionales serios marquen la frontera que los separa de los charlatanes.

¿Quiénes y por qué se equivocaron tan flagrantemente? ¿Cómo es posible que tuviéramos resultados validados o permitidos por empresas, favorables para cada cliente? ¿Nos conformamos con la burda razón de mercado –todo se vale si el cliente lo paga- o es necesario que desde los propios profesionales se imponga una vara más alta a la eficacia de la acción gremial? ¿Habremos llegado al punto de quiebre, al límite y fracaso de la autorregulación?

2) Michoacán es un episodio extremo, pero no es el único. Desde el año 2010, en el curso de las elecciones locales, hemos visto crecer varias patologías que no anuncian nada bueno para el proceso electoral de este año: publicación masiva, una cuarta parte de los “estudios demoscópicos” de entonces, presentados al respetable, sin firma, metodología ni responsable; “encuestas” que han errado hasta por un diferencial récord de 24 por ciento y, lo más preocupante, la práctica creciente que hace pasar por encuesta a la más burda propaganda disfrazada, los ahora conspicuos push-polls.

Son varios pasos hacia atrás en relación al contexto político y profesional que se había construido desde 1994. Poco a poco, las encuestas se habían convertido en instrumento de certidumbre y de confianza colectiva, emancipándose, precisamente, de las prácticas de mercachifles, de la ausencia de reglas públicas, códigos profesionales y falta de ética gremial.

Todos –autoridades, partidos, candidatos, empresas de opinión pública, medios de comunicación- parecían haber comprendido que el río revuelto de las jugarretas y la confusión, a la larga, erosiona no sólo el juego electoral, sino que acaba minando el prestigio mismo del negocio demoscópico.

3) Y es que la importancia de las encuestas no ha hecho más que crecer en los últimos años. En dos décadas se construyó un vigoroso mercado abierto bien acreditado del que depende una opinión pública alerta y necesitada de información, permanentemente. Tanto es así, que las encuestas son ya una palanca recurrida siempre para la toma de casi todas las decisiones, dentro de los propios partidos, a veces sacralizadas en los estatutos de esos partidos.

Si a la mitad de los años ochenta las encuestas electorales eran vistas con desdén y aún con profunda incredulidad, en los últimos diez años ya no queda actor político significativo que no reconozca el carácter irreemplazable de la información contenida en ellas. Es todo un síntoma de maduración: no quedan dudas acerca de la eficacia de los sondeos de opinión como instrumentos para el conocimiento de los humores públicos.

Todo esto había permitido que las leyes electorales federales se volvieran cada vez más livianas, menos onerosas, más flexibles, precisamente porque se creía y se apostaba al propio mercado y a los profesionales del ramo, a que sus solas fuerzas podrían conducir el desarrollo de los trabajos, acotando y poniendo en su lugar a la información no científica, no válida, no acreditada, por puro interés propio, por profesionalidad del gremio.

Pues bien: desde 2010, al menos, esto ha ocurrido a medias y Michoacán confirmó y amplificó el problema a niveles pocas veces visto, multiplicado por los medios de comunicación y por la irrupción viral y virulenta de las redes sociales.

4) Insisto en este punto porque todavía ayer hubo ponentes que cándida o maléficamente sostuvieron que las encuestas no impactan en el ánimo y en los humores públicos. Eso no se sostiene: las encuestas y sus empresas no son convidados de piedra en el proceso electoral, mucho menos en un contexto dominado por los medios masivos de comunicación, listo para propagarlas.

Los datos son muy elocuentes: los 320 estudios presentados ante el entonces viejo IFE tuvieron una amplísima repercusión en los medios de comunicación. Casi 5 mil notas periodísticas y más de diez mil comentarios rebotando en radio y televisión de todo el país así lo demuestran. Es decir: las encuestas son ya uno de los elementos más recurridos y más frecuentes en la deliberación y conversación pública durante las campañas.

No estoy diciendo –como sostuvo el PRD y López Obrador en su impugnación del 2012- que las encuestas generen el efecto autómata de ciencia ficción, y que conviertan a los votantes enzombies a golpe de repetir un “resultado”, pero es evidente que no son inocentes, que la publicación de resultados –científicos o no- tiene un efecto múltiple en la formación de las preferencias: efecto que va desde la más pura indiferencia del elector hasta la decisión sofisticada de votar estratégicamente.

5) Esto lo sabe el gremio, lo saben los encuestadores que no han podido evadir la del Santo Francisco (de Asís): se saben que mientras más tentados, más amados. Y lo que tenemos es una espiral inflacionaria: los partidos, los medios, las redes sociales están generando una enorme demanda de información, todos los días, cada vez más intensa mientras más intensas y competidas son las campañas, pero esa frenética demanda hace cada vez más y más difícil mantener estándares de calidad, rigor y profesionalismo. Yo creo que las encuestas y los encuestólogos en México enfrentan esta demoniaca tentación: creciente demanda de información y mantenimiento de un mínimo de calidad. El ejemplo de Milenio y GEA del año 2012 ilustra bastante bien lo que llevo dicho.

6) La cosa empeora si nos fijamos en otro dato central, este sí, de la realidad real: México se ha vuelto demasiado ancho, grande, amontonado, dividido, fragmentado y deshilachado socialmente. Una complejidad y una desigualdad que ya no puede ser captada, debidamente, con las tradicionales mil 200 entrevistas en casa, más reposición. Esta es una constatación cierta con la que trabaja ya una institución tan seria como el INEGI: se exigen nuevos métodos, nuevos modelos, muestras más sofisticadas y de mucha mayor cobertura. Y el problema, claro, es que resultan demasiado caras, no hay quien tenga la paciencia para esperar su cuidadosa ejecución, ni hay quien tenga el dinero para financiarlas sostenidamente (o son poquísimos, y se las guardan), ni hay quien pueda surtirlas con el ritmo frenético que exige la neurosis de campaña.

7) Hay otro aspecto que se discute poco porque es incorrecta: pero la sociedad civil organizada –esas legiones de observadores habilitados para dar seguimiento a las piezas electorales- no hacen su trabajo, no hacen su trabajo al menos con las encuestas. Y es que el problema en México no es la falta de información, como lo es de modo rotundo en casi toda América Latina y aún en Estados Unidos. Aquí sí: ¿quiere indagar y explorar los métodos, los ponderadores, las entrevistas, los entrevistados, las bases de datos, todo el arsenal documental de una encuesta? El INE lo tiene, es público, la Secretaría Ejecutiva la pone y dispone religiosamente en Internet… pero nadie la evalúa.

Sostengo que en México sí podemos hacer una autopsia genuina, científica y demostrable, de la calidad de las encuestas electorales, pero aún no se genera esa masa crítica, ese eslabón especializado de la observación electoral que permita exhibir sangre y los huesos de los estudios demoscópicos.

Hay cosas tan evidentes, tan claramente observables como ésta: las encuestas ejecutadas por GEA y publicadas por Milenio en el 2012 entregaron sus documentales en folders, legajos y cientos de hojas impresas, lo que exigía a su vez una legión de pasantes para vaciar la información y hacerla reproducible y evaluable. Era una entrega triste y al cabo, más o menos inútil. En cambio, el periódico Reforma entregó todas sus bases de datos en medios electrónicos, ordenados y reproducible por cualquier programa y hoja de cálculo.

¿Lo ven? Pequeños detalles sin importancia como éste van mostrando la seriedad de unos y la calidad y voluntad de transparencia de otros. Hay que avaluarlo y sobre todo, decirlo.

Pero lo que recolecta el INE es un acervo mucho más rico que demuestra a las claras, rigor y seriedad técnica de las empresas. Si pueden, revisen sólo dos aspectos: la construcción de ponderadores y el público entrevistado (a veces, exactamente el mismo a lo largo de todo el proceso electoral) y podrán darse cuenta por qué algunas casas se acercaron al resultado final y otras de plano se perdieron en su propio potaje estadístico con cifras tan disparatadas e injustificadas como el 20.1%, el 18.4 ó el 17.7 por ciento. Sólo como ayuda a la memoria: la diferencia real y oficial entre el primero y el segundo lugar en la elección presidencial -según los cómputos distritales- fue de 6.62%. Aquí el muestrario del acierto o del error:

Encuestadora JVM EPN AMLO GQT Diferencia primero y segundo lugar, encuestas publicadas
* Demotecnia 21% 35% 25% 4% 10%
OUE 18% 33.40% 27.30% 1.50% 6.10%
Mitofsky 24% 45% 29% 2% 16%
Con Estadística 24.70% 44.40% 26.70% 4.20% 17.70%
Grupo Reforma 24% 41% 31% 4% 10%
GEA-ISA 22.40% 46.90% 28.50% 2.20% 18.40%
ARCOP 31% 39% 27% 3% 8%
Parametría 23.60% 43.90% 28.70% 3.80% 15.20%
BGC-Ulises 25% 44% 28% 3% 16%
Mercaei 27.2% 38.5% 31.0% 3.3% 7.5%
* DEFOE 22% 41% 22% 2% 19%
Ipsos 24% 41% 34% 1% 7%
Buendia&Laredo 24.4% 45% 27.9% 3% 17.1%
El Financiero 22.8% 47.2% 27.1% 2.9% 20.1%
Covarrubias 26% 41% 30% 3% 11%

Notas:  OUE es “Observatorio Universitario Electoral”, cuya manufactura estuvo a cargo de Edmundo Berumen.

Y aunque el deschavetado vocero de la OUE dijo que el 6% representaba un “empate técnico”, la verdad es que el trabajo de Berumen (por el tamaño de la muestra y los ponderadores) anticipó con precisión lo que ocurriría el día de la elección. Insisto, este tipo de autopsias sinceras, esta indagatoria técnica, nos sigue haciendo mucha falta.

8) Termino invocando a los más antiguos, tan antiguo como sociólogo Robert K. Merton que ya en los cincuenta lo sabía muy bien: “… la difusión del cuadro de preferencias de ‘los demás’ contribuye tendencialmente a modificarlas. Una parte de los electores condiciona su voto en función del conocimiento que tiene de las preferencias de los demás”. O para decirlo con un clásico de la encuestología, Herbert Hyman: “A medida que los ciudadanos aprenden a usar su voto…. aprenden a no sólo en función de sí mismos sino en función del voto de los otros”.

Y si no les gusta el Código Electoral mexicano, pueden voltear a ver democracias más desarrolladas, como la francesa, que ha llegado a esta conclusión: “Las encuestas constituyen un elemento de innegable eficacia persuasiva, tienen impacto en las intenciones del voto de franjas importantes…. su papel ya no es meramente auxiliar o medial”. (Declaración del Consejo Constitucional francés, 25 de mayo de 1974).

En mayor o en menor medida, las encuestas inciden en el cuerpo electoral y es natural que lo hagan. Pero, y este es el gran pero, lo que resulta reprobable es que nuestras encuestas no estén comprometidas en la creación de un piso mínimo de confianza, los elementos que posibiliten a electores y partidos no asistir a la elección, a sus resultados, a ciegas o de plano, engañados.

Como cualquier otro artículo de mercado, la gente debe saber su estándar de calidad; el consumidor debe conocer qué encuestas cumplen con las normas mínimas de fiabilidad y cuáles no. En México, ninguna de las encuestas cuenta con póliza de garantía porque no hay quien las emita.

Espero que este evento sirva para reforzar la conciencia de responsabilidad pública del gremio. Una vez que sus productos, que sus encuestas, son difundidas, alcanzan un estatuto superior más allá del negocio particular y se convierten en un asunto público que afecta o impacta a miles y al prestigio y seriedad del gremio. La calidad de las encuestas publicadas se vuelve, así, un asunto de interés general.

En una competencia dura, cerrada, en una que sube de tono, la discordia suscitada por arrojar al público una encuesta mal hecha contribuye a envenenar el ambiente y erosionar la confianza, justamente cuando más se necesita.

Para muchas otras cosas, el gremio ha contado con empresas y organizaciones técnicamente maduras y éticamente solventes, como para poder afrontar un reto de esas características, un reto que, por lo demás, desarrollan otros gremios como los médicos, los abogados y hasta los astrónomos: la tarea común es atajar a charlatanes, ésos que vienen confundir al electorado, a invadir y a distorsionar el ejercicio de la disciplina.

Urge poner en marcha lo que Hyman pedía machaconamente: la sanción por desprestigio. Ésa que debe porvenir sustancialmente del gremio. O al menos la sanción por desprestigio que provenga de una especializada observación electoral y sus instrumentos.

A menos que el modelo necesario ya sea otro: el de la regulación estricta de la autoridad electoral federal, porque a ojos vistas, sí está fracasando la apuesta por la autorregulación.

** Ponencia presentada en el Foro: El nuevo modelo de regulación de encuestas electorales. Encuestas y medios de comunicación emergentes (INE-AMAI-CEDE-IIJ). 20 de marzo de 2015.