Categorías
El debate público

Encuestas por democracia

 

 

 

Ricardo Becerra

La Crónica

19/08/2018

 

Ya sé que hay motivos para el cotorreo y la chunga pero creo que debemos tomar muy en serio lo que dice y lo que hace nuestro Presidente electo. El viernes pasado decidió impulsar una consulta a la población de todo el país sobre lo que el otro Presidente (el que está en funciones) ha llamado “la obra de infraestructura más importante de América Latina”, o sea, el Nuevo Aeropuerto Internacional de México, enTexcoco.

Registran los medios: “Se pueden poner mesas en las plazas públicas y la gente se organiza para recibir los votos; otra forma es una encuesta nacional con vigilancia de los ciudadanos para que no quede ninguna sospecha”.

Eso dijo el licenciado López Obrador, toda una novedad política que hace saltar el tablero en muchas direcciones e introduce un montón de acertijos a descifrar en las siguientes semanas. Aquí van algunos.

¿Qué opina el presidente Peña y su secretario de Comunicaciones acerca de los documentos y de la consulta anunciada el viernes? ¿No nos harán el favor de ofrecer, a sus todavía gobernados, la opinión técnica de nuestro gobierno?

Según la Constitución, las consultas populares las impulsa 1) El Presidente en funciones; 2) El 33 por ciento de legisladores en alguna de las Cámaras o, 3) El dos por ciento de ciudadanos inscritos en el padrón electoral. Lo más importante: se llevan a cabo el mismo día de las elecciones federales. Todo lo cual quiere decir: la consulta fechada ya para finales de octubre, no correrá por el carril constitucional y quizás por eso, el Presidente electo se abrió una rendija: una encuesta nacional.

El acertijo que sigue es ¿por qué el pueblo mexicano debe pronunciarse sólo ante dos opciones? Que continúe la obra (concesionado, en manos de privados, con la menor inversión pública posible) versus, el proyecto presentado por el ingeniero Riobóo (escindir operaciones y habilitar Santa Lucía). Me temo que el asunto tiene otras alternativas, permite combinaciones, puedo decir, iniciativas superiores, técnica y financieramente, que las ventiladas el viernes. La consulta debe ser más democrática, amplia y diversa como lo es, el problema mismo.

Hay un error que ya nos tiene hechos bola: tanto el presidente Peña como el Presidente electo están poniendo las cosas, sobre todo, en manos de los constructores, pero en este tipo de obras los países serios colocan al frente a los operadores. Por eso el entuerto al que se refirió López Obrador: no se puede operar —simultáneamente— ni Santa Lucía ni el actual Benito Juárez porque el ascenso o descenso de los aviones corren por los mismos “conos” aéreos. ¿No sería bueno ir más allá del grupo MITRE y acudir a los grandes operadores mundiales que han hecho posible al Charles de Gaulle en Francia, el H-J de Atlanta, el Incheon de Corea del Sur o el Changui de Singapur? O sea: ¿no es más lógico acudir con quienes tienen experiencia de operación y obra en aeropuertos del tamaño qué nos propuso Foster?

Luego viene la complejidad del tema. El cálculo realista del crecimiento en la demanda de pasajeros y de carga para los siguientes 25 años; el desmesurado tamaño del edificio de la terminal que supone la operación de cinco pistas, cuando, al menos dos, no serán pavimentadas sino hasta después del 2030; los ejemplos internacionales de proyectos escalables, que no se proponen construirlo todo de una sola vez, sino a lo largo del tiempo, en varias fases, para racionalizar la exigencia de recursos; los costos de las grandes obras de infraestructura asociadas al aeropuerto, que ni siquiera se conocen (la obra hidráulica, la de los hundimientos de suelo, la remediación ambiental, etcétera); la necesidad de un plan nacional de aeropuertos para conocer los proyectos que otros estados del país despliegan ahora mismo y cómo pueden afectar al flujo del NAIM; y el plan de movilidad a escala metropolitana para entrar y salir del NAIM, además del olvidado plan de infraestructura logística.

¿Y la Ciudad de México? ¿Qué va a pasar con el ­terreno que deja el aeropuerto actual? ¿No deberían verse ­como proyectos paralelos, como una gran oportunidad de pagar nuestras deudas sociales con el oriente de la Ciudad?

Es política, no técnica: preguntar y hablar con todos, acudir con los que saben, documentar, informar, conocer en serio la experiencia del mundo, debatir públicamente sobre un tema decisivo y luego de todo eso, ­hacerse cargo de una definición de Estado. Se llama democracia. Tocar la puerta para que las personas adivinen entre dos alternativas prejuzgadas es… una mala encuesta o ganas de endosar al pueblo la responsabilidad de una mala decisión.