Categorías
El debate público

Formas de ser oposición (I)

Uno de los libros más interesantes, producto de la alarma por la ola antidemocrática en gran parte del mundo, es el de la pensadora turca Ece Temerlukan (Siete pasos de la democracia a la dictadura, 2019). Interesante por ser un metaescrito, un resumen con ventaja de haber sido elaborado después de publicada la primera gran camada de literatura mundial en estos tiempos de decodificación del populismo (incluyendo el libro de Nadia Urbinati, Yo el pueblo o el de Timothy Snyder, Camino hacia la no libertad).

Pues bien, Temerlukan se pregunta si los populismos son la estación de llegada para procesos históricos que no nos gusta reconocer, aunque son bastante comunes: el fracaso de las democracias.

Según esta tesis, cuando las muy imperfectas democracias llegan a su límite, y han dado oportunidad a gobiernos de un lado y de otro, de un partido y de otro, y los más graves problemas siguen irresueltos, los propios mecanismos de la democracia hacen surgir las fuerzas y los personajes que la rechazan. Y éste, el sino de nuestra época.

No es que la democracia haya fallado en lo que ella ofrece (elecciones pacíficas, alternancias en orden, libertades garantizadas). Lo que ocurre es que los gobiernos que han sido electos en el siglo XXI, han sido dominados por poderosas ideas e intereses que engendran enormes fracasos sociales.

Incluso liberales a toda prueba son capaces de reconocer que la liberalización de los mercados, la desregulación, privatización, la disminución del gasto público y el resto del santoral neoliberal han derivado en una sociedad mucho peor y mucho más angustiante que la que teníamos en los años setenta con todo y su pax atómica. Las protestas en América Latina se explican en mucho por esa inseguridad producida. Y es entonces que la democracia paga por pecados que ella no cometió. Su erosión constituye el último de los grandes fracasos según esta secuencia histórica en la que estamos metidos.

Es apenas el punto de arranque del libro de Temerlukan, porque nuestra autora está más preocupada en enfrentar el problema y ofrecer un puñado de fórmulas que sean útiles para evitar el final catastrófico. Y lo hace con plena conciencia de la dificultad pues los monstruos populistas tienen la peculiaridad de hablar y actuar en nombre “del pueblo”, no son una opción política entre otras, no se andan con naderías, ni timideces pluralistas, sino que han llegado para reconciliar por fin una sociedad que andaba perdida. En esas condiciones, dice, cambia también la idea misma de ser oposición.

El juego es más complejo porque se trata de preservar las banderas propias (socialdemócratas, socialcristianas, derechas, centros o izquierdas variopintas) sabiendo al mismo tiempo, plantar un programa que las congregue a todas ellas. El programa doble de la defensa de la república y la democracia. ¿Ven lo complicado? Mantener identidad y un puente con fuerzas discordantes (incluso diametralmente distintas).

Y su ruta está determinada en cuatro pistas: el Congreso, los tribunales, las elecciones y las manifestaciones rigurosamente pacíficas, rigurosamente ordenadas.

Contrario a las continuas tentaciones en las que caen las fuerzas autoritarias, esta oposición debe mantenerse en el canon estricto de la legalidad y hacer de esa legalidad su único terreno.

Si estas cuestiones están perfectamente interiorizadas en esa oposición, el primer y principal mensaje hacia la sociedad está dado: el pluralismo subsiste en la tolerancia mutua, esa que los populistas y autoritarios, no saben o no quieren poseer…

(continuará).