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El debate público

Guía para criticar al gusto

José Woldenberg

Reforma

29/09/2016

Instalada la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México y conocido el proyecto de Constitución que envió el jefe de Gobierno, han aparecido (no podía ser de otra manera) una buena cauda de reservas tanto a la celebración del evento como a algunos de los contenidos del documento base para la discusión.

Hay por lo menos seis maneras de ser crítico en relación al evento: tres que aprendí desde hace años gracias a uno de mis clásicos: Albert O. Hirschman y tres de nuevo cuño. Las de él son reglas generales, las recientes son de coyuntura. Hirschman develó y analizó los resortes que de manera mecánica se activan ante cualquier intento de cambio. Se trata de reacciones bien aceitadas por una larga tradición y que pueden resumirse en tres tesis consagradas, que él denominaba de la perversidad, de la futilidad y del riesgo. Si usted no se quiere exponer intentando un cambio, si lo que ambiciona es mantener el statu quo, siempre podrá hacer uso de alguna de las tres (ojo: las tres no son compatibles entre sí).

1) La tesis de la perversidad proclama que buscando un bien, lo que se consigue es producir mal: «Según este argumento, la tentativa de empujar a la sociedad en una determinada dirección resultará, en efecto, en un movimiento, pero en dirección opuesta».

2) La de la futilidad afirma que todo pretendido cambio es de fachada, cosmético, insustancial, anodino. Sólo cambian las apariencias porque en el fondo todo seguirá igual.

3) La tesis del riesgo apunta que la transformación que se propone eventualmente puede ser venturosa, pero que implicará costos y consecuencias perversos; y que lo poco que se gana llevará a perder con creces asuntos más relevantes. En suma, lo mejor es no moverle. (Retóricas de la intransigencia. Traducción: Tomás Segovia. FCE. 1991).

Por cierto, Hirschman nunca escribió que esa retórica no pudiera tener, en algunos casos, gramos de razón o la razón completa, pero lo que a él le interesaba exponer era cómo a cada ola transformadora (en materia de derechos civiles, políticos y sociales), se activaban invariablemente los resortes conservadores.

Ahora, además de esas tres reacciones, pueden observarse por lo menos otras tres, bien forjadas en México.

4) Los que cotejarán los resultados de la Asamblea Constituyente contra sus propias expectativas. Cada quien (individuo o colectividad), al final, evaluará los logros de la Asamblea contra sus propias ilusiones, querencias, esperanzas o intereses. Y ya lo podemos enunciar desde ahora, lo más probable es que todas o algunas de ellas se queden cortas, que sean defraudadas. Es una profecía autocumplida, porque, en efecto, será difícil que un texto, producto de complejas negociaciones políticas pueda cumplir con las ilusiones no del respetable, sino de los voceros «acreditados» del mismo.

5) No son pocos ni irrelevantes los que han apuntado -y con razón- que el texto de la propuesta no resulta armónico. Y en efecto, como fruto de muchas manos no es difícil detectar sus asimetrías, sus promesas «desbordadas», su jerarquía contrahecha. Si cada uno de los 18 o 23 o 28 de los integrantes de la Comisión Redactora que acompañó al jefe de Gobierno, hubiese escrito su propia Constitución, ésta habría resultado más estética, más limpia, pero un trabajo colegiado -al que todavía le falta el modelaje de otras 100 personas, los constituyentes- difícilmente puede resultar sin «chipotes» y «hendiduras». Se trata de un ejercicio político, no académico.

6) Otros más han criticado la fórmula de integración de la Asamblea: 60 constituyentes electos y 40 designados. Y en efecto, ni cómo defender esa receta. Todos debieron ser electos. Se trata de un principio democrático que debiera ser incontrovertible. Pero entiendo que la fórmula fue fruto de una negociación y que sin ella no se hubiese abierto la puerta para la celebración de la Asamblea. O para decirlo de otra manera: a algunos no les gusta hacer política con restricciones (a mí tampoco, por eso me dedico a comentarla), pero me temo que en la época del pluralismo equilibrado que habita el mundo de la representación no hay de otra.

Así, adelanto que mi evaluación de la Asamblea será apreciar si lo que de ella emerge es superior a lo que teníamos con anterioridad. Un método minimalista, dirán unos, más bien realista, diría yo.