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El debate público

Krauze: memoria y desaliento

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

05/05/2016

El desaliento es lastre, quizá inevitable, de las sociedades contemporáneas. Hoy conocemos, con más detalle que nunca, los contraluces de la realidad social y política, y en ella encontramos más causas para el desánimo que para la confianza. La abundancia de insuficiencias, abusos y catástrofes les permite a los medios subrayar los ángulos tremendistas de la vida pública. La información abundante conduce al realismo y éste, al pesimismo.
El desaliento es algo más que una actitud ante la realidad. Se trata, además, del estancamiento en nuestra disposición para actuar. “Decaimiento del ánimo”, lo define el Diccionario. En las personas se emparenta con la depresión. En las sociedades, el desaliento puede conducir a la carencia deespíritu para reaccionar, cuestionar, cambiar.
El diagnóstico resulta esencial. ¿Tenemos una sociedad empantanada en el cansancio? Enrique Krauze titula “Desaliento de México” a un sugerente ensayo en la edición de mayo de Letras Libres. “Vulnerabilidad, zozobra y desánimo” nos agobian, explica. Hay grandes rezagos que la democracia no resolvió. La colusión del crimen organizado con políticos y policías corruptos devasta la seguridad en importantes zonas del país y nos deja a todos en una creciente inermidad. La pobreza y la desigualdad no mejoran. Este no es el escenario que queríamos cuando transformamos instituciones políticas para apostar a la democracia electoral.
Krauze hace una descripción ponderada de la situación mexicana, aunque a ratos se deja cautivar por caracterizaciones simplistas. El crimen de los jóvenes de Ayotzinapa suscitó una reacción nacional “de furia” en la cual hay quienes, como Francisco Toledo, el mayor artista visual de México, creen que “quien fomenta la violencia es el gobierno”. El maestro Toledo tiene enormes méritos plásticos, pero esa evaluación no es la más acertada y Krauze no la discute.
Ante el auge de la delincuencia, la desconfianza y el temor propician que “casi nadie denuncia los delitos”. Eso tampoco es cierto. A partir de esas apreciaciones, suscitadas más por un enfoque nutrido en el desánimo que por un diagnóstico apuntalado en hechos, el autor considera que “El Estado mexicano, en su conjunto, ha sido ineficaz para combatir el crimen y ha fracasado en reducir, así sea mínimamente, la plaga de la impunidad”.
Nuestra procuración de justicia es una vergüenza y la colusión va de la mano con la improvisación, pero no se puede afirmar que todo ha  fracasado. Los capos más sanguinarios están en la cárcel (el más famoso de ellos ahora, incluso, en un penal distinto por motivos de seguridad). Hacia el final de su texto Krauze reconoce que varios de los grupos criminales han sido reducidos.
Igual que muchos otros autores, Enrique Krauze considera que la transición política mexicana tuvo un parteaguas con el cambio de gobierno en 2000. Indudablemente el desplazamiento del PRI fue un hecho histórico. Pero el cambio político, lejos de haber comenzado con ese episodio, fue resultado de un proceso que había arrancado tiempo antes y que no se suspendió en el gobierno de Vicente Fox.
El autor encuentra que, cuando el PRI se quedó sin la presidencia y la mayoría en el Congreso, hubo una “pérdida de control” gracias a la cual terminó la censura a los medios: hasta 1994 “el ‘sistema’ censuraba la radio y la televisión”. En realidad en aquel año se pudo constatar que los controles gubernamentales sobre los medios electrónicos eran ya tan ineficaces que la rebelión zapatista fue reseñada, incluso con errores y abusos, con amplísima libertad en todos los medios que quisieron hacerlo. Sin embargo, la censura no se desmoronó del todo. En los estados, los gobiernos del PRI, y luego los de otros signos políticos, siguieron presionando y en ocasiones manipulando a medios locales y nacionales. El mismo gobierno de Fox y luego los siguientes, incluyendo la oficina de Comunicación del actual Presidente, han empleado diversas formas de coacción, sobre todo el manejo de la publicidad oficial, para golpear y premiar a medios impresos y de radiodifusión.
Menciono el caso de los medios porque es paradigmático de la transición incompleta que seguimos experimentando. El cambio político en el texto de Krauze no es entendido como proceso, con avances pero también estancamientos, sino más bien como resultado de acontecimientos drásticos. De la importancia que él y otros autores le asignaron al resultado electoral de 2000 da cuenta esta expresión: “muchos pensamos que la democracia, como ideal y como un proceso político ordenado, traería consigo una era de paz, prosperidad y justicia. Fue una ingenuidad”.
Muchos, en efecto, eso creyeron. Algunos otros quisimos hacer tres matices. El primero de ellos sostenía que no había que esperarlo todo de la democracia electoral que es indispensable, pero de ninguna manera suficiente. La segunda acotación expresaba reservas acerca de Vicente Fox, cuyo talante populista, así como sus limitaciones intelectuales, no auguraban un desenlace propicio para ese gobierno. En tercer lugar también dijimos que la democracia, entendida de manera cabal, no implicaba únicamente el funcionamiento de las elecciones (que ya era un enorme paso adelante), sino además la reforma de instituciones como los medios de comunicación y los sindicatos. En eso seguimos.
El esfuerzo de Krauze para no presentar un fresco solamente en blanco y negro es muy apreciable. “México es muchos Méxicos”, aclara. Incluso, identifica la dificultad cardinal que tanto padecemos para entender las complejidades de nuestra realidad. Quien se queda atrapado en el desánimo “no hace distinciones ni admite los matices necesarios”.
Los jóvenes de ahora, que no padecieron las grandes crisis económicas de 1982 y 1996 ni vivieron los peores tiempos del autoritarismo político priista, no tienen puntos de comparación para apreciar la situación actual, explica Krauze. Es cierto, aunque nada exime a una generación del deber de mirar hacia el pasado inmediato. Pero quienes venimos de generaciones anteriores hemos cometido el error de pertrecharnos en generalizaciones y mitificaciones fáciles, o simplemente de no hacer un recuento equilibrado de lo que nos ha tocado presenciar.
El mismo Enrique Krauze incurre en esas fórmulas cuando, para recordar la costumbre del fraude electoral, dice que “en 1988, el repertorio se enriqueció con la manipulación electrónica de resultados, que permitió al PRI robar la elección presidencial”. No es el tema del ensayo ni del balance que ahora hace falta, pero en aquel año el Revolucionario Institucional ganó la mayoría de los sufragios y, luego, abultó los resultados para que pareciera que su candidato presidencial había recibido una votación todavía mayor. Hay estudios, encuestas y testimonios que así lo señalan, aunque la versión más popular ha sostenido, erróneamente, que a Cuauhtémoc Cárdenas le robaron la presidencia.
Pero tiene razón Krauze cuando dice que “el pasado inmediato no está presente en el debate público”. Desde luego no basta con recordar que todo tiempo pasado fue peor. En el presente hay motivos de sobra para la insatisfacción ciudadana, comenzando por la corrupción y la impunidad. “La construcción de un genuino Estado de derecho… es un proyecto de largo plazo y será la misión de las generaciones jóvenes”, apunta Krauze, aunque esa tarea no comenzará de cero. El Estado que ya tenemos, con todo y sus contrahechuras, es el que resulta necesario reformar y actualizar.
A contrapelo del estado de ánimo que identifica en la sociedad, Krauze tiene una envidiable confianza en el papel de los jóvenes que hoy protestan en redes digitales y que en 2018 podrían respaldar “un candidato ciudadano propio”. Antes, recuerda que está vigente el riesgo de “un caudillo mesiánico”. Supongo que Krauze piensa en López Obrador, cuyo mesianismo tropical describió hace algunos años en otro inteligente ensayo. Pero un candidato “ciudadano” también podría ser abanderado del populismo y la demagogia. La independencia, real o reciente respecto de los partidos, no es garantía de comportamiento democrático. Tampoco la juventud.