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El debate público

La estrategia de la ira

Ricardo Becerra

La Crónica

24/07/2016

Sigo horrorizado por lo que ví y escuché desde Cleveland, en la convención republicana de los Estados Unidos. Esa gran pantalla -que Goebbels hubiera envidiado- para agigantar las amenazas. Esas decenas de banderas puestas allí para subrayar su extremo fervor patriotero; y su cadencia al hablar durante más de una hora, frase tras frase, directo, enfurecido, con ese mohín labial característico que se yergue tras su dedo acusador. Una escenografía para intimidar, advertir y retar. Montaje nazi en alta definición.
Y lo que dijo: “Vamos a construir un muro para evitar la entrada de inmigrantes ilegales y la droga”. Conmovió a una audiencia enloquecida, atrayendo a tres madres cuyos hijos murieron por obra de inmigrantes ilegales. ¿Para qué perder el tiempo en argumentos, en derechos o libertades, si estos tres ejemplos están aquí, ante sus ojos?
Aún más asombrosa fue la furia de Trump contra Hillary Clinton y la reacción de aquella turba: “Enciérrenla, enciérrenla”. Y aunque el magnate no hizo eco de los más chiflados en la convención, también la sentenció, y de qué manera: “Clinton propone una migración masiva y una falta de respeto por la ley masiva”. “Hillary Clinton es una mentirosa. Hillary Clinton es una corrupta”. “Muerte, destrucción, terrorismo y debilidad, éste es el legado de Hillary Clinton”.
Y por supuesto la oferta esencial de su mensaje: “Restauraré la ley y el orden en este país”. El apocalipsis de la inseguridad está aquí y lo que necesitamos es cero tolerancia (para eso llegó y habló Rudolph Giuliani), mano dura, política interior y exterior implacables. “Solo yo puedo arreglarlo”, “yo soy su voz”, “yo soy la voz de nuestro pueblo norteamericano”.
Es sorprendente que las democracias más antiguas estén dando espectáculos como éste. Primero el Brexit de Inglaterra y ahora Donald Trump, el payaso que causaba risillas y en el que nadie creía, pero que puso en jaque a la estructura completa del partido de Abraham Lincoln. Ahora puede ser el Presidente del país más importante para México y ¿qué vamos a hacer?
No está mal que el presidente Peña Nieto, al mismo tiempo que transcurría la delirante convención, haya visitado Washington, en la Casa Blanca, conversando con el Presidente Obama en una imagen de suyo elocuente. Pero lo que dijo, no es para tranquilizar a nadie: “No me involucraré en la elección de los Estados Unidos… y ofrezco un diálogo franco y abierto al ganador de la elección en noviembre”.
¿Estamos seguros que no debemos hacer nada más, nosotros, México y los mexicanos, que hemos sido el blanco del desprecio y de los mayores y más frecuentes insultos en la campaña del republicano?
Soy de los que cree que hay muchas cosas qué explicar y otras más qué hacer, no en el terreno electoral claro, pero si en el orden económico, político y cultural ante una amenaza planteada tan descaradamente por el señor Trump.
Nos corresponde elaborar una política no para atizar la confrontación sino para contrarrestar, con verdades y racionalidad, las tesis absurdas, el sentido común furibundo y la ira de Trump. Por ejemplo, el hecho de que para 29 estados del país norteamericano, México es el destino número uno (o el dos) para sus exportaciones, es decir, un motor para su propio empleo y crecimiento. Había que recordarles a los norteamericanos que ninguna otra nación ha estado dispuesta a pagar tan alto precio por una guerra (contra las drogas) que fue declarada en la Unión Americana. Que el progreso mutuo requiere de una modernización -de común acuerdo- en la infraestructura fronteriza o que lejos de tener un enemigo al sur, está la posibilidad de compartir un proyecto de común civilización que tanto necesita frente a la amenaza –esa sí real- del terrorismo.
¿No es hora de convocar al Congreso norteamericano para discutir y documentar estas cosas? ¿No es hora de que los gobernadores fronterizos se pronuncien? ¿Las universidades y los intelectuales? ¿No es hora de hacer una proposición seria de acercamiento y profundización de nuestras relaciones, que tienda a minimizar esas ansiedades generadas por el racismo y el populismo descarnado?
Las consignas de Cleveland deben topar con una estrategia activa de información, propuestas nuevas, puentes y valores en común. La amenaza es demasiado grande, como para que los mexicanos nos encojamos de hombres y, resignados, contemplemos el triunfo de la estrategia de la ira.