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El debate público

La izquierda confundida

 

 

 

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

06/08/2018

La izquierda mexicana está confundida. No se encuentra en donde algunos creen. En donde sí está, no sabe a dónde ir. Morena y su dirigente no son de izquierda, en primer lugar porque jamás han pretendido serlo. Ese partido-movimiento apunta a la reedición, con algunos rasgos nuevos, del antiguo priismo y mantiene una retórica y prácticas populistas que se parecen a lo que algunos consideran que es la izquierda pero que en realidad son antitéticas con ella.

En Morena hay dirigentes con trayectoria de izquierda pero subordinados a un liderazgo que no es de ese signo. Los antecedentes de algunos de ellos y sobre todo la costumbre en los medios para etiquetar a figuras y grupos políticos, han propiciado que se diga que López Obrador y su partido son de izquierda.

Muchos antiguos simpatizantes de causas y organizaciones de izquierdas, hartos de los despropósitos de otros partidos, han encontrado en ese dirigente la encarnación de sus anhelos de cambio social. Pero Morena y AMLO, a diferencia de las izquierdas, no tienen un proyecto de transformación sino, en muchos casos, de restauración del viejo régimen político. Las izquierdas por lo general miran hacia el futuro; el próximo presidente se cobija fundamentalmente en el pasado.

La izquierda, o para decirlo con más propiedad las izquierdas, no son patrimonio de nadie. Ni siquiera el término: cada quien puede tener su propia concepción de esa ubicación política. Para muchos la izquierda es un estado de ánimo, sobre todo contestatario, irreverente, exigente. En otras ocasiones se le identifica con la reivindicación de la dictadura del proletariado, aunque la creciente complejidad de las sociedades y la difuminación de la lucha de clases dejó atrás esa aspiración.

En otras ocasiones a las izquierdas se la sitúa al lado de los desposeídos, en contra del despotismo, equidistante al conservadurismo y/o comprometida con el progreso. Como no hay una acepción generalizada sobre ellas, cada cual se coloca o no bajo ese paraguas ideológico. La conocida explicación tradicional que viene de los emplazamientos en la Asamblea francesa, ofrece un criterio fundamental pero hoy en día insuficiente. La izquierda está por el cambio, aunque también lo están diversas formaciones de derechas que no son conservadoras.

El término es tan holgado que ahora se llega a considerar de izquierdas lo mismo a gobernantes totalitarios como los de Nicaragua, Venezuela y Cuba, que a comentaristas dispuestos a justificar esos y otros regímenes antidemocráticos. Se dicen de izquierda líderes sindicales perpetuados por décadas en cargos de dirección, manipuladores de demandas populares, escritores y académicos estancados en la demagogia, tuiteros que injurian y sabotean. Con esos compañeros de viaje, es natural que la izquierda esté desprestigiada. Lo está, además, por la descalificación que desde otras posiciones políticas se hace de sus causas y aspiraciones, por la apropiación que se hace de ese término y desde luego por los frecuentes errores de las izquierdas, que no son pocos ni irrelevantes.

Aún así, y por eso mismo, la izquierda es indispensable como contrapeso de otras posiciones, como fuente de exigencia crítica y lo sería también, si pudiera llenar ese vacío, como referencia ética. La izquierda necesaria es aquella que quiera y pueda comprometerse en la construcción del futuro sin conformismos y sin aventurerismos.

A la izquierda, más que encasillarse en una definición, le hace falta construir un perfil propio a partir de sus tradiciones (el compromiso con los que menos tienen, el rechazo a los abusos, la autoridad moral fraguada en la resistencia a tentaciones y persecuciones) y de cara a los desafíos que plantean las sociedades abiertas y complejas de hoy en día.

Una izquierda moderna tendría que ocuparse de las siguientes seis preocupaciones.

1. La lid contra la desigualdad. La aspiración igualitaria nunca será satisfecha del todo, pero en sociedades intensamente inequitativas ese afán constituye la expresión más elemental, y más necesaria, de la batalla por la justicia. Una izquierda auténticamente identificada con ese compromiso propone medidas prácticas y no se conforma con hacer retórica a propósito de la pobreza. Es preciso garantizar un ingreso mínimo a todas las personas y para ello hacen falta políticas de redistribución rigurosas, permanentes y eficaces.

La cuestión fiscal es insustituible en una política para aminorar la pobreza y acotar la desigualdad. La izquierda en México, salvo excepciones, se ha mimetizado al discurso económico conservador y le aterra hablar de aumento de impuestos o de recursos de política económica como el déficit fiscal. Una izquierda moderna apuesta por el fortalecimiento del Estado lo cual no significa sobredimensionarlo sino ponerlo, con eficiencia pero con recursos, al servicio de la sociedad. El eje del combate a la desigualdad es la economía pero no puede agotarse allí.

2. Reivindicar a la democracia. Todos hablan de ella pero, en la práctica, pocos se comprometen con la democracia. Apostar por la democracia implica respaldar sus mecanismos y sus resultados. Sin embargo, en las izquierdas hay quienes consideran que los propósitos políticos justifican los medios y sólo son demócratas cuando las consecuencias de la democracia les convienen.

La convicción democrática se manifiesta no únicamente respecto de la vida política nacional. Antes que nada, la democracia se ejerce en los entornos más inmediatos. Las organizaciones de izquierda, para ser tales, tendrían que garantizar la existencia de procedimientos democráticos para la deliberación constante, la existencia de corrientes internas, la designación de dirigentes y candidatos y la transparencia hacia el resto de la sociedad. La izquierda es lo que son sus propuestas, pero también su comportamiento político.

3. Derechos humanos y libertades de las personas. No hay izquierda al margen de la reivindicación de los derechos humanos, entre ellos las garantías para que las personas puedan ejercer sus decisiones y preferencias sin más limitación que los derechos de terceros. Temas como aborto y matrimonio igualitario, reconocimiento pleno y constante de los derechos de las mujeres, eutanasia, y despenalización de las drogas, forman parte indispensable de la agenda de una izquierda contemporánea. Los derechos de las personas son irrenunciables en una sociedad abierta.

4. Tolerancia, discrepancia, deliberación. Ninguna formación política —la izquierda tampoco— representa a todos. La sociedad es inevitable, y quizá venturosamente, diversa y plural. El reconocimiento de que forma parte de esa sociedad, implica que la izquierda no se considera al margen ni mucho menos por encima de ella. Sus propuestas y aspiraciones sólo pueden prosperar en la medida en que convenza o establezca acuerdos con los ciudadanos y organizaciones que tienen otros puntos de vista. Ese es, dicho de otra manera, el meollo de la política. Si quiere hacer política en esta sociedad plural y diversa, la izquierda tiene que persuadir pero además ha de estar dispuesta siempre a los acuerdos y a la negociación, precisamente, política.

La política en esas circunstancias sólo puede hacerse cuando quienes la practican se reconocen como interlocutores, con respeto sin demérito de sus diferencias y con disposición a entender las razones de otros. Esa condición de iguales, en tanto que cada parte tiene los mismos derechos básicos, implica que la vida pública sea democrática y laica. El laicismo es un principio cardinal para la izquierda moderna. Las convicciones o las posiciones religiosas, o sus símbolos y tradiciones, no confieren ninguna autoridad en el ejercicio de la política. Los fundamentalismos son por definición refractarios al intercambio y, así, a la igualdad entre las personas. Ningún dogma, sea religioso, político o ideológico, es admisible en el debate democrático.

5. Verdad y racionalidad. A pesar de los innegables avances de nuestra civilización y de la abundantísima información de la que disponemos hoy en día, en nuestras sociedades se mantienen inquietantes pulsiones de carácter irracional. El pensamiento mágico, las supercherías, la negación de hechos científicos, son patologías sociales que contradicen a la ilustración. En distintas latitudes, el pensamiento irracional está asociado al auge del conservadurismo político.

Cada quien tiene derecho a creer en lo que quiera pero no a imponer a otros sus creencias o supersticiones, mucho menos a pretender que sean parte de proyectos políticos o políticas públicas. Durante mucho tiempo la izquierda fue el bando de las ideas. Para seguir siéndolo tiene que estar al margen de las seudociencias, anteponer los hechos a las creencias, defender la verdad por incómoda que sea y reivindicar, en toda circunstancia, la racionalidad.

6. Voluntad autocrítica. El talante crítico que mantiene respecto de todos los actores de la vida pública, la izquierda tiene que ejercerlo también respecto de si misma. La izquierda moderna está contra todo fundamentalismo, respeta a los ciudadanos y para influir en el espacio público sostiene posiciones, las argumenta y explica, debate sin descalificaciones pero sin temor a la confrontación de ideas, reconoce errores, subraya la complejidad de los problemas, elude las soluciones simples. Esa actitud no es fácil de sostener en un entorno tan proclive a las simplificaciones como el que define a nuestras sociedades.

A las izquierdas, históricamente, las ha identificado la vocación por el debate y las ideas. Hoy más que en otros tiempos, y para remontar sus confusiones, se requiere una izquierda que apueste al debate público, con perseverancia y tolerancia pero también con exigencia. No sé si esa izquierda, comprometida con los seis valores que he enumerado, sea posible hoy en México. Estoy convencido de que es indispensable.