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El debate público

La oquedad en la izquierda

Jorge Javier Romero Vadillo

Sin Embargo

25/05/2017

La izquierda mexicana ha sido históricamente débil. Durante la época clásica del régimen del PRI, los grupos identificados con el pensamiento marxista que tenían pretensiones de acción política subsistieron en el margen, sin influencia social relevante, apenas presentes en estrechos círculos intelectuales, aislados respecto a los movimientos sociales en los que supuestamente deberían haber arraigado.

El Partido Comunista fue durante casi toda su historia un pequeño grupo de militantes esforzados enfrascados siempre en discusiones sobre la pureza de su línea política, dependiente de los dictados de Moscú, sin capacidad alguna de incidencia entre la clase obrera de la que se pretendía vanguardia ideológica y política. Solo durante el gobierno del general Cárdenas tuvo el PCM alguna relevancia nacional. Después, excluido por el régimen de la ficción electoral que le servía como ritual legitimador, los comunistas apenas si sobrevivieron, doctrinarios y sectarios, en la semiclandestinidad y sin un debate programático o ideológico sustantivo.

Durante la década de 1960, sacudidos por la revolución cubana, los comunistas salieron poco a poco de dos décadas de letargo y adquirieron alguna influencia entre los estudiantes de las universidades que comenzaban su proceso de masificación. El 68 fue en revulsivo transformador. A partir de entonces, el PCM se alejó de la ortodoxia soviética y comenzó a abrirse paso entre las grietas que la crisis del régimen había comenzado a abrir. No sin cierta ambigüedad, se deslindó de los grupos que predicaban la lucha armada y se decidió por el impulsar la democratización. Cuando por fin pudieron participar electoralmente en 1979, como resultado de la reforma política hecha en buena medida para incluirlos, los comunistas llevaron un soplo de aire fresco al enrarecido clima autoritario, aunque alcanzaron apenas el cinco por ciento de la votación, nada despreciable, sin embargo, en aquellos tiempos de dominio monolítico de un solo partido.

El Partido Popular Socialista no fue más que una excrecencia del monopolio político, sin autonomía alguna, con un discurso cansino de rancio prosovietismo, y mera comparsa en el simulacro de pluralidad que pretendía el régimen, sin influencia alguna ni en el debate de las ideas ni en las luchas sociales.

Durante la década de 1970, en la medida que el régimen iba perdiendo su capacidad de control casi absoluto de la sociedad, fueron surgiendo grupos que intentaron reanimar el debate ideológico y estratégico de la izquierda y que comenzaron a buscar influir en los movimientos sociales disidentes que por entonces comenzaban a manifestarse. Empero, la capacidad de movilización electoral de la izquierda en su conjunto no llegó, en las elecciones de finales de aquella década y las de 1982 y 1985, ni siquiera al diez por ciento.

Fue la ruptura del PRI en 1987 la que provocó el surgimiento de una corriente electoral relevante situada convencionalmente a la izquierda; pero en la misma medida en la que creció el caudal de votos y militantes, en torno a la creación del Partido de la Revolución Democrática, se fue vaciando la discusión de ideas y se diluyó la identidad programática. Los gobiernos locales elegidos bajo su sigla no han tendido, con excepción de los destellos de los gobiernos de López Obrador y Ebrart en la ciudad de México, ningún signo distintivo respecto a los del PRI de siempre: igual de clientelistas y depredadores, sin objetivos sociales claros, sin un proyecto coherente de transformación.

¿Qué identifica al gobierno de Silvano Aureoles con el de Graco Ramírez? ¿En qué se diferencia uno u otro de los gobiernos locales surgidos del PRI o del PAN? Ni siquiera en una defensa clara de los principios del laicismo o en la promoción de derechos de nueva generación, no digamos ya en la gestión pública o en su política social. Mancera, por su parte, le declara su apoyo incondicional a Peña Nieto y defiende la militarización como uno más de los personeros de la derecha, incapaz de entender la relevancia de la construcción de una auténtica democracia constitucional, aunque se las de de jurista.

El PRD no ha sido otra cosa que una maquinaria electoral cuyo objetivo es la captura del botín estatal, exactamente igual que el PRI o el PAN. No ha sido nunca un partido con densidad ideológica y capacidad de elaboración de proyectos de políticas públicas con sentido social. Solo en la ciudad de México ha impulsado una agenda con signos diferenciadores: primero, con la pensión para adultos mayores de López Obrador y después con la regulación de la interrupción voluntaria del embarazo y el matrimonio igualitario, pero en sus políticas propiamente urbanas ha imperado el clientelismo y ha faltado visión transformadora.

De ahí que no sorprenda la deriva en la que se encuentra. Su dirigencia, carente de cualquier refinamiento intelectual y de cualquier convicción política que realmente pueda ser considerada como un proyecto de transformación social distributiva, da tumbos mientras sus electores tradicionales se mueven hacia MORENA, atraídos por el tirón carismático de López Obrador. No sorprende, así que apuesten a salvar el pellejo a la zaga de Acción Nacional, otro partido hueco, y que el único objetivo inteligible que se propongan sea derrotar al PRI, pero sin rumbo propio alguno.

Pero si el PRD carece de un proyecto coherente para proponerle a la sociedad, Morena tampoco ofrece nada más que la pretensión de honradez de su líder nato. López Obrador no propone más que buenas intenciones, generalidades y ambigüedades sin compromisos de política más allá de su impoluta personalidad. Contra los que ven en él un peligro por temor a que aplique políticas como las del chavismo, tengo para mí que en realidad un gobierno suyo no sería más que otro gobierno incapaz y mediocre como los que hasta ahora hemos tenido, bajo el PAN o bajo el PRI. Fuera de su repelente demagogia, no hay en él nada innovador, ninguna propuesta de reforma institucional viable para revertir la inercia en la que se encuentra el país.

Si la izquierda democrática está en crisis en buena parte del mundo, en México ni siquiera podemos hablar de que alguna vez haya en realidad existido.