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El debate público

La reforma del Estado es la reforma de su territorio

Ricardo Becerra

La Crónica

25/06/2017

Importantes pero ignorados, en Europa —y según me entero incluso en el Centro de África— se están dibujando soberanamente (de común acuerdo, se entiende) nuevos mapas interiores en países muy importantes.

En París —donde aún flotan gozosas feromonas de orgullo recobrado, no sé si por Macron o por su mujer— se habla con cierta sorna y mucho escepticismo de la novedad inglesa post-Brexit: hace apenas un mes, en el espacio del Reino Unido, en vez de diez, se votaron sólo seis alcaldías, resultado de un pacto de compresión, una especie de asociación en la que todas las partes ceden (municipio, ciudades y Gobierno Federal) para hacer más grande la escala gobernable por las estructuras de los Estados. Los gobiernos locales asumen mayores responsabilidades fiscales, pero también facultades sobre tópicos tan relevantes como infraestructura de largo plazo, carreteras y transporte a gran escala, mega-metropolitano.

En principio es una medida razonable: se trata de no fragmentar los costos y aprovechar los ahorros que permite la escala para llevar agua —por ejemplo— y que la Ciudad-Región se haga cargo de la obra, sin dejar medio, o contrahecha la tubería por la inercia administrativa típica: a partir de esa mojonera empieza Chalco o el clásico: a partir de aquí le toca a Azcapotzalco. En todo este mundo de recursos escasos, los límites trazados en alguna vieja convención, son un estorbo para la gran obra o la infraestructura.

Los franceses se dicen imitados, y no les falta razón, pues en el 2014, ellos ya dieron ese paso en grande: se fusionaron 22 regiones antiguas para quedar nada más que 13 (casi la mitad). Eso significa menos ministerios (aunque más grandes), menos funcionarios y menos costos de coordinación a una escala territorial que abraza los 5 millones de personas.

Claro que Francia venía de un extremo insostenible: concentraba el 40 por ciento de los municipios de toda Europa y daba cabida a la mayor cantidad de ayuntamientos que cualquier otro país del mundo (incluida China): la friolera de 36 mil 700 órganos de gobierno.

Las tensiones conceptuales y políticas no dejan de aparecer y retumban en México: se supone que una mayor autonomía sobre gastos (pero ojo, también sobre ingresos) generan mejor gobernabilidad, eficacia y eficiencia.

Los franceses dicen que sí. La oficina de planificación de París es categórica: “Queremos territorios más grandes, fuertes y mejor organizados que compartan sus gastos de funcionamiento y planes de futuro, interconexión y visiones amplias compartidas, sin viejas barreras burocráticas que se trazaron en el siglo XVIII, siguieron el XIX y luego sobrevivieron en el XX”.

¿Tláhuac y Milpa Alta deben ser demarcaciones soberanas, independientes e irreconciliables en nombre de no sé qué pueblos originarios? ¿Cuauhtémoc y Venustiano Carranza?
La tasa urbanística y científica, en plena mundialización, ha calculado que las regiones deben tener una población grande —no estúpidamente grande— para ser efectivas y eficientes. En Alemania, la media de cada land es de 5,1 millones de habitantes. En Italia, 4.4. En Francia, ya es de 2,9. Según nos cuentan los parisinos urbanistas, el caso francés influyó fuerte en Polonia (de 22 a 16 regiones), Grecia (ahora 13 en lugar de 54 provincias), Dinamarca (de 14 a 5 regiones) y Suecia que llegará a 21 regiones (menos de la mitad).

Y claro: la sombra de la austeridad. Gran parte de la fuerza argumental de este movimiento hacia las Ciudades-Región se sostiene sobre la necesidad de bajar la presión de gasto en gobiernos muy pequeños, que representan a muy pocos y con escasas capacidades técnicas.

Y Francia presume (otra vez con razón, creo): aquí no hay administración delimitada a partir de una historia tan antigua como mítica, las administraciones no se ejercen a partir de la “identidad” ni de “pueblos originarios”: aquí todos somos ciudadanos buscando racionalizar nuestra vida diaria y nuestro futuro”.

A despecho del caciquismo, la cortedad de miras y la pura estrechez corporativa, es posible que la dimensión territorial de la democracia sea una de las claves más importantes, de la sustentabilidad de las megaciudades en los siguientes años.