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El debate público

La sociedad masoquista

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

10/10/2016

Desencanto y desconfianza, confusión y temor, se amalgaman para que la sociedad tome decisiones en contra de sí misma. Una tras otra, varias experiencias en el mundo confirman esa tendencia favorecida por la polarización acerca de asuntos complejos que no pueden ser resueltos simplemente con adhesiones o rechazos. Los medios de comunicación, al propalar sin explicaciones ni matices las posturas así enfrentadas, multiplican el enfrentamiento en esas sociedades.

El plebiscito en Colombia reitera las consecuencias de la polarización llevada a las urnas. Colocados frente a opciones antagónicas, los ciudadanos son víctimas de campañas tramposas o, dominados por la suspicacia respecto de los políticos y sus propuestas, se aventuran a dar saltos al vacío sin reparar en las consecuencias.

Lo mismo sucedió con la votación que en junio pasado dejó a los británicos fuera de la Unión Europea. Algo parecido ocurre en Estados Unidos en donde, a pesar de su evidente incapacidad para gobernarse a sí mismo, a Donald Trump aún lo respaldan millones de ciudadanos.

La votación del domingo 2 de octubre fue adversa al Acuerdo que establecieron el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, que permitiría llegar a la paz después de una guerra interna de más de medio siglo. El 50.21% de quienes fueron a votar lo hicieron contra ese convenio. El 49.78% respaldó el “sí”. La diferencia fue de sólo 54 mil en una elección con algo más de 13 millones de votos. Los votantes constituyeron el 36.4% de los casi 35 millones de electores posibles.

La abstención del 63% indica la confusión ante el plebiscito. El acuerdo con las FARC ni siquiera tenía que ser sometido a consulta popular. En rigor, puesto que las partes en conflicto están convencidas, el Acuerdo tiene validez independientemente de que haya sido avalado por los ciudadanos. El respaldo que el plebiscito estaba destinado a otorgar era político y no jurídico. Ahora, aunque sea por un margen pequeño, el rechazo al Acuerdo es, precisamente, político.

El presidente Juan Manuel Santos cometió el mismo error que el primer ministro David Cameron cuando propuso un referéndum acerca de la permanencia del Reino Unido en el acuerdo europeo. En ambos casos los ciudadanos quedaron sometidos a campañas que intensificaron la desconfianza que ya tenían, tanto respecto de las instituciones políticas como acerca de supuestas amenazas a su estabilidad. En el Reino Unido ganó el recelo ante la migración y los países vecinos. En Colombia triunfaron el miedo y el rechazo a las FARC, así como las dudas ante el complejo Acuerdo de paz.

El dilema entre sí y no, lejos de servir para consolidarla, dividió más a la sociedad. En el frente opositor al acuerdo coincidieron el ex presidente Álvaro Uribe, corporaciones empresariales, personajes de la iglesia católica y las iglesias evangélicas y otras organizaciones conservadoras.

El acuerdo supone una solución difícil al largo y extremadamente costoso conflicto que ha devastado a Colombia. A cambio de la paz, el Estado otorgaría facilidades para la reincorporación social de los miembros de la guerrilla que ha cometido numerosos crímenes. No es una solución cómoda para las víctimas de las FARC pero es la menos peor de las soluciones posibles. Con ese realismo, la votación por el “sí” era considerada como un  paso adelante de la sociedad colombiana. La mayoría de las encuestas indicó que al menos 6 o 7 de cada diez ciudadanos respaldaban el Acuerdo.

El “no” fue respaldado por una campaña de confusión y mentiras. El periódico El Tiempo publicó un inventario de algunas de ellas. Se dijo, por ejemplo, que los antiguos guerrilleros recibirían un millón 800 mil pesos colombianos como apoyo para reintegrarse a tareas productivas. Sin embargo el salario establecido en los acuerdos de paz es de 629 mil pesos, que equivalen al 90% del salario mínimo mensual en ese país. Se dijo que los miembros de las FARC no estaban obligados a entregar sus armas, pero los acuerdos establecen plazos y procedimientos para ello. Se aseguró que el pacto de paz no era avalado por la Corte Penal Internacional pero ese organismo lo respaldó expresamente a comienzos de septiembre.

El engaño más exitoso fue la versión de que el Acuerdo garantizaba el matrimonio entre personas del mismo sexo. El Acuerdo se compromete a mantener enfoques de género, en beneficio del “reconocimiento de las mujeres como ciudadanas autónomas”. A partir de esa afirmación y de manera tramposa, la campaña contra el pacto propaló que había una “ideología de género” y que eso significaba reconocer familias diferentes a las tradicionales.

Los argumentos contra esa suposición fueron idénticos a los que se han repetido en México para enfrentar al matrimonio igualitario. Pero el Acuerdo en Colombia no tiene una sola línea acerca del matrimonio ni de los tipos de familia que se podrían admitir. Pero la calumnia pesó más que las demostraciones.

Al erigir al Acuerdo como espantajo, la campaña por el “no” mezcló ideologías, patrioterismo y religión para invocar al miedo. Mensajes de WhatsApp y cadenas de correos electrónicos, así como versiones en Twitter y Facebook, esparcieron dudas y ofuscaciones. Frente a esa campaña, la del “sí” careció de hilo conductor. El Acuerdo es un complejo y farragoso documento de 297 páginas, resultado de una negociación de cuatro años. Fue un despropósito someterlo a una votación que lo avalaría o rechazaría de manera tajante. Así, la propaganda a favor del Acuerdo se dispersó en numerosos temas.

Omar Rincón, uno de los especialistas latinoamericanos más destacados en el análisis de medios de comunicación, explica en la revista Anfibia: “Nunca se supo cuántas campañas había, más de 100 seguro. Lo que causó que, finalmente, no hubiera un mensaje ni una campaña, pero sí una activación de los ciudadanos en la que cada grupo se sintió publicista, activista y promotor de esa creencia que era que el “sí” era la solución a este país. No hubo campaña, hubo activismo ciudadano: un despelote que nos hizo creer que todo era posible”.

Siempre es más sencillo rechazar algo, que respaldarlo. Personificado en el presidente que lo promovió, el plebiscito se convirtió en un ejercicio para respaldar o rechazar la gestión de Santos. El Nobel de la Paz le llegó con cinco días de retraso. Por otra parte no fueron pocos los partidarios del “sí” que, confiados en las encuestas, se abstuvieron confiando en que esa sería la opción triunfadora.

Los medios de comunicación difundieron las campañas sin cuestionar sus insuficiencias y falsedades. De acuerdo con Rincón: “El periodismo colombiano para parecer objetivo y neutral se decidió por el equilibrismo: una fuente del SI y una del NO. Eso se llama equilibrismo, pero no basta. El periodismo debe constatar si hay verdad y valorar las opiniones, adjetivos y acusaciones de cada fuente. El periodismo no debe abdicar de comprobar la verdad, contextualizar las declaraciones y cuidar los lenguajes. Pero lo que se hizo fue simplemente convertirse en ‘mensajeros’ sin oficio de las mentiras del NO y del SI, así solo sirvieron a la polarización y la desinformación”.

Algo similar ha ocurrido en Estados Unidos. Los principales medios magnificaron la figura de Donald Trump cuando, con tal de parecer balanceados, difundían sus amenazas y excentricidades sin ofrecer a sus públicos elementos para evaluarlas.

La sociedad, así anonadada, llega a decidir en contra suya. Pareciera que apuesta por el sufrimiento. Al día siguiente muchos colombianos se preguntaron por qué rechazaron el Acuerdo, igual que los británicos que quisieron cambiar su voto favorable al Brexit. Entonces se puede reconocer que la democracia, cuando queda reducida a las formas, no es suficiente. La democracia no es tal si no va acompañada de razones y explicaciones. La polarización es antagónica a la deliberación.

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Desde la noche del domingo 2 de octubre, cuando se supo que había fallecido expresé, en un texto para Nexos en línea, mi tristeza profunda ante la muerte de mi amigo Luis González de Alba, ciudadano  valiente, inteligente y libre. Sus reflexiones, siempre puntillosas y cultas, nos harán mucha falta.

Ahora deploro además la muerte de René Avilés Fabila, escritor  prolífico, presencia esencial en las letras mexicanas desde hace medio siglo, destacado profesor en la UAM y colaborador en este diario. Desde su temprana novela Los juegos, sus juicios críticos al mundo cultural, lo mismo que más tarde al ejercicio de la política, suscitaron frecuentes asperezas. En El gran solitario de Palaciohizo un puntilloso retrato de las debilidades del presidencialismo. De su obra literaria seguiré prefiriendo La lluvia no mata las flores, cuyos relatos han acompañado las ilusiones y el desamor de varias generaciones de jóvenes. Descanse en paz