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El debate público

La sucesiva y lenta erosión de la democracia

Ricardo Becerra

La Crónica

08/09/2019

Poner orden en la discusión política de México es un deber intelectual. Montados —como estamos— en una nave frenética que produce noticias, dimes, diretes, iniciativas y contra-iniciativas y cuya finalidad es, precisamente, no permitir el reposo, llega un libro pausado, de importancia: En defensa de la democracia, de José Woldenberg (Cal y Arena, 2019).

Tiene importancia por muchas razones que enumero rápido: ofrece una explicación de lo que pasó en México, con su política, en los últimos cuarenta años; ilustra cómo las nuevas reglas permitieron escapar del autoritarismo en México y por qué hoy que es importante preservarlas; pinta un fresco de la época, cómo y por qué la democracia mexicana tiene tan mala fama entre los propios mexicanos y las raíces, los “nutrientes” de ese desdén y desafecto. Y el meollo: la horrible novedad de que nuestra democracia —tan frágil, tan criticable— sin embargo, está siendo maltratada, erosionada desde dentro, desde ella misma, desde sus propios grandes beneficiarios.

El texto exuda una gran preocupación que Rafael Pérez Gay exhibió una y otra vez durante la noche de la presentación el jueves pasado (véase La Crónica https://tinyurl.com/y6yt6e85): las reglas de la democracia en México necesitan ser defendidas, pero ya no por el desprecio o menosprecio de “la gente”, sino porque la coalición que nos gobierna y su líder máximo no la valora, no le gusta, quiere sustituirla por “otra”.

Éste es el punto: la democracia mexicana llegó en una era de calamidades: una iracunda opinión pública y una ­desordenada vida política que denuesta partidos, legisladores, gobernantes y políticos; violencia inmensa, aterrorizante y desconocida por varias generaciones; estancamiento económico con aumento de la población, lo que nos ha sumido en una estadio de empobrecimiento lento y crónico por treinta años; la corrupción gubernamental que pudre cualquier proyecto y que entre nosotros ha alcanzado niveles épicos, etcétera.   

En esas estábamos, dice Woldenberg, pero ahora se agrega un elemento más, más revulsivo e inquietante: desde la política misma, desde el Estado mismo, se emprende también —un día si y otro también— una constante ofensiva que está minando reglas, normas, leyes, formas, formalidades, modos, modales e instituciones democráticas.

Al contexto desfavorable con la consolidación democrática, se agrega hoy un veneno interno, desde dentro, que está disolviendo lo que habíamos alcanzado: contrabandear candidatos propios en las listas de otros partidos para sumar a la bancada; prolongación del mandato del gobernador de Baja California, por dos años y medio adicionales, después de haber sido electo para dos; creación y entrada en función de los “delegados estatales”, sin base legal; construcción de un padrón de bienestar, realizada antes de ser gobierno por personas sin ninguna representación institucional para repartir la mayor cantidad de recursos públicos de la historia reciente, y un largo etcétera. 

A través de su puntual labor periodística, resumida en ese texto, Woldenberg llega a la misma conclusión de otros libros señeros de esta década (Cómo mueren las democracias de Levitsky y  Ziblatt; El camino hacia la no libertad de Timothy Snyder; Cómo fallece la democracia de David Runciman, o Fascismo: una advertencia, de Madeleine Albright): no estamos ante un programa autoritario, una cancelación deliberada de libertades, sino ante una multitud de medidas que erosionan, debilitan y al cabo, cancelan, la democracia existente… la única que tenemos.

Por eso, es importante asomarse a las páginas del libro más sombrío de ese autor que los mexicanos contemporáneos no podemos evadir: José Woldenberg.