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El debate público

La traición de Inglaterra

Ricardo Becerra

La Crónica

26/06/2016

El Brexit es ya “una de las más grandes demostraciones de egoísmo y de ceguera colectiva”, declaró ayer el historiador del nazismo, Götz Aly. Votado democráticamente, el referéndum ocurrido en la Gran Bretaña es un retroceso en el despliegue de una propuesta civilizatoria, quizás la más importante de la historia moderna: la Unión de Europa. En él, pierde David Cameron, el vivillo Primer Ministro que se creyó más astuto que todos los demás, provocando el desastre conocido. Pierde –también- una manera ortodoxa y testaruda de gestionar la crisis. Pierden Alemania y Francia, los grandes países que a pesar de todo, habían sido el pegamento del experimento continental. Pero para mí, pierde una de las ideas políticas más importantes en siglos (si, no creo exagerar): es un experimento que promueve su unidad admitiendo gran diversidad a su interior (alemanes o españoles, austriacos, portugueses, etcétera) pero que tampoco requiere enemigos de fuera para su propia afirmación: Europa es un nosotros, punto.

La Unión Europea es un programa basado en una serie de valores racionales, sedimentados durante siglos de grandes filosofías y programas políticos, y galvanizados por dos cataclismos que arrastraron a todo el mundo (las dos Guerras Mundiales) pero que consiguió algo nunca visto: los europeos pudieron verse a sí mismos como parte de una común humanidad, más allá de las lenguas o de las naciones.

Europa es un proyecto admirable que lo distancian de todos los proyectos de construcción nacional, o sea, de todas las construcciones políticas habidas desde hace tres siglos. Es el primer germen, la primera entidad que se dibuja a si misma sin necesidad de ideologías patrioteras, de esas que exigían un pueblo delimitado, buenazo, de origen común, con cultura y lengua homogénea, y sobre todo, con alguna amenaza exterior útil para llamar a la cohesión interior. En una nuez: la Unión Europea no requería dramatizar nada para proponer una convivencia diversa e interior.

Pero más allá de libertad y democracia, está la igualdad material, bien entendida y llevada a sus últimas consecuencias. Como decía Jeremy Rifkin “Europa es el sitio donde se propone que no se deje a nadie en el desaguadero”. De hecho, por más daño ideológico que haya infringido el neoliberalismo, es la única región del mundo en el siglo XXI donde los Estados se asumen como responsables del crecimiento económico, el bienestar social y la sostenibilidad ambiental.

Un tipo de sociedad que, como decía Tony Judt, es el producto de una noción ética que no es exclusiva de un país ni de una familia política, sino que tiene sus raíces en la Ilustración, el socialismo y el humanismo cristiano. Dos hecatombes hicieron posible esa difícil síntesis: un pacto de cooperación interestatal e interclasista iniciado para asegurar la paz y la prosperidad en un continente completo, más allá de la mano ciega del mercado. En su medio siglo de existencia, ha desarrollado instituciones y políticas con normas de garantía de derechos, seguridad y condiciones de trabajo, diálogo social, métodos de coordinación y recursos financieros de los fondos para mejorar la vida material de las sociedades más atrasadas (pregúntenle a España).

Es una empresa tan difícil y llena de obstáculos, que no podía estar llena de errores. Ahora resulta evidente la lentitud y las taras de la Unión Europea, su mala gestión de la crisis y los desarreglos e imposiciones draconianas en la época de las vacas flacas, luego de la crisis financiera. Pero ¿alguien cree que es mejor el modelo de sociedad chino por ejemplo? ¿el indio con sus castas y desigualdades consentidas, el autoritario “libre mercado” de los cuates en Rusia, por no hablar de las feudales teocracias árabes o del miserable y paralizado capitalismo mexicano?

Por mucho, si por algún proyecto social y político vale la pena pelear hoy, en este mundo convulso, es por ese modelo europeo al que Gran Bretaña acaba de dar la espalda.

En palabras de Hobsbawm, Inglaterra había sido el ex imperio más sensato y mejor administrado de la historia. Ahora, en un vuelco estúpido -coctel de una prensa insensata, de políticos irresponsables y de una sociedad aturdida y amedrentada en su seguridad pública y económica- ha infringido un daño mayúsculo a una idea, a los valores intelectuales y éticos que dieron sus primeros pasos precisamente allí, en esa gran isla del norte europeo.

Por eso, como ha dicho el historiador Götz Aly, Inglaterra ha traicionado por primera vez, de un modo pasivo y popular, su propia herencia civilizatoria.