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El debate público

¿Laberinto? ¿Pantano?

José Woldenberg

Reforma

18/05/2017

Da la impresión que México se encuentra en un laberinto o quizá en un pantano. En los laberintos es difícil orientarse, saber en dónde se está, encontrar la salida. En los pantanos, dice la conseja, uno se hunde más entre más se mueve y patalea. Seguro las metáforas son imperfectas. Pero en los momentos difíciles y confusos que vive el país, más vale tratar de orientarnos, dejar de patear a lo tonto e intentar construir una salida.

Sé que en los periodos electorales las diferentes opciones proclaman que ellas tienen las llaves del paraíso, que son el sombrero de mago de donde surgirán todas las virtudes y son capaces de prometer el mar y los pescaditos con tal de lograr el voto del respetable. No obstante, me temo que los retos del México de hoy son de una profundidad tal que solo asumiéndolos y procesándolos en conjunto -a través de la buena política, que supone la deliberación pública- podremos intentar salirles al paso.

Dígase lo que se diga hemos avanzado en términos democráticos. Las elecciones competidas, el equilibrio de poderes constitucionales, el ejercicio de las libertades, los fenómenos de alternancia, están ahí y bastaría recordar lo que sucedía en México hace 40 o 30 años para constatarlo. Pero ese mismo proceso, al desmontar el orden autoritario, cuya cúspide la constituía el presidente de la República, amplió los márgenes de libertad de muchos actores (gobernadores, grandes empresarios, iglesias, medios de comunicación, etcétera) y generó huecos y nuevos espacios de los que se han apropiado (de manera legítima o ilegítima) diferentes fuerzas sociales e incluso bandas delincuenciales, lo que multiplica los grados de complejidad de la gestión gubernamental. Los avances en términos de libertades, coexistencia del pluralismo, autonomía de los poderes y demás, es necesario apuntalarlos. Pero no será posible si no abrimos el campo de visión y nos avocamos a reformar aquello que está debilitando el aprecio por los instrumentos que hacen posible la democracia.

Lo que se encuentra a flor de piel es la corrupción sin sanción y la espiral de violencia que ha trastocado y trastoca la vida de millones. Nada corroe más la estima por las instituciones públicas que los fenómenos de corrupción documentada que quedan impunes. Y nada lastima más la convivencia social que la espiral de violencia que va dejando una cauda de muertos, desaparecidos, torturados, familias quebradas y ansias de venganza. Como antídoto ante la corrupción no se han inventado más que dos remedios: cárcel a los culpables y recuperación de los patrimonios mal habidos. Y para frenar la violencia se requiere combatir a las bandas criminales sin que las instituciones del Estado vulneren y violen los derechos humanos.

Pero en una capa más profunda, sin la misma visibilidad pública, se encuentra el caldo de cultivo que alimenta las patologías sociales y que no es otro que el de una sociedad escindida. El centro de la política debería ser un horizonte que paulatinamente fuera diluyendo las abismales desigualdades que cruzan al país, sacando de la pobreza a los millones de mexicanos que por ese solo hecho no pueden ejercer a plenitud sus derechos. Y para ello se requiere una política económica que más allá de preocuparse por la estabilidad financiera y la inflación ponga en el centro lo que tensa y escinde al país: la oceánica desigualdad. «De no ser así -dice Rolando Cordera- la legitimidad que la democracia le confiere al Estado tenderá a ser corroída por demandas sociales crecientes pero sin concierto…» («Otra vuelta de tuerca», Voz y Voto, Nº 291, V-17). Porque un país polarizado socialmente no es terreno fértil para la reproducción de relaciones democráticas. Hay que construir -sí, construir, porque no será un fruto inercial del tiempo- lo que la CEPAL llama cohesión social, un sentido de pertenencia a una comunidad nacional que solo se logra si los frutos del esfuerzo colectivo se distribuyen de manera equilibrada.

Quizá la salida del laberinto -o del pantano- requiera generar un horizonte y ese (creo) debe ser el del crecimiento económico con redistribución equitativa junto con el combate a la corrupción y la búsqueda de seguridad para todos en un marco de respeto irrestricto a los derechos humanos. Qué fácil se escribe. Qué difícil y monumental tarea.