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El debate público

Las marchas

Mauricio Merino

El Universal 

16/02/2017

No lograron reunir cientos de miles, pero lograron sacar a la calle a quienes suelen ver con indiferencia o hartazgo las movilizaciones sociales. La clase media —y arriba de media— sintió la adrenalina de la masa que es el terreno casi exclusivo de partidos y sindicatos. Este domingo, una larga lista de personajes y agrupaciones que participan e inciden de modos muy diversos en la opinión pública y en la toma de decisiones desde las organizaciones y las instituciones académicas que dirigen, quiso probar su capacidad de convocatoria.

Hay varias lecciones que se desprenden de esa experiencia. Que las élites hayan decidido salir a la calle para manifestar su repudio al presidente de Estados Unidos es una buena noticia. Uno de los rasgos característicos de esa clase social es su fascinación por los vecinos del norte y su obstinada comparación entre México y ese país. Estoy seguro de que la gran mayoría de las personas que pertenecen a esos sectores dominantes de la escala social —los que habitan el Pent House, según la afortunada metáfora de Ricardo Raphael— hubieran preferido mil veces nacer al otro lado de la frontera. No obstante, el domingo salieron investidos de mexicanos y sinceramente ofendidos por la ofensiva del gobierno de aquel país que tanta admiración les produce.

La organización de la marcha mostró, sin embargo, que nuestras diferencias son mucho más destructivas que las amenazas de Trump. No me refiero solamente a las diferencias de clase —que ya de suyo serían definitivas para bloquear un llamado abstracto y genérico a la unidad nacional—, sino al contenido de la abigarrada y compleja agenda pública mexicana, a la ausencia de liderazgos sensatos capaces de orquestar una acción colectiva sin enconos, sin ambiciones y sin violencia, a la acumulación de agravios sociales de toda índole y a la impotencia del gobierno nacional para hacer frente a esas circunstancias. Por supuesto que tenemos un grave problema exterior, pero tenemos muchos más desafíos internos.

La indignación es ya un común denominador. Pero las razones del “mal humor” —como lo calificó Peña Nieto— son tan diversas como la sociedad mexicana. No es verdad que todos estemos hastiados por las mismas razones, ni tampoco que persigamos las mismas causas y, mucho menos, que estemos de acuerdo en la forma de hacerles frente. Quizás podamos hacer listados de agravios y problemas públicos agobiantes; podemos formular diagnósticos más o menos precisos e incluso tenemos los medios para situar con precisión nuestras ofensas por grupos sociales. Pero es evidente que no estamos siendo capaces de encontrar soluciones y, ni siquiera, de producir un diálogo franco para hablarnos con la verdad. De ahí que la ambigüedad de la convocatoria a las marchas y no sólo las diferencias obvias entre quienes quisieron encabezarlas, haya obrado en su contra.

Otra lección de esa experiencia está en la necesidad de rectificar el papel que les corresponde jugar a las instituciones académicas públicas que participaron de esa convocatoria. Si de veras quieren contribuir a darle cauce a la indignación, esas casas de estudio tendrían que convocar de inmediato a un gran diálogo nacional para comenzar a construir respuestas sensatas a los agravios que nos asfixian. Esa es su misión principal e insustituible. No lo harán los políticos profesionales que prefieren exacerbar y medrar con la indignación, tampoco podría hacerlo el gobierno, y ya observamos los límites de las organizaciones sociales. Pero El Colegio de México, el CIDE y, muy especialmente, la UNAM, cuentan con toda la autoridad moral para tomar una iniciativa de esa naturaleza.

En suma, ya no necesitamos decirnos que estamos hasta la madre. Ya lo sabemos. Lo que necesitamos es que cada quien vuelva a sus roles para encontrar salidas de este berenjenal. Zapatero: a tus zapatos.