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El debate público

Las turbulencias

 

 

 

Rolando Cordera Campos

La Jornada

10/06/2018

 

Recientemente, Gerardo Esquivel documentó con excelencia las preferencias de Morena y su abanderado presidencial por el tema de los jóvenes y su circunstancia. Nos habló del alto grado de deserción a partir de la secundaria y de los bajos promedios de escolaridad registrados en media superior y superior, por debajo de los promedios de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y de la región latinoamericana.

Más estrujante fue su recuento de los homicidios en que los jóvenes se involucran como víctimas y como victimarios, para no hablar de la participación juvenil en el total de la población tras las rejas. Se trata de cifras y datos escalofriantes que reflejan como pocos el estado real de salud de nuestra sociedad.

Si se tratara de convertir en una suma estas documentaciones, podríamos llegar a conclusiones espeluznantes: encarcelamos a los jóvenes menos instruidos, quienes requieren mayor atención educativa y los que más mueren y matan son jóvenes. Se clausura así buena parte de nuestro futuro como nación y se condena a los viejos a un presente pobre y empobrecido, sin los soportes suficientes provenientes de los menos viejos.

Hace años que al observar nuestra evolución demográfica hacíamos una profecía un tanto catastrófica: de seguir como vamos en materia económica, creciendo poco y distribuyendo peor, nuestro presente definido por millones de jóvenes y adultos jóvenes, pobres, pero al fin jóvenes y dispuestos a trabajar y estudiar pasará a un futuro pobre, pero entonces de viejos sin fondos de pensión suficientes ni apoyos efectivos para su salud y cuidado. Pues nos alcanzó el destino, como en la película, pero sin esas terríficas galletas para la supervivencia originadas en los despojos de los occisos.

Panorama horrendo y tal vez lejano, si atendemos al otro lado de esta película de King o Ridley Scott. Nuestras capacidades productivas parecen capaces de sostener un crecimiento económico mayor y de asegurar la seguridad alimentaria de la mayoría.

Con un poco de audacia y firmeza, el nuevo gobierno podría convencer pronto a la población de que se necesitan más recursos públicos para sostener lo público y empezar a afrontar el reclamo de justicia social tan larvado como pospuesto en los decenios recientes. Para hacer de la nuestra una sociedad habitable por segura y comprometida con el bienestar mayoritario.

Todo es cuestión de imaginar un convenio para el desarrollo y actualizar el lema originario de que para el bien de todos tienen que venir y pasar primero los pobres. Que requieren de la voz de todos y de la lealtad de las cúpulas que no niegan su origen ni ven como ajenas a sus bases. Como para su desgracia parece haberle ocurrido a las falanges priístas.

Cambio de piel y de época, sin duda. Para que sea para bien, se requiere y pronto de cambio de carácter, de visión y de alma. Y para eso es que sirve la política.