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El debate público

México en el debate presidencial de Estados Unidos

Jorge Javier Romero Vadillo

Sin Embargo

29/09/2016

Se celebró el primer debate entre los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos y se confirmaron los malos augurios respecto al papel que está jugando nuestro país en esta contienda. Por fortuna para el mundo, Hillary Clinton se mostró sólida y con ello exhibió la improvisación y la arbitrariedad de los juicios del demagogo candidato republicano. En la mayoría de los temas, Clinton rebatió con argumentos fundados las aseveraciones de Trump y en casi todos los casos expuso la debilidad de sus propuestas y lo falso de sus dichos. En casi todos, menos en uno: la relación comercial con México.

Trump arrancó su intervención con la andanada de tópicos sobre el Tratado de Libre Comercio de la América del Norte que ha repetido desde el comienzo de su campaña. Dijo que se trataba de un pésimo tratado que solo había acarreado males a la sociedad norteamericana, sobre todo a los estados del medio oeste, como Ohio y Michigan, que habían perdido millones de empleos por la deslocalización de industrias, principalmente la automotriz, la cual ha trasladado su producción a México como resultado del TLCAN.

Como es su costumbre, echó mano de mentiras flagrantes, como que en Ohio y Michigan el desempleo crecía debido a que se cerraban fábricas, mientras que los datos contrastables señalan que en esos estados el paro, de acuerdo con los datos publicados el 20 de septiembre por el Bureau of Labor Statistics, se encuentra por debajo de la media nacional y desde 2012 se ha mostrado una tendencia a la recuperación laboral en todo el país, pero principalmente en los estados que se han vuelto el caballo de batalla de Trump para culpar al libre comercio con México de los males de la economía de los EU.

Los datos para rebatir los despropósitos del vociferante y cantinflesco candidato republicano están a la vista de todos. Si bien el TLCAN puede haber afectado a ciertos sectores de la economía estadounidense, como también perjudicó a otros en México, también ha producido beneficios evidentes a amplios grupos y los saldos generales son positivos.

Con datos falsos y medias verdades, Trump ha convertido a México en la bestia negra de su propaganda y en la coartada para sus clamores proteccionistas. Pero todo eso lo hemos oído desde que lanzó su candidatura a las primarias republicanas. Lo grave del debate del lunes fue que la candidata demócrata no rompió una lanza por el libre comercio con México.

Mientras en otros temas Clinton se mostró decidida y polémica, como cuando discutieron sobre política fiscal o sobre las cuestiones raciales, Clinton no defendió, como desde hace 25 años lo han hecho candidatos y presidentes de los Estados Unidos, la ampliación del libre comercio como mecanismo para la prosperidad económica. De hecho, reiteró su cambio de opinión respecto al Acuerdo Trans–Pacífico y no cuestionó en lo más mínimo la perorata de Trump contra el libre comercio con nuestro país.

El silencio de Clinton, quien no mencionó la palabra México a lo largo de los 90 minutos de debate, hace evidente que los términos actuales del TLACN no son sostenibles en el corti plazo y que, gane quien gane la elección norteamericana, pronto se abrirá un ciclo de renegociación del acuerdo comercial en el que se ha sustentado buena parte de la estabilidad económica mexicana durante los últimos veinte años. Si bien el éxito de Clinton en el debate fue bien recibido por los indicadores de la economía nacional, su probable triunfo no será tampoco fácil para la relación comercial entre los dos países.

Hillary Clinton ha adoptado posiciones proteccionistas principalmente bajo el influjo de la campaña de Bernie Sanders, que también giró en torno a la hostilidad al libre comercio. Los múltiples descontentos de la globalización, reales o ficticios, han influido tanto a la derecha como a la izquierda de la sociedad norteamericana y para congraciarse con los votantes de Sanders, cuyo apoyo es crucial para obtener el triunfo en la elección de noviembre, la candidata demócrata ha adoptado las reticencias del senador izquierdista respecto a la apertura comercial.

Lo efectos negativos de la liberalización de los mercados ha levantado protestas por todo el mundo y tanto en Europa, como en Asia o en América los clamores globalifóbicos han encontrado eco en las posiciones de políticos de diverso signo ideológico.

En México, la crítica al libre comercio con los Estados Unidos ha sido principalmente una bandera de la izquierda, que considera al TLCAN una herencia del odiado salinismo. Sin embargo, con la caída del precio del petróleo y el agotamiento de los yacimientos en explotación, la economía mexicana se ha mantenido apenas a flote gracias al flujo de exportación industrial hacia los Estados Unidos. No en balde el eventual triunfo de Trump ha generado tanto nerviosismo en los mercados respecto a México y el peso ha sufrido una severa devaluación respecto al dólar.

Además de congraciarse con los simpatizantes de Sanders, el desdén de Clinton respecto a México pudo ser atizado por la torpeza del presidente mexicano al invitar a Trump y darle un trato de jefe de Estado. Si el gobierno mexicano le hizo el caldo gordo a su adversario, ella no tiene razón alguna para salir a la defensa de la relación bilateral, sobre todo en temas comerciales.

El hecho es que gane quien gane, el TLCAN tendrá que ser revisado. Desde luego que hay aspectos del tratado que a México le convendría cambiar, pero los términos de la negociación no los va a poner el gobierno mexicano, sino el equipo del próximo presidente de los Estados Unidos. Si gana Trump, es previsible una negociación tremendamente desventajosa para nuestro país, pero tampoco será fácil el diálogo con un gobierno encabezado por Clinton.

En ambos escenarios, México requerirá de un liderazgo fuerte y decidido, con objetivos claros y argumentos sólidos, para no quedar en desventaja mayor a la que hoy existe en una nueva relación comercial con el vecino. Evidentemente, ese liderazgo no lo podrá ejercer Peña Nieto, ya de salida y en una posición de extrema debilidad, pues no ejerce ni siquiera la dirección de su propio partido, el cual lo ha abandonado en temas cruciales. Por desgracia, tampoco se ve, entre los aspirantes presidenciales rumbo a 2018, al estadista capaz de conducir una negociación que se antoja procelosa.