Categorías
El debate público

¡¡Necesito mi dictamen!!

 

 

 

 

 

 

Ricardo Becerra

La Crónica

26/11/2017

 

Es una vivienda qué, como una caja de zapatos, se abre hacia la izquierda, hacia la derecha y hacia atrás, amenazando con sus muros inclinados a las casas contiguas.

Por debajo un hondo socavón continuo y zigzagueante que se prolonga 80 metros adelante.

En la cocina, el piso se abrió y desde allí es posible echar un vistazo hacia el infierno que Doña María Luisa (dueña del predio) vivió durante los segundos críticos del terremoto.

Más adelante en la misma Colonia Del Mar, en Tláhuac, una pareja de ancianos solos (él ya no puede caminar sin ayuda de sus muletas) y sin pensiones, contemplan asustados cómo los muros de su modesto hogar siguen dibujando cicatrices porque la inquietud geológica persiste en el terreno. Su casa no soportará mucho tiempo más y será necesario demolerla.

Toda la calle de Delfín dejó de ser plana para convertirse en un continuo ondulante de lomas y vados irregulares que van de 20 centímetros hasta un metro y diez. Una especie de oleaje pétreo, de asfalto y polvo en una de las principales avenidas de la misma colonia.

En Esturión, descubro que en uno de los hogares más dañados de dos pisos y 200 metros cuadrados, viven seis familias de madres, padres, hermanos, hijos y nietos que ahora se hacinan en un solo cuarto y en un improvisado campamento ubicado a pie de banqueta y en la calle. Todo lo demás es destrucción, alto riesgo, pues el resto de la casa parece volar milagrosamente, asomándose a un agujero de más de 4 metros y de una profundidad imposible de medir a simple vista.

No lejos de allí, cruzando la avenida Piraña, en la manzana 1 de la Colonia Cananea, otra casa sobrevive groseramente inclinada, cuyos cimientos abiertos por el sismo admitieron 20 camiones completos de grava y tezontle sin que el hueco haya podido rellenarse.

Estamos en la zona de las grietas, las cicatrices del subsuelo que alguna vez fue un inmenso humedal.

Han sido asistidos por distintas agencias del gobierno de la Ciudad (comida caliente, campamentos, vacunación, pipas de agua, etc.) pero el drenaje fue dañado dramáticamente hasta quedar inservible sin que la reparación llegue, pues sería necesario un tipo de maquinaria demasiado pesada para tan frágiles condiciones de aquél terreno herido.

Y lo peor: los niños y sus escuelas. En una sola primaria, se concentra la población de otras dos, que son inhabitables. La que está en condiciones (precarias) y que ahora aloja a mil 300 niños, además exigen el deber de llevar su cubeta de agua para la higiene de los baños.

Caras de espanto, desazón y mucha necesidad, en la reunión con vecinos que no obstante la gravedad del siniestro, mantienen su fortaleza y las ganas de increpar y reclamar a las autoridades, ya no asistencia, sino una vía de solución que no sea tardada ni ajena a sus necesidades más sentidas.

¿Son las ayudas líquidas para la renta? ¿El agua potable y su restablecimiento? ¿El plan de pasado mañana? Nada de eso: antes de querer formar parte de cualquier red clientelar, los damnificados de la pobre Colonia Del Mar quieren la elemental certeza jurídica, ese qué va a pasar con su vivienda.

Y a pesar del drama, tienen su mirada fija donde debe ser: el gobierno tiene la obligación de otorgar certeza de la condición actual (demolición o reestructuración) a miles de capitalinos, que, como decíamos: antes que las muchas ayudas, necesitan su dictamen… el presente y futuro de su patrimonio.