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El debate público

Nuestra fuerza

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

30/01/2017

Cada lucecita se engrandece cuando comenzamos a estar entre tinieblas. Cada buena noticia es más significativa si nos llega en medio de la catarata de acontecimientos desfavorables. Miramos a lo más cercano cuando el escenario parece ominoso. Y en ese reconocimiento de las grandes maravillas y dichas de la vida cotidiana encontramos aliento para entender, aquilatar y enfrentar aquellos que se nos muestran como grandes problemas.

El amigo que cumple años rodeado de quienes lo quieren y celebran, el querido allegado nuestro que se recupera de la afección que provocó un enorme susto, las niñas y niños que llegan a este mundo que hemos construido con tantos defectos pero que es nuestro y que siempre podemos mejorar son expresiones del milagro (dicho sea en el más laico sentido) que es la vida y que nos alienta a perseverar, a querer, a resistir.

Los arrebatos del demente de la Casa Blanca son tan escandalosos que muchos consideran que no durarán por demasiado tiempo. Trump, dicen, construye su derrota a cada tuit. No hay día que no se gane o exacerbe nuevos adversarios: mujeres, migrantes, México. La comunidad musulmana, los científicos que rechazan el negacionismo sobre el cambio climático, los medios de comunicación confrontados a diario con las noticias falsas que disemina el nuevo presidente.

La capacidad de Donald Trump para abrir nuevos frentes de confrontación nos parece increíble porque seguimos viendo el nuevo escenario con viejos parámetros. Todavía queremos creer que la racionalidad domina en el comportamiento de gobernantes y ciudadanos, que los disparates desde el poder político serán rechazados de inmediato, que las mentiras flagrantes se desploman de tan ostensibles. Pero el insensato de la Casa Blanca dispone, arremete y tuitea sin que hasta ahora le importen compromisos ni consecuencias.

Los disparates de Donald Trump afectan y ponen en riesgo a su país y al resto del mundo. El desprecio bestial que profesa hacia quienes no son como él contradice la diversidad y el liberalismo que han sido el alma del progreso estadunidense. Sus decisiones atrabiliarias quebrantan las reglas del trato internacional. El arancel a productos mexicanos terminaría siendo pagado por los consumidores estadunidenses. El veto a viajeros de Siria e Irak le gana malquerientes a Estados Unidos con esos países en una zona en donde no le sobran aliados.

Lo increíble es que sea presidente y que sus votantes duros aplaudan y respalden esos y otros desvaríos. Es difícil que en un futuro cercano pierda el apoyo del segmento que votó por él. Pero además, en el resto del mundo, los desplantes de Trump son aplaudidos por quienes comparten su radicalismo supremacista.

Ojalá en Europa el despotismo de Trump asuste a los franceses, alemanes, húngaros, holandeses y serbios que este año eligen gobernantes. Pero es posible que aliente el neoconservadurismo y que los partidos de derecha que se identifican con él reciban un nuevo aliento. Por lo pronto el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, respalda el muro de Trump y dice que él construyó otro en la frontera sur de su país para detener la migración ilegal: “Gran éxito. Gran idea”, escribió el sábado suscitando el rechazo de millares de personajes públicos de origen judío en todo el mundo. (En algún momento habrá que estudiar ese newspeak trumpiano que comparte el primer ministro israelí: frases breves y categóricas, palabras contundentes en mayúsculas y entre interjecciones lo mismo en discursos que en tuits, pensamiento único transmutado en pensamiento drástico).

Ojalá sus necedades aíslen y derroten a Trump. Pero adhesiones como las del guerrerista Netanyahu, la expansión de la derecha fundamentalista en Europa y los núcleos duros de la sociedad estadunidense que lo respaldan, permiten suponer que no estamos ante una pesadilla tan pasajera como auguran muchos comentaristas. Es imposible saber si en pocos meses el desastre que está ocasionando obligue a su propio partido a ponerle frenos legislativos a las desmesuras del presidente en Estados Unidos. O si en las elecciones de medio término los votantes de ese país lo rechazarán respaldando otras opciones en la Cámara de Representantes. O si no durará mas que cuatro años en la Casa Blanca.

Es factible que, en cambio, el nacionalismo autárquico y excluyente que comienza a construir ese personaje gane adhesiones y constituya una tendencia fuerte en el soliviantado escenario internacional de estos tiempos. Quizá estamos en los comienzos de una oleada neoconservadora que podría durar más de lo que creemos y queremos. La simplificación (y casi la abolición) del discurso político, la desconfianza ciudadana en las instituciones estatales y la incapacidad de los dirigentes políticos para renovarlas y renovarse ellos mismos, la infantilización de algunos segmentos de la sociedad, la extensión de las xenofobias y la propagación de prejuicios y falsedades (incluso sobre asuntos probados y respaldados por la ciencia), pueden ser el contexto para que tengan éxito liderazgos de ultraderecha.

Si el desafío de los intolerantes es transitorio, qué bueno. Pero debemos enfrentarlo sin confiar en que será pasajero. En todo caso se requieren fortaleza y unidad y tales atributos no son posibles sin un liderazgo eficaz y sin objetivos claros.

México tiene hoy dos fuentes de consistencia social y política. Por una parte, en el país se ha extendido la convicción de que hay que enfrentar los agravios de Trump. Por otra, en el mundo hay un respaldo muy amplio a la causa mexicana.

En cambio, carecemos de líderes con la suficiente confiabilidad entre los ciudadanos. El presidente Peña Nieto ha desaprovechado una y otra oportunidad para ganar el respaldo de la sociedad. En vez de convocar a los mexicanos, insiste en conciliar con Trump. No queremos exacerbar el trato con el presidente de Estados Unidos, pero tenemos que entender que él no quiere contemporizar sino humillar a nuestro país.

El ingeniero Carlos Slim hizo una buena contribución al espíritu de cohesión que hace falta pero se equivoca cuando dice que Trump no es “Terminator” sino “negociator”. Como apuntó “Pepe Grillo” en su columna del sábado en este diario, Trump se parece al ciborg asesino porque quiere regresar al pasado para cancelar el futuro. Pero además el presidente estadunidense se comporta como pésimo negociador. El comentarista Lawrence O’Donell de la televisora MSNBC se burló de él: “El más grande negociador del mundo perdió en su negociación cuando el presidente de México decidió no ir a la reunión”. No se puede negociar sin un interlocutor. Y Trump se empeña en quedarse solo, ensimismado en su parloteo y sus amenazas. No estamos ante un negociador sino ante un depredador.

La unidad posible hoy en México requiere de la disposición de fuerzas sociales y políticas para coincidir en acciones y no sólo en declaraciones. Se necesita construir un discurso común tanto para mantener y organizar la energía social que se ha expresado contra Trump como para responderle en todos los foros internacionales que sea posible. Hasta ahora el gobierno mexicano ha carecido de ese discurso y desaprovecha la posibilidad de tener acceso a los medios de comunicación de Estados Unidos que hoy, como nunca, expresan interés y simpatía en la causa mexicana. Habría que recordar en todos los espacios posibles las contribuciones de México a la economía y la cultura estadunidenses y, también, los perjuicios que nos llegan del norte como el tráfico ilegal de armas.

Los dirigentes de los partidos hablan de unidad pero se colocan zancadillas mutuas a la siguiente frase. La sociedad presencia, desarticulada, las exhortaciones para movilizarla. Hay quienes aprovechan el disgusto y la necesidad de liderazgos para sugerir que ganen protagonismo actores desplazados por la sociedad y la historia, como la iglesia católica. El sentimiento anti-Trump llega al riesgoso lindero del nacionalismo catártico y antiyanqui pero prevalece el reconocimiento de que no estamos contra el pueblo estadunidense sino contra el desquiciado que lamentablemente lo gobierna. De hecho, nuestros mejores aliados son los estadunidenses que entienden, sufren e impugnan las decisiones de Trump.

Nuestra capacidad de resistencia se alimenta en el reconocimiento de lo que tenemos y somos, en la inconformidad para cambiar y reformar lo mucho que no hemos hecho bien, en los logros y gozos de cada día y en la renovación de la vida que es, a fin de cuentas, el valor que da sentido a todo. A diferencia del nacionalismo aislacionista que Trump quiere imponer en su país, los mexicanos necesitamos articular y sostener un nacionalismo cosmopolita, abierto más que nunca al mundo. En la debilidad y limitaciones de Trump, pero antes que nada en nuestra capacidad de cohesión y en la claridad de nuestras convicciones está nuestra fuerza.