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El debate público

Nuestro 2017

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

02/01/2017

Las expectativas de la sociedad mexicana pocas veces han sido tan desalentadoras. 2017 se presenta como un año cargado de motivos de preocupación, para decirlo de manera amable. No hay quien apueste, con los pies en la tierra, por una recuperación sencilla de la economía. El año político estará repleto de tensiones pero es difícil que de ellas resulten decisiones capaces de levantar el alicaído ánimo de los mexicanos. El entorno internacional pocas veces ha sido tan desfavorable comenzando por la llegada, dentro de un par de semanas, de un desquiciado a la Casa Blanca.

   Pero no se desaliente, por favor. Al menos no todavía. Si a pesar del pesimismo que desborda el párrafo anterior usted llegó hasta estas líneas le debo una explicación, una advertencia y una promesa.

   La primera: entiendo que es de mal gusto comenzar el año con un texto tan desanimado. La tradición social y mediática, la urbanidad más esencial y hasta el instinto de conservación que difícilmente se alimenta en el fatalismo, nos han acostumbrado a comenzar el año con un rostro optimista. Si los últimos días del ciclo anual que acaba de concluir fueron de recuentos y balances porque nos gusta mirar hacia atrás y reconocernos en los acontecimientos que hemos presenciado o protagonizado, estas fechas iniciales del año son de compromisos. Los propósitos de año nuevo propician abundantes ocurrencias y autoengaños y no podrían existir si nos aprisionamos en un semblante pesimista.

   Pero las cosas no están para menos. Precisamente a partir de las numerosas insuficiencias de nuestra vida pública (de la vida de cada quien y del balance que cada cual hace de su vida en el año que apenas concluyó no soy capaz de ocuparme, ni querría hacerlo) es imposible tener un pronóstico propicio para el nuevo año. 2017 comienza en un contexto de abatimiento casi inédito. Quienes llevamos décadas como espectadores de la vida pública quizá nunca hemos presenciado un comienzo de año tan cargado de malos augurios. Si en este espacio y en este día me dedico enumerar presagios venturosos para 2017, usted dirá que lo estoy engañando y le dará vuelta a la página en caso de que haya tenido la amabilidad de llegar hasta acá en su lectura.

   La advertencia, a estas alturas del texto y a pesar de lo joven que es el año, resulta un tanto obvia. Cualquier mirada a lo que nos espera en 2017, si se apoya en un mínimo de sensatez, tiene que estar matizada por la preocupación. En esta circunstancia, no hay pronóstico optimista. Pero es pertinente desbrozar entre los motivos del pesimismo para no incurrir en diagnósticos fatalistas.

   El pesimismo ante 2017 tiene causas objetivas, como dirían los clásicos. Las cifras de la economía, las decisiones y omisiones de gobernantes y dirigentes políticos y sobre todo la comprobada impericia de muchos de ellos, así como la ausencia de propuestas suficientes para salir de este entrampamiento, forman parte de un escenario nacional bastante triste. Los mexicanos siempre hemos enfrentado dificultades. La historia se desarrolla, precisamente, a partir de las decisiones de las sociedades para superar vicisitudes. Hoy en día padecemos un desánimo que se alimenta en circunstancias evidentes. Pero ese estado anímico también se retroalimenta en el malestar que tenemos con nuestras instituciones, su funcionamiento y quienes las conducen.

   Vale la pena subrayar que esas causas subjetivas del pesimismo se originan en la realidad. Pero las posibilidades que ahora tenemos para cuestionar abiertamente los muchos rasgos que nos desagradan de la vida pública y sus protagonistas, la exhibición que hacen los medios  de comunicación de las miserias morales y los excesos de quienes abusan desde posiciones de poder político y económico y la abundante información de la que disponemos acerca de numerosos temas, ocasionan y multiplican nuestro desasosiego. Las cosas están mal y, al mirarlas así de mal, nuestra apreciación sobre ellas se vuelve aún más pesimista.

   La promesa: no obstante esa descripción tan tremendista y más allá de las bienaventuranzas a las que nos obligan la costumbre y la cortesía, este texto no concluye de manera pesimista.

  Los mexicanos enfrentaremos los desafíos de este 2017 con, al menos, cuatro fuentes de activos sociales y políticos. El primero de ellos es el diagnóstico. Lo que nos pasa es tan evidente que no hay, casi, discrepancia en el análisis de nuestros problemas. Tenemos una economía estancada, con inversión significativa pero insuficiente, sin incentivos para levantar el vuelo, orientada a la acumulación más que a la distribución y con una fuerza de trabajo desaprovechada. Padecemos una elite política incompetente, por lo general reacia a la autocrítica y que se ha replegado ante grandes desafíos como la violencia regional y la intolerancia internacional. Nos encontramos en un entorno global con tendencias a la exclusión que han ganado relevantes posiciones políticas y en Estados Unidos gobernará un personaje inhábil, parlanchín e intolerante.

   Cada una de esas deficiencias y amenazas, en segundo lugar, está acompañada de su contraparte. Reorientar la economía no sería tan difícil, ni tan costoso, si hubiera decisión suficiente para privilegiar la inversión productiva, alentar la creación de empleos, extender la seguridad social, reivindicar al salario mínimo y diversificar los mercados con los que tenemos intercambio comercial. En el plano de la política los cambios quizá serían más difíciles porque las elites que actualmente acaparan gobiernos y partidos no son receptivas a ninguna modernización. Pero la competencia entre los partidos será tan efectiva, tanto en las elecciones de este año como en la campaña por la presidencia en 2018, que en cada uno de ellos habrá necesidad para emprender o aparentar renovaciones. En el escenario global, en cada uno de los países en donde se ha tomado decisiones funestas, desde el brexit británico hasta el referéndum colombiano y la elección de Trump, hay segmentos importantes de la población que votaron por las opciones contrarias. No es para desdeñar esas amenazas sino para acotarlas: en Estados Unidos, para mencionar el caso más grave, Donald Trump ganó gracias al enrevesado sistema electoral que se mantiene en ese país pero la mayor parte de los ciudadanos que votaron lo hicieron por Hillary Clinton. Esa es una fuente de contrapesos que no podrá ignorar el nuevo gobierno.

   Un tercer recurso que nos permite no ahogarnos en el pesimismo es la capacidad de exigencia que ha adquirido la sociedad. El descontento suele ir acompañado de ánimo crítico y recriminaciones, sobre todo al poder político. Con frecuencia la sociedad activa se empantana en cuestionamientos demasiado simples, como los que abundan en muchas cuentas de Twitter. Las insensateces, los disparates y las intolerancias que pululan en esos espacios dificultan cualquier confianza en la aptitud de la gente para actuar con madurez. Pero la sociedad es diversa y en ella también hay personas que se organizan y reivindican las acciones colectivas, que se dan a la tarea de entender para reflexionar y entonces cuestionar, que se quejan pero además proponen, que se consideran no sólo fuente de reclamos sino parte de las soluciones. Esa capacidad de exigencia crítica ha encontrado espacios en los medios de comunicación convencionales y se apoya en las redes sociodigitales.

   En cuarto lugar, más allá del ánimo crítico y sin prescindir de él, está la mayoría de los mexicanos que hacen lo suyo sin abusos ni estridencias. Las personas que trabajan de manera honesta, que respetan las leyes, que no son corruptos, que pagan sus impuestos y defienden las instituciones que tenemos aunque no siempre les gusten las decisiones de los gobernantes, que van a las urnas a pesar del malestar que puedan tener con los políticos actuales, las personas que se enteran de los asuntos públicos y se esfuerzan por comprenderlos, todos esos ciudadanos hacen posible que el panorama no sea tan ominoso. Gracias a esos mexicanos que hacen las cosas bien, gracias a todos ustedes, podemos desear, más allá del optimismo impostado, que 2017 sea un buen año.