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El debate público

Nueva vecindad, nuevo trato

Rolando Cordera Campos

La Jornada

23/10/2016

Lo más probable es el triunfo de Hillary Clinton, tanto en el voto como en el colegio electoral, aunque su victoria diste de acercar a Estados Unidos a un despeje virtuoso de su compleja ecuación cultural y socioeconómica. El rugido de Trump es el de unos sótanos que sólo encuentran eco en el odio al otro, el rencor contra el fuereño y el machismo salvaje como premio de consolación. Y abarca millones que no se ven ni se sienten representados en y por el sistema político; de aquí su opción antisistémica radical y carente de horizonte histórico.

Por ello es que ubicar a Bernie Sanders y a sus partidarios en esta liga es simplemente una sandez. Bernie y los suyos reclaman reformas económicas y sociales en una dirección, que si bien no ha ido a los detalles, reivindica una memoria colectiva, como lo es el legado de Roosevelt, y arriesga una ruta, la recuperación del New Deal y su profundización hacia un socialismo democrático. Nada más alejado de los gruñidos de Trump y las posturas punitivas y violentas de muchos de sus feligreses.

La posible inclusión de algunos de los postulados de Sanders en el programa de gobierno de Hillary tiene sentido. Desde una perspectiva de largo plazo que, digamos, arranque de los años 70 del siglo XX y el inicio de la revolución de los ricos con el presidente Reagan a la cabeza, podríamos decir que el curso proclamado por Sanders es pertinente y podría ser política y económicamente congruente de continuar el mundo y su economía por el trayecto del estancamiento secular que busca implantarse como una nueva y corrosiva normalidad planetaria.

Para salir al paso de esta auténtica amenaza civilizatoria, Estados Unidos tiene que superar el ritmo cansino y azaroso de su recuperación y apurar el paso en materia de protección y seguridad social para volverlas un escenario universalista real. Esto implica bordear los linderos de la revolución política cantada y coreada por Sanders y sus juventudes, así como adentrarse en los territorios de la reforma social del Estado; es decir, la ampliación de la ruta abierta por el Nuevo Trato y avizorada audazmente por FDR y sus fieles.

Para nosotros hay exigencias y conflictos apenas visitados. Algunos han puesto en circulación la especie de una Hillary proteccionista que impondría revisar y hasta denunciar el TLC y archivar el TPP. Tal escenario no tiene sustento y sólo recuerda las viejas y equivocadas consejas sobre lo favorables que han resultado para México los republicanos. Reeditarlas, inventándonos de nuevo como los impertérritos campeones de un libre comercio que bien a bien nunca ha existido, de nuevo puede llevarnos a soslayar tareas urgentes que el entusiasmo libre cambista de fin de siglo nos hizo olvidar y hasta condenar como emisarias del pasado, contrarias a la moderna racionalidad apenas conquistada.

No pienso que la primera prioridad de la agenda mexicana deba ser erigir un frente antiproteccionista, sino, por el contrario, poner sobre la mesa los nuevos términos y realidades de la integración económica y social surgida mal que bien de más 20 años de TLC y migración impetuosa y de nuevo plantear las necesidades de la infraestructura y el desarrollo social mexicano, como condiciones sine qua non para encarar en positivo la otra gran cuestión arrinconada de la agenda aperturista y globalizadora de México: las asimetrías productivas y, en general, económicas e institucionales y, desde luego, la migración encarnada por millones de compatriotas indocumentados y perseguidos.

En el plano laboral proletario hay mucha tela para cortar. Para empezar podríamos discutir la cuestión del salario mínimo y su posible sincronización bi o trinacional, como propusieron recientemente Michael Piore, del MIT, y Clemente Ruiz Durán, de la Facultad de Economía de la UNAM. Para no traer a cuento lo mucho por emprender en la agenda medio ambiental, ahora del desarrollo sustentable y frente al cambio climático.

Las puerilidades que algunos quisieron revivir al calor del estallido de la Gran Recesión, por ejemplo aquellas de que era el momento de desmantelar lo que quedaba en aranceles y políticas de fomento, deben ocupar el lugar que siempre les ha correspondido: el archivo muerto de las imaginerías y los mitos económicos. Como retórica y como política, eso ya no da más y para el ciclo que viene, una vez constituido el nuevo gobierno estadunidense, nos conviene tenerlo bien presente.

La divisa debe ser la cooperación internacional para recuperar el desarrollo y apoyarlo. Es en torno a esto que podría tejerse la solución política al endiablado crucigrama de nuestra fragmentación partidaria y alienación ciudadana respecto de los políticos. Se trataría, pues, de erigir una gran coalición, la mejor que podamos, con el desarrollo y la justicia social como insignias. A ver.