Categorías
El debate público

Orgullo y prejuicio en el PRI

Jorge Javier Romero Vadillo

Sin embargo

16/06/2016

No se habían terminado de contar los votos de las elecciones del 5 de junio, cuando los derrotados ya estaban escurriendo las culpas del fracaso y buscaban imputarle el batacazo al vecino. Desde la oficina de Manlio Fabio Bletrones, principal responsable de la estrategia electoral del PRI, se desató de inmediato la grilla para negar la paternidad del fracaso y achacárselo al Secretario de Gobernación por haber impulsado las posiciones liberales del Presidente de la República.

Francisco Labastida salió a echarle el hombro a su líder. Orgulloso y prejuicioso, atribuyó los malos resultados de su otrora invencible partido, ese mismo que perdió por primera vez con su candidatura la Presidencia de la República, a que Peña Nieto había propuesto, en plena campaña electoral, elevar a rango constitucional el derecho al matrimonio para todas las personas sin distingos de orientación sexual. Enseguida en los mentideros y los círculos priístas se le añadió a las causas de la derrota la iniciativa del Presidente sobre la mariguana, sobre todo lo relativo a la despenalización efectiva de los consumidores y el aumento del umbral de portación para consumo personal a 28 gramos.

Poco después, los senadores del PRI, junto con sus fieles escuderos del Verde, anunciaron que se rajaban de apoyar la iniciativa presidencial sobre despenalización y aumento de la cantidad de portación porque, según ellos, faltaba información. Por lo visto, les pasaron de noche los dos meses de discusión pública tanto en el Congreso de la Unión como en los foros organizados por el gobierno. No extraña su declarada ignorancia, pues a pocos de ellos se les vio en las discusiones de las que habían sido convocantes y tampoco se pararon por los debates del ejecutivo. Sin embargo, toda la información que pretenden no conocer está a su disposición. Es posible conjeturar, entonces, que Gamboa Patrón ha hecho frente común con Beltrones para tratar de usar a Osorio Chong como chivo expiatorio del fracaso, aunque con ello dejen en ridículo al propio Presidente.

Son nuevos estos tiempos. En la época clásica del régimen del PRI hubiese sido impensable que una iniciativa presidencial anunciada en cadena nacional desde Palacio Nacional fuera frenada por los senadores de su propio partido –en aquellos tiempos, todos– so pena de que ninguno de ellos volviera a ocupar puesto público alguno. Era la era del juego de las sillas musicales, donde a los díscolos se les impedía participar en la siguiente ronda. La no reelección inmediata de legisladores y la inexistencia de opciones de salida había terminado con las carreras autónomas de los políticos y todo aquel que quisiere seguir en el juego de la política y ocupar otra silla en el próximo turno, tenía que ser disciplinado y leal al Presidente de la República, pues era este el que repartía los turnos.

Tampoco hubiera estado bien visto en aquellos viejos buenos tiempos que los senadores del PRI salieran a darle la razón a la jerarquía eclesiástica, ni que un provecto ex candidato saliera a contradecir al entonces señor del gran poder. Ahora resulta que el Presidente es visto, al menos por una parte significativa del PRI, como un cartucho quemado que ya no reditúa electoralmente y tres senadores exhiben sin pudor sus coincidencias plenas con los atavismos de la curia. Lilia Merodio, Ivonne Álvarez y Jesús Casillas hubieran sido el objeto de todo tipo de invectivas por parte de sus compañeros de bancada si, como han hecho ahora, se hubieran puesto a la derecha del sector más integrista del PAN con sus dichos y posturas. Es verdad que la estrategia de penetración del PRI por parte de la iglesia católica comenzó a tener éxito desde la década de 1960, pero el pudor se imponía a los prejuicios y no se exhibía la beatería con descaro, pues tampoco redituaba para las rondas siguientes. Ahora queda claro que la derecha clerical ha logrado presencia transversal en todo el arco político, incluso en aquellos partidos que se declaran de izquierda.

No es necesario repetir lo que ya se ha vuelto un tópico sobre el efecto que ha tenido en los malos resultados electorales los desempeños desastrosos de los gobernadores en casi todos los estados que perdió el PRI. Tal vez –y para confirmarlo se necesitarían estudios demoscópicos y sociológicos más profundos– en el único estado donde tuvo efecto la campaña clerical en sintonía con la del PAN fue en Aguascalientes, pues ahí el desempeño del gobernador saliente no ha sido catastrófico, la economía crece y la candidata del PRI es una mujer con formación sólida, inteligente y con experiencia, que perdió probablemente por no reflejar una imagen de mujer convencional, frente al candidato panista que aparecía en los anuncios vestido de azul, con su mujercita vestida de rosa y su familia tradicional rodeándolo. Pero lo ocurrido en aquel estado no se puede trasladar a Veracruz, o a Chihuahua o a Tamaulipas, donde, estoy seguro, la campaña clerical debe haber tenido un impacto cercano a cero, mientras fueron los gobernadores depredadores, atrabiliarios y autoritarios los que labraron la derrota de su partido, junto con el desempeño mediocre de la economía y el ánimo nacional decaído.

Mientras escribo, en la comisión de salud del Senado se discute el dictamen sobre mariguana para usos médicos. Algún avance parece haber respecto a los usos terapéuticos, medicinales y farmacéuticos del cannabis y sobre la estulta prohibición del cáñamo sin contenidos sicotrópicos, pero los senadores priistas han decidido ya que no se discuta el tema que hubiere representado un avance real en el cambio de la política de drogas: la despenalización efectiva de los consumidores, pues hoy son ellos, y no los grandes traficantes, quienes sufren la mayor persecución policiaca y la severidad del sistema de justicia penal. Los senadores del PRI, y sus palafreneros del Verde, han decidido castigar la osadía liberal de Peña manteniendo en la cárcel a miles de personas que no han cometido otra falta que portar mariguana para su propio consumo, sin ningún delito violento en su cuenta.

Las voces sensatas del Senado –Martha Tagle, Roberto Gil, Alejandro Encinas, Mario Delgado o Cristina Díaz, por nombrar un grupo pluripartidista favorable a la reforma– han hecho un gran trabajo para promover una discusión informada y basada en la evidencia, pero poco han podido ante el berrinche orgulloso y los prejuicios del bloque en rebeldía contra Peña y Osorio Chong.