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El debate público

Pangloss en el mejor de los TLC posibles

 

 

 

 

Ricardo Becerra

La Crónica

07/10/2018

 

A estas alturas, la negociación del Tratado de Libre Comercio ya no se trataba de comercio, buenas y equitativas reglas para un intercambios de bienes y servicios entre tres países que se respetan; de establecer una alianza continental entre naciones civilizadas que comparten valores esenciales. Nada de eso: se trataba de “mandar una señal”. No importó aceptar desventajas, admitir abusos o tragarse francos retrocesos; lo que realmente importó es que en el cambio político hacia la “cuarta transformación” quedara exorcizada la inestabilidad financiera, la turbulencia, toda posibilidad de una nueva maldición de fin de sexenio.

Y por eso tenemos un USMCA (Acuerdo Estados Unidos, México, Canadá), instrumento que en el balance es más desfavorable a México que el anterior TLC. No obstante, el gobierno mexicano lo celebra entre cerezas y champán. ¿Porqué? Por que no pasó lo peor, dicen. Nos agredieron, nos forzaron, hubo un montón de cesiones en serie más o menos caprichosas, pero no nos noquearon, sólo nos ganaron (y en menor medida a Canadá, también).

La bendición a este resultado llegó de parte de las grandes coordinadoras mundiales del chantaje financiero: las calificadoras. Oigamos a Fitch Raitings: “al disiparse parte de la incertidumbre que enfrentaba la economía mexicana, tanto por el Tratado como por el proceso de transición política, la economía de México podría acelerarse ligeramente en 2019”. Debo decir que semanas antes la misma agencia había recortado su “pronóstico” en una típica profecía autocumplida: desciendo mi perspectiva para el año próximo si no llegas a un acuerdo.

Moody’s, por su parte, señaló que México no tendrá problemas crediticios con el instrumento (o sea, ellos no reducirán calificaciones ni verán más riesgos a la deuda mexicana). Las hermanas querían el acuerdo.

Subsisten condiciones mexicanas importantes en la agricultura (aceptar libertad de comercio la mitad de año y la otra mitad no) o la vigencia del famoso capítulo XIX: las controversias se dirimen en una comisión internacional.

Muy bien: el problema es que, en la realidad, el resto de nuestro comercio se complica y EU saca raja donde no la tenía: nuestros costos automotrices de exportación serán ligeramente mayores; la industria textil tendrá que ser más nacional y por ello más cara; se condiciona la política cambiaria (la libre flotación es obligatoria); se revisará el Acuerdo cada seis años cuando menos… todo lo cual, me parece, provoca una mutación en la naturaleza del acuerdo mismo, pues dejó de ser una plataforma para la certidumbre a largo plazo, para ser un espacio recurrente de queja, intercambio y de chantaje.

Para mí, ése es el resultado más definitorio: poner plazo y condiciones (por ejemplo, llegado cierto nivel de producción) para regresar una y otra vez a la mesa de negociación. Una suerte de libre comercio monitoreado o de proteccionismo latente, como se le quiera ver.

El gobierno que viene lo celebra y se adjudica al menos una parte del ”éxito negociador”. Y el gobierno del presidente Peña, quiere firmarlo antes del primero de diciembre. Fingir un triunfo o mejor, celebrar que no ocurrió una crisis a la mitad de nuestra singular transición de terciopelo. Hemos vuelto a perder “con dignidad”, peleando “de cara al sol”, como un campeón sin corona.

Pero ¿cuál es el síntoma más general? Que la política económica en México y en muchas otras partes del mundo se llama “tranquilizar a los mercados”.  El acuerdo es importante no por lo que contiene, no por sí mismo, sino porque mantiene una frágil base comercial que Trump amenazaba despedazar. Y como el maniático de la Casa Blanca no lo hizo, entonces habrá que celebrarlo (con él).

Voltaire narró cómo Santiago navegaba hacia Lisboa en compañía de Cándido y Pangloss. Súbitamente el barco se estremeció y Santiago cayó a una violenta corriente oceánica que lo engulló. Cándido se desprende de su ropa y quiere acudir a su rescate, pero Pangloss, su maestro, lo impide porque “la bahía de Lisboa” estaba allí, justo, para devorar al bautista, para darle nuevo mártir, una nueva historia misericordiosa a su misión religiosa.

Desde entonces Pangloss se convirtió en la gran metáfora contrafactual: lo que ocurre, no importa cuán malo, genera un bienestar mayor que si no hubiese ocurrido. Como con el USMCA, vivimos “el mejor de los mundos posibles”, el mejor de los acuerdos comerciales posibles.

Al menos, así lo festeja don Ildefonso Guajardo, nuestro Pangloss de fin de época.