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El debate público

Para pensar nuestra guerra

José Woldenberg

Reforma

07/04/2016

Andreas Schedler ha escrito un libro fundamental para poner en orden nuestras cabezas en relación a la guerra que sacude al país. En la niebla de la guerra. Los ciudadanos ante la violencia criminal organizada (CIDE. 2015), ofrece un marco conceptual para acercarse al fenómeno y a través de una lectura aguda y en profundidad de la Encuesta Nacional sobre Violencia Organizada, presenta las reacciones de ese universo masivo y contradictorio al que llamamos ciudadanos.

Su punto de partida no puede ser más pertinente. Dice: «en las últimas dos décadas del siglo XX, México transitó lenta y pacíficamente hacia la democracia. En la primera década del siglo XXI, se deslizó vertiginosamente hacia la guerra civil». Cuando le escuché por primera vez la utilización del término «guerra civil» para denominar lo que estaba sucediendo en México, instalé mis reservas. Para mí, una guerra civil lo era cuando los bandos en conflicto encarnaban ideologías y proyectos políticos enfrentados, ya que el fin último era hacerse del control del Estado. Pero de manera convincente Schedler ofrece cuatro argumentos para apuntalar su denominación: a) conceptual: «coincide con el uso del concepto en los estudios de guerras civiles en la ciencia política internacional…(Se trata) de una confrontación entre grupos armados dentro de un Estado, o entre un grupo armado y el mismo Estado, que causa un mínimo de mil muertos al año», b) empírico: los motivos ideológicos «no son una parte esencial de la definición… puede haber guerras con o sin ideología. Las llamadas ‘nuevas’ guerras civiles, como la mexicana, carecen de agenda política», c) teórico: «hay muchas cosas que podemos aprender de la literatura sobre guerras civiles…porque los bandos armados enfrentan retos análogos de organización de la violencia, tienen que movilizar recursos, conseguir armas, reclutar personal, entrenarlo, establecer una división del trabajo e imponer jerarquías…Ejercen violencia en un contexto opaco y bajo incertidumbre sobre la identidad de los actores. ¿Quién es quién? ¿Quién está de qué lado?» y d) político: «La guerra no es externa, sino interna», «es nuestra guerra».

Pero más allá o más acá de la conceptualización, a Schedler le preocupa y constata un déficit de intervención de eso que llamamos opinión pública. Señala que ahí donde se pueden ejercer los derechos políticos y las libertades civiles, donde se puede votar entre opciones diversas, «militar en partidos y asociaciones civiles, echarse a la calle y levantar la voz», los ciudadanos tienen teóricamente tres vías para influir: a) en la discusión de las políticas, b) en el propio crimen organizado, ya que éste necesita «personal y silencio» y c) en la sociedad civil a través de movimientos de protesta o asociaciones de víctimas. No obstante, ese «rosario de bellas posibilidades», salvo contra ejemplos virtuosos y vistosos, es más potencial que real. Lo que vivimos es «la normalización de la violencia y la pasividad ciudadana ante ella».

Quizá uno de los obstáculos mayores para el involucramiento activo de la sociedad civil sea precisamente «la niebla» en la que transcurre la propia guerra. De manera ideal, nos dice A. S., la alianza contra el crimen debería colocar en el mismo plano al Estado, las víctimas y la sociedad civil, enfrentados, por supuesto, a los actores violentos. La desgracia mayor, sin embargo, es que en el escenario real los actores se encuentran mezclados «y las fronteras entre el mundo de la violencia criminal y las esferas del Estado y la sociedad civil se tornan borrosas». Y ello por dos mecanismos en marcha: a) «las organizaciones criminales violentas necesitan aliados externos tanto en el Estado como en la sociedad civil, por lo que tratan de colonizar a agencias públicas, comunidades locales y asociaciones civiles» y b) porque «es prácticamente inevitable que miembros del Estado y de la sociedad civil se conviertan en víctimas, pero también en perpetradores de la violencia criminal».

Esa dinámica es producto y hace notorias por lo menos 4 insuficiencias del Estado: su debilidad institucional, la colusión de funcionarios con el crimen, el abuso de poder y la «indiferencia hacia las víctimas». Con lo cual la bruma se hace más densa. Nos encontraríamos entonces en «una democracia en guerra civil», «un sistema político cuyo régimen cumple con los mínimos democráticos, mientras su Estado no es capaz de… contener la organización y el ejercicio de la violencia privada». Pero mejor lean el libro.