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El debate público

Parches caros y disfuncionales

María Marván Laborde

Excélsior

15/06/2017

Nuestra ley electoral, repleta de prohibiciones absurdas y remiendos hechos a la medida de los temores de algunos y la capacidad de chantaje de otros, es cada día más disfuncional. Quisiera señalar algunas cosas del disparatado enredo de las coaliciones y la propuesta de segunda vuelta.

No pretendo exculpar a la autoridad de Coahuila ni mucho menos afirmar o negar la legalidad de las elecciones. Pero las coaliciones fueron un problema real. Para entenderlo hay que hacer memoria.

En 1988, el PRI se asustó con la posibilidad de perder la Presidencia; varios partidos propusieron a Cuauhtémoc Cárdenas, cada uno de ellos bajo diferente símbolo. Por el miedo del PRI, se reformó la ley electoral para impedir candidaturas comunes. Se pusieron muchos y complicados candados a las coaliciones. Los partidos que pretendieran ir juntos a una elección debían hacer un acuerdo cupular que definiera candidaturas y, lo más importante, cómo dividirían el voto del electorado. Cada coalición diseñaba un logo combinado y el votante sólo podía elegir una opción. La forma de repartición del voto entre coaligados era importante para mantener el registro y definía el financiamiento futuro.

Después de la reforma electoral de 2007-2008 cambiaron las reglas de las coaliciones. Acertadamente, desde mi punto de vista, se regresó al ciudadano la capacidad de definir qué partidos debían sobrevivir. En la boleta aparecería un mismo candidato junto al logo de cada partido que lo apoyaba. En 2012, por ejemplo, Peña Nieto apareció junto al logo del PRI y del PVEM. El desacierto fue que el ciudadano tenía tres maneras válidas de marcar la boleta, por el PRI o por el PVEM, o bien, marcar ambos símbolos y votar por el PRI y el PVEM. Dos partidos, tres posibilidades de voto válidas.

Esta forma de votar complicó el cómputo en casilla y las actas en las que se registran los votos. En Coahuila, siete partidos propusieron al candidato a la gubernatura del PRI. Las combinaciones válidas para votar por él eran, de acuerdo con Javier Aparicio, 127.

Haciendo un verdadero fraude a la ley, estos partidos hicieron coaliciones diferentes para gobernador, diputaciones y municipios. Esto se tradujo en que, en una misma casilla, un ciudadano que hubiese decidido marcar a los mismos cuatro partidos en sus tres boletas, pudo haber anulado uno o dos de sus votos. Capacitar a funcionarios de casilla con nivel de primaria fue un reto insuperable.

¿No sería más lógico regresar al principio básico de un ciudadano, un voto? Si dos partidos, o más, proponen a una misma persona, que el votante decida si se lo da al partido A o al B, pero que no pueda marcar al mismo tiempo A y B. Esto ya no se puede corregir para 2018, pero sí para 2021.

Esta semana cobró fuerza el debate de la segunda vuelta. Hace semanas expuse las razones por las que creo que no es una buena solución para problemas reales o imaginarios. Paradójicamente, algunos de los académicos que la promueven son muy críticos del costo de nuestro aparato electoral. Una segunda vuelta requeriría, por lo menos, varias centenas de millones de pesos, probablemente miles.

Habría que imprimir nuevas boletas, nuevas actas, el doble de tinta indeleble. Fiscalización para primera y segunda vueltas. Impugnaciones que deberían ser resueltas a todo vapor antes de la segunda vuelta. Financiamiento para nuevas campañas, ¿48 minutos en cada estación de radio y televisión para dos candidatos? Seguramente habría que volver a capacitar el mismo número de funcionarios de casilla que para la primera elección; la experiencia del INE es que los funcionarios de una elección ordinaria rehúsan repetir para la extraordinaria. Nuevo PREP, nuevo conteo rápido. Sígale sumando.

Más allá de que es profundamente antidemocrático hacer una reforma constitucional para detener a una persona y que sería un fraude a la legislación electoral hacerlo a través de una reforma constitucional, la segunda vuelta es un cambio estructural que, en su caso, debe discutirse integralmente después de 2018. Macron y su movimiento ¡En marcha!, gracias a la segunda vuelta, se quedará con más del 70% de la Asamblea. ¿No valdría la pena estudiar más a fondo?