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El debate público

Peña Nieto en el mundo al revés

 

 

 

 

 

 

 

 

Jorge Javier Romero Vadillo

Sin Embargo

16/11/2017

 

Quiero creer que entre las muchas cosas que ignora el presidente Peña Nieto (a diario hace gala de lo oceánico de su ignorancia) está el significado del sustantivo ingles bully, y del verbo derivado, trasladados en los últimos tiempos como moda al lenguaje mexicano para referirse al abuso escolar o laboral. De otra manera no entiendo la frivolidad con la que la usó hace unos días en su respuesta al discurso de cierre de María Elena Morera a un seminario donde se presentaron los resultados de un estudio serio, neutro y bien documentado sobre el calamitoso estado de los cuerpos policiacos mexicanos, en esta ocasión centrado en su poco apego a actuar de acuerdo con la legalidad.

Duro es el sustantivo bully: se refiere a una persona que ostentosamente intimida con crueldad, insultos y amenazas a otros más débiles, más pequeños o vulnerables. Puede tratarse de un vecino, de un condiscípulo, de un jefe o de un compañero de trabajo, lo mismo que de un familiar. Puede ser, también, un rufián contratado para hostigar a un adversario o a un dirigente social incómodo. En su acepción más común se refiere a los abusones que atormentan en los colegios a los niños débiles o torpes, lo que antes en México, sin tanta pochería, se llamaba “agarrar de su puerquito”.

Pues según Peña, quienes hemos hecho crítica (aquí me pongo el saco), las más de las veces bien fundamentada, al desastre en el que está sumida la seguridad en México –ya sea por la ineficacia y corrupción pasmosas de las policías locales, la falta de capacidad y el abuso de los cuerpos federales (incluidos el ejército y la marina), o por la dejadez de los políticos que eluden sus responsabilidades– somos crueles, insultamos o amenazamos a los pobres cuerpos de seguridad. El ridículo presidencial solo puede entenderse por ignorancia, porque de otra manera no cabría más que considerarlo una desfachatez descomunal.

La otra posibilidad es que, por efecto de un encantamiento de esos que Don Quijote encontraba por todas partes, Peña vea la realidad invertida, como en el antiguo poema de José Agustín Goytisolo musicalizado por Paco Ibáñez en la década de 1970 y que tanto cantamos aquellos de mi generación comprometidos con la política de izquierda. En aquella canción había una vez un lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos; había también un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado; todas esas cosas había una vez cuando imaginábamos el mundo al revés.

Pues en el cuento alucinado de Peña, resulta que María Elena Morera se ha transformado en una horrible bruja que molesta a los aguerridos policías mexicanos, comprometidos con su carrera gracias a los buenos sueldos y prestaciones que reciben, bien entrenados, con un horizonte de carrera sólido y con un respeto irrestricto a la ley. Ernesto López Portillo no es otra cosa que un malandrín vociferante que por intereses oscuros ataca al Sistema Nacional de Seguridad, pilar del Estado mexicano que ha cumplido todas sus metas; Catalina Pérez Correa es una aviesa vocera de fuerzas antimexicanas que no para de cuestionar a las patrióticas fuerzas armadas con cifras inventadas sobre sus índices de letalidad cuando actúan en tareas de seguridad; Pepe Merino es un cruel azuzador que se empeña por ponerle nombre a unos desaparecidos imaginarios; Eduardo Guerrero se dedica a cocina cifras falsas sobre el desempeño policial; Paco Torres Landa y todo México Unido contra la Delincuencia no hacen otra cosa que campañas de desprestigio contra un sistema de justicia eficaz, con índices de impunidad envidiables por los países más desarrollados del mundo, mientras José Guevara y la “Comi” se dedican a propagar falsas violaciones sistemáticas a los derechos humanos.

Lástima que todo eso no sea más que el mundo al revés de la alucinación presidencial. Porque abuso, crueldad, insultos y amenazas sí que existen en el desempeño de los descuajaringados cuerpos de seguridad del Estado mexicano, incapaces de cumplir a cabalidad con sus tareas básica, acostumbrados históricamente al servilismo con los poderosos, a quienes venden sus servicios de manera privativa, mientras que a los débiles los dejan sin protección frente al delito y la violencia, cuando no los extorsionan y los someten con una fuerza mal usada.

Bullcomente un Estado que por omisión o por acción ha llevado al país a una tasa de homicidios de alrededor de 24 por cada cien mil habitantes, bullies han sido las procuradurías que han dejado en la indefensión a millones de mexicanos por incapacidad para investigar con eficacia los delitos, bulling es la inacción de los gobernadores que esperan al despliegue de las fuerzas federales mientras desvían los recursos en su provecho personal. Porque en la realidad no invertida, a México lo han gobernado desde siempre unos abusones, que han utilizado su no muy eficaz ventaja comparativa en la violencia para hacer negocios y obtener beneficios particulares a costa de la ciudadanía indefensa, que, además, queda a la merced de los otros abusones, los delincuentes, a los que supuestamente el Estado debería contener.

En México la población que no tiene cómo comprar de manera privada su seguridad ni para pagar a los agentes estatales su desobediencia de la ley está sometida a los abusos de los delincuentes, pero también a los de los de aquellos que, en teoría, deberían defenderlos. Es una historia parecida a la del colegio siniestro en el que estuve desde la primaria hasta el bachillerato, donde los rufianes abusones eran protegidos por los también abusones prefectos y directivos y cuando uno alzaba la voz contra la iniquidad acababa regañado, como el otro día acabó María Elena Morera por Peña Nieto. Entre bullies te veas.