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El debate público

Plagios

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

29/08/2016

El plagio es la presentación del trabajo de otros como si fuera propio. No hay disculpa posible: cuando en prácticamente cada una de las 200 páginas de una tesis hay un párrafo, una línea o de plano la página entera tomadas de textos de otros autores, estamos ante una acción reprobable. No hay medidas capaces de subsanarla, sobre todo un cuarto de siglo después. El agravio a las reglas más elementales del trabajo académico es un baldón más en la biografía de quien obtuvo la licenciatura de esa manera. Nada más. Nada menos.
Al país no le conviene tener una presidencia débil. Si le va mal al presidente, de una u otra manera nos va mal a todos. El descrédito del titular del Ejecutivo no ayuda a nadie. En otras circunstancias, en otros países, la comprobación de las trampas que cometieron en sus trabajos recepcionales ha conducido a la dimisión de algunos gobernantes. No sucederá así en México, pero tampoco sería deseable que ocurriera. No es con una crisis política mayúscula como se resolverán los muchos problemas que enfrenta la nación. Además, frente a otras carencias y dificultades, la de la tesis es una cuestión menor aunque no por eso hay que soslayarla. Lo que nos hace falta son instituciones sólidas, dirigentes políticos confiables, ciudadanos exigentes con el poder pero que también se consideren representados y gobernados por él.
El asunto de la tesis es más que una anécdota. Ese documento pero también los intentos para justificarlo, forman parte de una cultura política definida por la simulación. Si la tesis resulta importante no es tanto por la conducta individual que manifiesta, sino como símbolo de un problema de mucha mayor amplitud.
Por otra parte las condenas maximalistas que aprovechan el asunto de la tesis para hacer escarnio de su autor porque han personificado en él la causa de los problemas del país, no hacen mas que incrementar el ruido que entorpece la discusión pública. Hay quienes experimentan una satisfacción personal en la comprobación de los yerros de ese funcionario público. En realidad este asunto es para entristecernos y preocuparnos. Cualquier alborozo en este caso resulta un tanto masoquista.
La tesis es un documento que comprueba el conocimiento, por parte de quien aspira a obtener un título académico, en un área disciplinaria o un tema específicos. Por lo general se trata de la exposición de un problema ante el cual se propone una respuesta (por eso se llama tesis) que se busca demostrar a través de la reflexión conceptual y/o la investigación de un caso concreto. Por ello se requiere que sea un trabajo original y no el refrito de lo que han dicho otros.
Desde luego, ninguna tesis parte de cero. Es necesario revisar qué dijeron otros autores (incluso, a menudo, otros tesistas) acerca de ese tema. Por eso, igual que en el resto de la escritura académica, en toda tesis hay referencias y citas. Nunca está vetada la posibilidad de acudir a diversos autores. Las ideas de otros son para tomarlas, examinarlas, discutirlas, exprimirlas si se puede, y la única regla para ello es colocarlas entre comillas cuando se reproducen de manera textual e, invariablemente, citar al autor y la fuente de donde se ha tomado esa frase o ese párrafo.
Ese es el ABC de la investigación documental. A pesar de que no se requiere especial pericia para colocar comillas y citas, siempre han existido plagios en las tesis. Algunos alumnos pretenden ostentarse como los autores de párrafos que les gustaron. Otros, remedian de esa manera la inhabilidad para escribir sus propias consideraciones. En todo caso, reproducir palabras de otros sin citarlos es un fraude.
Ese engaño se ha multiplicado gracias a la disponibilidad de textos digitales, sobre todo en línea, a partir de los cuales se puede copiar y pegar. La flojera que aqueja a muchos estudiantes los lleva a tomar a insertar textos de otros en sus trabajos escolares y en no pocas tesis de todos los niveles. Pero por lo general lo hacen con una suerte de ignorante ingenuidad. Es frecuente que cuando un alumno intercala sin citarlo un texto que no es suyo, el profesor que lo revisa se dé cuenta del estilo diferente que de pronto rompe la sintaxis. Además los profesores también pueden utilizar Google y otros recursos digitales para identificar la fuente original del texto.
En todo caso, la responsabilidad por el plagio en una tesis recae exclusivamente en el alumno. El profesor que dirige ese trabajo, o el jurado que lo revisa, no tiene obligación de cotejar cada párrafo con la bibliografía relacionada con el tema de la tesis. Hoy disponemos de libros, tesis y artículos académicos que se encuentran digitalizados y esas búsquedas son más sencillas. Pero esos recursos existen desde hace pocos años y, aún ahora, no abarcan toda la literatura académica.
En las universidades mexicanas, hasta hace poco tiempo prevaleció la tendencia a disimular cuando se conocían casos de plagio. La torpe creencia de que la ropa sucia ha de lavarse en casa, conducía a ocultar esos episodios vergonzosos aunque en algunas ocasiones se les sancionara. Sin embargo la denuncia en medios cada vez más abiertos a estos temas, y especialmente la posibilidad de difundirlos en las redes sociodigitales, ha permitido que se propalen casos de plagios cometidos por profesores e investigadores o, en otras ocasiones, por escritores célebres.
Ahora en la UNAM y en otras universidades comienzan a existir normas y mecanismos para evitar y, cuando lo hay, castigar el plagio. Hay que reconocer que, antes que nuestras universidades públicas, fueron varias universidades privadas las que incorporaron a sus reglas la sanción a esa inaceptable falta académica.
Lo que hicieron los periodistas del equipo de Carmen Aristegui fue cotejar la tesis ahora en litigio con distintos textos relativos al desarrollo del presidencialismo mexicano y sus normas jurídicas. Algunos de esos libros aparecen citados al final de la propia tesis pero  en ella no se les reconoce como fuente de párrafos y páginas enteras.  Esa comparación fue posible gracias a que tales títulos se encuentran en Internet. Hay otros párrafos y frases, también plagiados, que esos informadores no identificaron porque fueron tomados de libros que no están en línea. Además la tesis tiene numerosos errores de fechas y ortografía, entre otros. Es decir, el tamaño del plagio y las deficiencias de la tesis son mayores de lo que ha señalado el equipo de Aristegui.
No se trata de un gran hallazgo periodístico. La tesis ya era conocida y fue mencionada en artículos de prensa y libros acerca del ahora titular del Ejecutivo Federal pero nadie se había tomado la molestia de revisar el origen de cada párrafo. Ese ha sido mérito de tales periodistas, aunque la estridencia con la que fue anunciada esa investigación propició que algunos de quienes estuvieron pendientes de su difusión esperasen revelaciones de mayor calado político, o más actuales.
Si Carmen Aristegui promovió esa investigación para rivalizar con la agenda de los noticieros de Televisa, o motivada por un afán de revancha política, son asuntos colaterales al tema que ha denunciado. La trayectoria personal y desde luego académica de nuestros gobernantes es un asunto público. Hasta ayer, el video que sintetiza esa investigación había recibido más de 2 millones 100 mil visitas en YouTube.
Tan lamentable como la factura hechiza de la tesis, han sido los intentos para restarle importancia e incluso disculparla. Las apropiaciones indebidas que allí se aprecian no son resultado de errores tipográficos ni editoriales. Tampoco sirve de nada echarle la culpa a la periodista que propició esa indagación. Las faltas cometidas en esa tesis no tienen excusa. Si acaso, el episodio podría servir para que en las universidades se intensificaran los esfuerzos para impedir y sobre todo sancionar los plagios.
En estos días se difunde la campaña que sostiene “lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”. Esa frase manifiesta el talante autodefensivo del gobierno y su desconocimiento acerca del papel de los medios de comunicación. Las buenas noticias pocas veces son noticia. Lo importante no es fabricar un talante optimista ante escenarios nublados por el malhumor público, sino evitar las causas de las malas noticias.
En ausencia de explicaciones —e incluso ante la decisión para transformar la presentación del informe presidencial en una prefabricada tertulia con jóvenes en vez de propiciar la interlocución abierta con el Poder Legislativo— se puede decir que lo malo ahora sí se cuenta y, cuando no se discute ni aclara, cuenta mucho.