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El debate público

Populismos

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

04/07/2016

El parloteo en las redes digitales se solazó con la diferencia de apreciaciones de los presidentes de México y Estados Unidos acerca del populismo. El presidente Peña Nieto había aludido a “liderazgos políticos que asumen posiciones populistas y demagógicas”. El presidente Obama dijo que si el populismo era la identificación con la gente, entonces él es un populista. Pareció una rectificación muy brusca, aunque Obama aclaró que en sentido amplio estaba de acuerdo con Peña Nieto.
En rigor, el presidente mexicano tenía razón. Obama se limitó a una concepción limitada y coloquial del populismo y lo hizo, sobre todo, por motivos políticos.
Estaban, junto con el primer ministro canadiense Justin Trudeau, en una conferencia de prensa en Ottawa. La reportera Roberta Rampton, de Reuters, recordó que tres meses antes Peña Nieto comparó a Donald Trump con Hitler y Mussolini y le preguntó si aún piensa lo mismo. Por eso, Peña aludió a quienes con respuestas fáciles pretenden “eliminar, o destruir lo que se ha construido… recurriendo al populismo y a la demagogia”.
Obama advirtió en esas frases una alusión incómoda. Dijo que la retórica no basta para que alguien sea populista, pero, él mismo, ofreció una explicación retórica. Recordó que él se ha preocupado por “la gente”, por los niños y los trabajadores, “supongo que eso me hace un populista”. Los que de pronto dicen “algo discutible para ganar votos”, consideró, no por eso se vuelven populistas. “Eso es nativismo. O xenofobia. O algo peor. O simplemente cinismo”, dijo en alusión al aspirante republicano Donald Trump.
Lo que Obama quería era reivindicar al precandidato demócrata Bernie Sanders, cuyas posiciones a menudo han sido calificadas como populistas: “hay gente como Bernie Sanders que creo que merece legítimamente ese título porque ha estado peleando por esos asuntos”.
Sin embargo, lo que Obama llama populismo es vocación social, compromiso con la gente o convicción democrática. El populismo es otra cosa. Se trata de un concepto resbaladizo como a menudo sucede con las definiciones en ciencias sociales. Pero tanto en la discusión internacional en los medios como en el análisis académico, el  término populismo se emplea de manera peyorativa para designar comportamientos vinculados con la demagogia, el liderazgo unipersonal y la apropiación de la imagen o la representación del pueblo.
En América Latina el populismo ha tenido larga tradición. Fueron populistas Juan Domingo Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil y en alguna medida Lázaro Cárdenas en México. En los años recientes en Europa se ha desarrollado un populismo de derechas en los partidos conservadores y racistas, de la misma manera que fue populista la campaña por el Brexit en el Reino Unido. En Estados Unidos Donald Trump es populista.
No hay una definición aceptada por todos los que estudian al populismo, pero, por lo general, comprende los siguientes rasgos.
1. No es una ideología. El populismo es un comportamiento político que puede servir a posiciones de derechas o de izquierdas. El discurso maniqueo que promueve conduce inevitablemente a posturas extremas. Frente a la élite corrupta, el líder populista se presenta como la encarnación del pueblo noble y por eso acertado siempre. En un escenario de buenos y malos, él encabeza a los buenos. Su discurso es moralista, aunque no necesariamente moral.
2. En vez de reivindicar a los desposeídos, los suplanta. Lejos de defender a los pobres, se aprovecha de su representación. El “pueblo”, invocado de manera genérica porque el discurso populista no suele hacer precisiones para no comprometerse con sectores o temas específicos, no es causa, sino pretexto.
3. Discurso demagógico. Mentiras y medias verdades, acusaciones sin sustento, insinuaciones personales o de plano descalificaciones directas, son parte de la retórica populista, aunque, desde luego, son recursos utilizados por políticos de variados perfiles. No todos los demagogos son populistas. Pero todos los populistas son demagogos.
4. Protagonismo. La política siempre es protagónica. Los liderazgos son resultado de la confianza, el carisma, la capacidad y otros atributos. En las conductas populistas, sin embargo, hay tal personalismo que el líder pretende que encarna la voluntad del pueblo y que es su representante único e indiscutible del pueblo. Apologistas de sí mismos,  los líderes populistas no solamente se ufanan de que hablan a nombre del pueblo. En ocasiones afirman que el pueblo habla a través de ellos.
5. Centralidad del líder. El dirigente populista es el eje de la actividad política, su presencia reemplaza a las propuestas, sus ocurrencias desplazan a las ideas. Cuando están a la cabeza de un partido lo acaparan, lo relevan inclusive. Ellos lo deciden todo. En un partido sometido a un liderazgo populista no hay deliberación ni estructura que valgan. El especialista Kurt Weyland, de la Universidad de Austin, en Texas, explica: “los populistas crean organizaciones pero las mantienen bajo su control personal”.
6. Antipolítica. Ante los errores y excesos de la política institucional, el líder populista se propone como la alternativa liberadora y purificadora. Aunque él mismo hace política formal y busca prosperar dentro del marco institucional, participa en elecciones y mientras no pueda cambiarlas sigue las reglas del sistema político, el líder populista se presenta como una opción externa al sistema y, con frecuencia, incluso antisistema. Como ha explicado el profesor Benjamín Arditi, politólogo de la UNAM: “los populistas se ven a sí mismos, legítimamente o no, como ‘outsiders’ de la política”.
7. La institución soy yo. Si bien juegan con las reglas institucionales, los populistas intentan forzarlas o incumplirlas a través de recursos plebiscitarios y demostraciones de masas. Reconocen los resultados electorales cuando les convienen y, cuando no, siembran dudas sobre ellos. De todos modos, en su discurso, quienes representan al pueblo son ellos.
Algunos autores consideran que el populismo es una vía para renovar a la democracia liberal. El argentino Ernesto Laclau desarrolló una compleja obra en la que justifica al populismo (en parte para legitimar así al peronismo) al que entendió como una expresión de “los de abajo” y no sólo de los líderes. Esa perspectiva no resuelve la contradicción entre liderazgos populistas y, para reconocerla de alguna manera, la democracia formal.
8. No es una práctica de la democracia, sino en contra de ella. El populismo es una forma de autoritarismo. En ocasiones permite subrayar carencias de la democracia, pero antes que nada está orientado por el interés de un líder y la cúpula que le rodea. El populismo es tan elitista como otras expresiones de la política, pero sin los contrapesos que tiene la democracia formal. En palabras del politólogo holandés Cas Mudde: “El populismo es la respuesta democrática iliberal al liberalismo no democrático. Critica la exclusión de importantes temas de la agenda política por parte de las elites y clama por su repolitización. Pero eso tiene un precio. Las apreciaciones en blanco y negro del populismo y su falta de compromiso conducen a una sociedad polarizada —por la cual, por supuesto, ambas partes tienen responsabilidad—, su extremismo mayoritario niega la legitimidad de los puntos de vista de sus oponentes y debilita los derechos de las minorías”. Aunque se desarrolla en democracia, el populismo es contrario a ella.
9. No reconoce interlocutores. Para el líder populista, su verdad es la única. Como representa al pueblo y el pueblo, en esa concepción, siempre tiene la razón, se considera infalible. Por eso no delibera con otras posiciones, rehúye el debate y promueve, así, la ya señalada concepción polarizada de la realidad.
10. Identidad a partir del antagonismo. El líder populista se construye en contraposición a los que rechaza. Independientemente de su propia biografía, y con frecuencia no obstante ella, el populista intenta calificarse a sí mismo al descalificar a los que aborrece.
11. Rechazo a lo diferente. El populismo, desde Hitler hasta Trump, con frecuencia se apuntala en la xenofobia. La politóloga belga Chantal Mouffe ha explicado con claridad: “El problema no es la referencia al ‘pueblo’… El problema descansa en la manera en la que este ‘pueblo’ es construido. Lo que hace este discurso populista de derecha es su fuerte carácter xenófobo y el hecho de que en todos los casos los migrantes son presentados como un desafío a la identidad del pueblo, en tanto el multiculturalismo es percibido como si fuera impuesto por las elites en contra de la voluntad del pueblo”. Eso es lo que el presidente Obama llama nativismo, que consiste en una profunda antipatía por los migrantes. Esa vertiente xenófoba y derechista del populismo es la que amenaza con fragmentar a la Unión Europea, sobre todo después de la reciente decisión en Gran Bretaña.
12. Exhibición mediática. La simplificación discursiva, la propagación de estereotipos y la personalización intensa que despliega el populismo encuentran en la televisión un vehículo idóneo. El contacto que antaño había en los mítines es reemplazado por la exhibición televisiva que, de esa manera, propicia una renovación del populismo. En opinión, nuevamente, del profesor Weyland: “el neopopulismo es aún menos institucionalizado que el populismo clásico. Adopta una postura antiorganizacional, alcanza a sus seguidores en la esfera privada y depende de las respuestas confidenciales de los ciudadanos individuales, no de manifestaciones colectivas del pueblo en la esfera pública”. Ese traslado de la política a la esfera privada ocurre sobre todo con las redes sociodigitales. El lenguaje fragmentario, la manipulación de imágenes y las sentencias tajantes que predominan en tales redes favorecen la retórica de los líderes populistas, aunque también son utilizados para contradecirlos.
Así es el populismo. No es reciente, aunque ahora se extiende en condiciones nuevas. No es problema de una sola región, ni sirve a una sola ideología. En todos los casos implica una demagógica y autoritaria suplantación del pueblo. “Péjele a quien le peje”.