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El debate público

Por una oposición que sirva

 

 

 

 

 

María Marván Laborde

Excélsior

14/08/2017

Ariesgo de simplificar, como en cualquier generalización, las mexicanas y los mexicanos tenemos más miedo al conflicto que aprecio por el pluralismo. Producto de las guerras fratricidas del siglo XIX y de la férrea hegemonía del PRI en casi tres cuartas partes del siglo XX, nos angustiamos ante las diferencias y en muchas ocasiones no sabemos cómo responder ante ellas sin generar rupturas y propiciando espacios de encuentro para armar consensos

El conflicto de la semana pasada, que dilató la instalación de la Cámara de Diputados, generó importantes condenas y mucha consternación. Con un alto costo político para uno y otro lado del conflicto, el PRI y sus aliados cedieron a la demanda más visible del bloque opositor del PAN, PRD y MC. Como bien señaló ayer en este mismo espacio María Amparo Casar, ahora se corre el riesgo de perder lo ganado. La discusión no debe limitarse a la eliminación del pase automático del procurador a fiscal.

Dos colectivos importantes de organismos de la sociedad civil, #FiscaliaQueSirva y #VamosPorMas, entregamos al Congreso un proyecto de dictamen para repensar de manera integral a la aún innata Fiscalía General de la República. Se trata de hacer planeamientos de diseño institucional que comprenden, pero no se agotan en la eliminación del pase automático.

Si bien considero que es indispensable reconocer los avances democráticos del país de las últimas tres décadas, también hay que aceptar nuestras deficiencias. Una de ellas es la enorme dificultad que han tenido las oposiciones de entender su papel de control del Poder Ejecutivo en el sistema de pesos y contrapesos (al que me gusta más llamar sistema de equilibrios y controles). Cualidad democrática anterior histórica y conceptualmente a la aceptación de los partidos políticos.

Algunos partidos se instalan en la complicidad para, de vez en cuando, soltar el péndulo y llegar al obstruccionismo sin parada intermedia. Otros al revés, permanecen en el perverso juego de “tapaos los unos a los otros” para visitar por un instante el acantonamiento de lo intransitable y el chantaje.

Poco han entendido los partidos de oposición la importante labor que deben desempeñar en el control del Poder Ejecutivo. Apenas el viernes pasado llegó a la Cámara de Diputados el Presupuesto para el 2018. Seguramente se replicará, como ya es costumbre, la repartición de moches para comprar votos. Se asegurará a cada diputado un pequeño cochinito con el que irá a su comunidad a hacer lo que ellos entienden por política: repartir loncheras y tinacos.

Lejos están de hacer una revisión técnica seria que permita exigir racionalidad en la política impositiva, por un lado, y eficiencia del gasto gubernamental por el otro.

Desde el sexenio de Fox, la Comisión de Vigilancia renunció a discutir en el Pleno y aprobar, o no, el dictamen de Cuenta Pública que año con año les entrega el auditor superior de la Federación. Después de que el Pleno decidió que no se aprobaban las cuentas de 2003, han echado al cajón del olvido los ejercicios restantes. Omiten para evitar los escándalos mediáticos y hay un increíble desperdicio de recursos públicos que dejan trunco el proceso de rendición de cuentas. Esto cancela la posibilidad de una discusión republicana.

Las decisiones en torno al diseño institucional de la nueva Fiscalía General de la República podrán transformar la lógica de la procuración de justicia del país; esto, a su vez, es el complemento indispensable al nuevo modelo de justicia que estamos construyendo.

Me parece especialmente preocupante el creciente discurso antipartidista. Ya circulan peticiones oportunistas que proponen reducir el presupuesto de los partidos so pretexto de las muy lamentables desgracias que trajo consigo el temblor del pasado día 7 de septiembre, que dejó, además de un centenar de muertos, millones de damnificados. Vaya para ellos nuestro pésame y solidaridad. Estoy convencida de que sin dinero no hay política y sin partidos no hay democracia, sin embargo, ¡qué difícil es defenderlos! A ver cuándo aprenden a ser oposición democrática.