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El debate público

Preparando el plan

Ricardo Becerra

La Crónica

29/03/2020

Este artículo parte de una definición: si no nos aislamos, drásticamente, no controlaremos la pandemia, la muerte. Es más: la habremos prolongado estúpidamente.

No hay tal disyuntiva entre economía y salud: la economía requiere del confinamiento sanitario si no quiere sufrir más profunda, más prolongadamente, el freno de su consumo, del empleo, del ingreso. Y como este shock es inevitable, la realidad lo va a imponer. Para lo cual necesitamos un plan, el diseño de una fuerte batería de medidas que animen vigorosamente a la economía luego de su caída en coma (ocurrirá durante abril y mayo, si bien nos va).

Pero será la realidad, no la previsión ni el talento del gobierno mexicano, la fuerza que produzca un plan. Necesidad, no virtud, que obligará a presentar —ante los ojos de todos, adentro y afuera— un programa excepcional para escapar de la recesión, la más profunda que los mexicanos hayamos conocido.

No se necesita ser profeta para reconocer los eventos que vendrán (y ya están aquí): bajan fuertemente las ventas, no hay nuevos pedidos, despidos todos los días, capitales moviéndose hacia EU (hacia lo seguro), inversiones en caída, desplome de la recaudación y del precio del petróleo, devaluación sin control, en medio de pilas de muertos, anomia y suspensión obligada de la actividad diaria de millones. Y esto lo vivirá, simultáneamente, casi todo el mundo.

La realidad es tan rotunda que casi no hay gobiernos, instituciones, organismos, grupos que no lo hayan comprendido así. Organizar el plan económico es una obligación absoluta que, quiera o no, nuestro gobierno deberá presentar. Aquí unas recomendaciones básicas que se derivan de lo mejor de nuestra discusión pública (ver la recopilación preparada www.ietd.org.mx)

1) El tamaño de la intervención debe ser muy grande. Como muestran los países desarrollados, es mejor sobreactuar que quedarse corto. El plan debe ser lo suficientemente contundente para abrazar a todos los necesitados y convencer al funcionario del FMI más escéptico.  

2) Un plan de estímulos como ése ¿cuántos recursos implica? El referente inmediato es el de 2009. El gasto de reanimación del gobierno se incrementó en 3 por ciento del PIB. 785 mil millones de pesos actuales. Pero recordemos que nuestra crisis presenta atolladeros muy superiores y más concentrados en el tiempo. Así que que la cifra del plan puede acercarse al billón o más.

3) Dejémonos de engañifas. No se trata de “reasignación de gasto” (artificio tan recurrido por la actual administración). Se trata de crecer, animar, inyectar, ampliar el gasto público en una escala tal, enorme, si queremos que de verdad funcione.   

4) El plan debe dotarse de muchos recursos, pero concentrarse en pocas medidas. No tiene sentido anunciar una gran cantidad de iniciativas aquí y otras allá: el gran apoyo debe instrumentarse en pocos programas, bien pensados, pero de gran amplitud.

5) El gobierno debe saber que la recaudación se vendrá abajo, de manera radical, y por eso, las metas del presupuesto de egresos 2020 ya son inviables. Es decir, la superstición del superávit fiscal ya fue evaporada por la realidad.

6) Este plan serio y bien articulado (ojalá deliberado democráticamente) es indispensable por una razón: sin él no habrá acceso a los créditos internacionales que, quiera o no López Obrador, vamos a necesitar. El plan es condición para escapar de la depresión y para tener con qué encarar una depresión enorme.

7) Los objetivos maestros del plan son: preservar los empleos, preservar los ingresos y, por tanto, preservar las unidades donde ocurren, tanto las formales como las informales. Para “bajar” esos recursos a los ciudadanos de carne y hueso, vamos a necesitar instrumentos con los que hoy no contamos, salvo una excepción: el padrón de los trabajadores del IMSS. Sobre esa base hay que diseñar todo lo demás, pues la ambición número uno del plan es que apoyará, sin titubeos, a las empresas que sostengan los trabajos.

8) Hay que tomar en cuenta que el peor trimestre económico vivido por este país fue el segundo de 1995, con una caída de -8 por ciento. En nuestro caso hay instancias que calculan un desplome de ¡-35 por ciento! Algo incomprensible, inimaginable. El programa que le haga frente debe ser tan enorme, tan enérgico como la crisis misma.

¿Lo ven? No está en juego el éxito económico del 2020 ni la solvencia de la actual administración. A estas alturas, ya son son minucias. Está en juego el destino económico de la siguiente generación. La actual, la mía, por desgracia, ya está perdida.