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Rolando Cordera Campos

El Financiero

16/08/2018

 

La transición, ahora concretada en la constancia de mayoría para Andrés Manuel López Obrador quien deja de ser “virtual” para volverse presidente electo, sigue tersa. Pero eso es sólo en la superficie, porque debajo del flujo político desatado por la campaña y coagulado en la elección del primero de julio corren todo tipo de corrientes que, a medida que la variopinta coalición triunfante despliega sus tonalidades y decibeles, se ven y se oyen.

Se trata de una victoria popular que reclama un gobierno popular por su contenido, propósitos y formas de actuar. Nada fácil de mezclar en el matraz de la política donde Morena, sin saber bien a bien cómo, busca acomodar la enorme variedad de intereses y pasiones cuyos portadores quisieran ver convivir, cuando su propio sentido común se empeña en decirles que eso no es posible. No, al menos, después de los días de estreno y jolgorio.

Como en cascada se vienen los propósitos diversos, junto a la constatación de la escasez de recursos. Pronto, la piñata tendrá que dejar el lugar a la perinola donde todos ponen, pero sólo algunos ganan. Así es y será la vida, acotada además por los humores del señor del Norte que juega con nosotros mientras acosa a China o a Turquía según el mensaje del momento.

Vivimos una era de cambio profundo, al que hacen eco personajes como el presidente Trump pero también, paradoja de paradojas, los señores Erdogan y Salvini, enroscados en la internacional nacionalista que Bannon promueve. Es en este contexto que el nuevo gobierno tendrá que desplegar lo mejor de sus habilidades y la más firme de sus convicciones.

Por lo pronto, es desde adentro que emanan sus principales y agresivas restricciones y reclamos. Lo justificarán en su momento, digamos que a partir de que el nuevo Congreso de la Unión se constituya, pero lo que no podrán hacer es soslayarlo. En primer término, un crecimiento menos que mediocre que no tiene justificación alguna; resultado de una estrategia decidida y mantenida a partir de creencias sin evidencias.

La búsqueda obsesiva de una estabilidad financiera, monetaria y fiscal, es la que ha estado detrás de las absurdas decisiones de reducción de la inversión pública a niveles inauditos; de contención salarial y de rechazo persistente a toda versión, así fuere minimalista, de política industrial, a pesar de las abundantes señales de que eso, y poco más, era lo requerido para empezar a “nacionalizar” la globalización y emprender una nueva ruta de crecimiento basado en una utilización intensiva y extensiva de las ganancias de la apertura.

Todo esto tiene que cambiar y dejar paso a una nueva, imaginativa y constructiva manera de hacer política económica… y social.

En segundo término, el nuevo gobierno tiene que encarar el drama, en mi opinión tragedia, de las finanzas públicas. No hay escape. Urge plantear(se) la necesidad de una profunda reforma hacendaria que aborde el pantano del endeudamiento en que se ha caído, pero que no eluda lo principal: la insuficiente recaudación. También, su progresividad y su racionalidad. Mucho que hacer en los corredores de Hacienda y más en los del poder donde habrá que tomar las decisiones “políticamente incorrectas”.

Hay que hacerlo ya; más vale tarde que nunca. Empezar a reconocer nuestra dura realidad, antes de que llegue de nuevo el crepúsculo.