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El debate público

Pueblo, datos, plan (II)

Ricardo Becerra

La Crónica

26/05/2019

Si el pueblo es la prioridad, el plan para los siguientes años debería ser orientado sobre todo por su demografía, lo que quiere decir, por los problemas de la población.

Estrictamente hablando, los más grandes y más graves son estos seis: 1) que los pobres siguen teniendo más hijos que el resto porque no cuentan con educación sexual y están fuera de los programas de planificación familiar y del uso de anticonceptivos; 2) que los adolescentes comienzan su actividad sexual más temprano y, sin orientación adecuada, están protagonizando tasas crecientes de embarazo; 3) paralelamente, el envejecimiento vertiginoso e inexorable de México, que exigirá cambios en los sistemas de salud, educativo, de pensiones, etcétera. Muy especialmente cambios en los patrones de vida urbana, porque los que sí lleguemos a viejos, viviremos en grande ciudades; 4) la dispersión poblacional en cientos de miles de aldeas que dificultan la provisión de casi todos los servicios; 5) la mayoría vivimos en zonas de riesgo (sequía, huracanes, temblores) y ya padecemos insuficiencia crónica de agua, y 6) ya no somos un país expulsor, sino una nación de tránsito, destino y de refugio de migrantes.

Ahora bien, el Plan Nacional de Desarrollo (que se discute ahora mismo en la Cámara de Diputados) alude a algunos de estos asuntos, pero la verdad es que ni el principio “por el bien de todos, primero los pobres”, ni el apartado “no más migración por hambre o por violencia” ofrecen acciones para los problemas modernos que desde el año pasado advirtió con muchos datos el Consejo nacional de Población (https://tinyurl.com/y4sq8m6b).

El resto, los otros cuatro temas críticos, ni siquiera se mencionan, no en la severa introducción presidencial pero tampoco en el desarrollo que integra la segunda parte del Plan.

Por supuesto que la política de seguridad y la política económica tienen el calibre y la gravedad de los problemas poblacionales, pero sin poner el foco en éstos, aquellos siempre quedarán cojeando, me explico.

Si los mexicanos más marginados siguen procreado cuatro o más hijos en promedio y siguen viviendo en localidades apartadas o de difícil comunicación, va a ser difícil generar empleos e ingresos en zonas que, por definición, son de difícil crecimiento. Si no evitamos que las jóvenes (sobre todo ellas) precipiten su maternidad a edades tan tempranas como los 16, 18 o 20 años, ya no podremos aspirar a que concluyan su educación y por lo tanto a un desarrollo que las libere personalmente el resto de su vida. 

Más ejemplos: si no colocamos en el interior de nuestros bulbos raquídeos el país de viejos que seremos, el futuro nos alcanzará muy pronto sin haber preparado al sistema de salud o al de pensiones. O si los asentamientos humanos siguen multiplicándose, precisamente en las regiones y terrenos de mayor vulnerabilidad, es difícil que prosperen algún día, pues sus poblaciones quedarán siempre expuestas a los desastres cíclicos que devastan sus patrimonios.

Sin estas prioridades demográficas en la cabeza, sin esos datos cruzando nuestras metas cardinales, dígase lo que se diga, no habremos incorporado al pueblo y sus movimientos fundamentales en el corazón de nuestro Plan.

(Vbg: la semana pasada, el meticuloso doctor J.J. Romero me hizo ver que las cifras acerca de los muertos provocados por la guerra cristera eran mucho menos que los apuntados en mi artículo. Tiene razón si nos atenemos a las fuentes mejor documentadas de aquel episodio —o sea a Jean Meyer y su Cristiada— los muertos no alcanzan la escala de cientos de miles, sino un par de decenas de miles y dentro de territorios localizados en el occidente de México. De todos modos, hoy como ayer, creo, siguen siendo muchos muertos).