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El debate público

Putin sabe que las orejas no tienen párpados

Ricardo Becerra

La Crónica

08/05/2016

“Entre todas las artes, solo la música colaboró en el exterminio… Es el único arte requisado como tal por la administración de los Konzentrationlager… En su perjuicio, fue el único arte capaz de avenirse con la organización de los campos, del hambre, de la indigencia, del dolor, de la humillación y de la muerte”.

Solo la música tiene ese político poder, dice Pascal Quingard, y es la disciplina que ha acompañado los grandes movimientos y maniobras de la geoestrategia desde la antigüedad (El odio a la música, Editorial Andrés Bello).

Para no ir mas lejos, Zenobia, reina de Palmira en el siglo III, fue aherrojada a un coche de ocho caballos, mientras decenas de trompetas aurelianas subrayaban a toda la ciudad, mediante una marcha coral, que habían sido derrotados y humillados.

Alex Ross, en el Ruido Eterno, regresa al tema: la música ha sido el paisaje inescapable en momentos político-históricos fundamentales, desde los asirios hasta nuestros días, aunque no siempre como telón acústico de fondo y siniestro. ¿La razón? Pues que las orejas no tienen párpados, hágase el esfuerzo que se haga, oprima los oídos con toda la fuerza que se quiera, la muchedumbre no podrá evitar escuchar lo que el acto político quiere que sepa.

La Biblia cuenta que las inexpugnables murallas de Jericó fueron derribadas a trompetazos; Ulises luchó contra un canto irresistible y el simple sargento Hitler, entre borracheras, conquistó a la alta sociedad alemana por sus conocimientos musicales. Ese arte es peligroso y crucial.

La semana pasada, Vladimir Putin, el ruso, lo volvió a subrayar con una maestría inusual: su mejor orquesta, su mejor director, sus mejores músicos (la orquesta de San Petersburgo), sus mejores composiciones se convirtieron en la más bella y poderosa herramienta para reafirmar la supremacía rusa en Siria, luego de un lustro de Guerra Civil.

El mensaje es múltiple: en el lugar escogido para la más delirante destrucción de magníficas ruinas, patrimonio de la humanidad; el lugar elegido emblema de los enloquecidos militantes de ISIS; el sitio de las humillaciones y decapitaciones más siniestras (por ejemplo la del heroico arqueólogo, responsable de la Dirección General de Antigüedades y Museos en Palmira, Khaled al Asaad); el más turístico de los parajes en Siria y un punto geográfico estratégico en la guerra que se libra contra los terroristas, allí mismo, Rusia se levanta con un mensaje civilizatorio y universal. A la mitad de una horrible guerra civil, la potencia del este es la única capaz de instalar y difundir un magnífico concierto repleto de los valores de Occidente, la cima de la música, de la estética, con un mensaje de unidad mundial allí mismo, donde antes se enseñoreaba la barbarie.

El repertorio llegó al clímax con un fragmento preliminar “Oración para Palmira”, compuesta especialmente para la ocasión pero incluyó a Bach, Prokofiev y Shchedrin. El encore, claro está, echo mano de los diez minutos terribles del Babi Yar (homenaje a los judíos en el holocausto) de Shostakovich. (http://www.rtve.es/noticias/20160505/teatro-romano-palmira-cambia-ejecuciones-del-estado-islamico-musica/1348679.shtml)

Antes de comenzar el concierto (histórico dónde los haya) Putin apareció en pantalla grande para dirigirse al auditorio reunido en el anfiteatro romano de Palmira, en Alepo: “Este concierto quiere ser un signo indeleble de esperanza y de reconocimiento a todos los que luchan contra el terrorismo”, y agregó, “Las armas están siendo calladas en Siria gracias a la tregua, pero no hay mejor manifestación para refrendar el compromiso ruso con la paz, que este concierto magnífico, en el corazón del antiguo conflicto y de la barbarie”.

Allí lo tienen: todos los mensajes posibles, emitidos por una potencia en problemas y en muchos sentidos, impresentable. Si alguien tenía dudas, Rusia manda en Siria.

Seguramente el concierto emite señales también al interior del propio país, cuya ciudadanía no comprende bien los recursos tan escasos, invertidos en una guerra larga y sangrienta como la de Siria. Pero es en vano taparse las orejas. Esta vez, la vena y el gusto por la gran música de los rusos (no sólo de Putin) ha puesto en escena una de las mejores puntadas geoestratégicas que sería mezquino no anotarlo.

Muchas gracias, maestro Guérguiev.