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El debate público

Que Hacienda se vuelva autónoma de… Banxico

Ricardo Becerra

La Crónica 

04/09/2016

Si creen que el daño auto infligido por la invitación a Trump es la peor iniciativa de “política económica” que nos sucederá este año (sí, por excéntrico que suene, así lo razonaron en el gobierno: Trump en Los Pinos “tranquilizaría a los mercados”); pues esperen al paquete económico México-2017, que con toda seguridad ganará el galardón a la ortodoxia más estrafalaria del planeta: un nuevo —cuarto recorte al gasto público en un año— que oscilará entre 150 mil o 300 mil millones de pesos (uno por ciento del PIB, en promedio).

¿Por qué ganaríamos ese título? No sólo porque Hacienda cree que invitando a un chiflado “tranquiliza” a los capitales, sino porque somos el único gobierno que renuncia, explícitamente, a toda medida anti-recesiva: Banco de México en mancuerna con Hacienda, propone la compresión como único camino para alcanzar la “estabilidad” macro. Pero veamos los datos.

Luego de 2009, “Todas las economías desarrolladas han dependido cada vez más de la política monetaria para acelerar, pero con la política fiscal actuando como freno”. Muy bien, esquizofrenia típica de Europa (bajas las tasas de interés a casi cero pero no utilizas el gasto público para animar el mercado).

Aquí, ni eso: Banxico sube las tasas de interés mientras Hacienda recorta y vuelve a recortar el gasto. ¿Lo ven? Todo es alineado para provocar una depresión. Ni Japón, ni Estados Unidos ni Alemania o Europa completa (salvo Grecia, obligada), se resignan o promueven tanto daño económico (D. Weldon, hace esa comparación, política monetaria vs. política de gasto byt.ly/2by3Pad).

El bajísimo crecimiento económico (que combinado con incremento de la población, se convierte en retroceso) nos dice que el del presidente Peña, es ya el peor de los últimos cuatro sexenios pues estamos por debajo del promedio de los predecesores: 2 por ciento si bien acabamos en 2016.

Pero como apuntaba Jonathan Heath (31 de agosto pasado, en Reforma) todos esos sexenios enfrentaron un shock o una crisis profunda: la gran hecatombe del tequila en 1995, con Zedillo; la recesión más larga de la historia (2001-2002) con Fox, y la crisis financiera mundial de 2008-2009 (Calderón). Este sexenio no ha tenido que afrontar nada parecido (recemos porque no ocurra) y a pesar de ello, en el presente no alcanzamos ni siquiera los modestos promedios (2.3%) de los 18 años anteriores. Pero que no nos llamen a engaño: no se trata de las “circunstancias adversas y externas”, sino de las decisiones tomadas aquí, alineadas por una ortodoxia fanática para propiciar la paralización económica. Vean sólo dos datos más.

La inversión física del gobierno, en lo que va del año, es 16 por ciento inferior al del año pasado en términos reales ¿cómo espera Hacienda más apetito privado, mejor logística, abaratamiento de costos, más productividad si lo que tenemos con penas alcanza para mantener las ruinas de infraestructura?

Y por supuesto, la caída en la producción petrolera de Pemex que se enfrenta a la peor crisis de su historia, con pocos ingresos, expuesta a una absurda competencia y aún así, financiando un cuarto del Estado nacional. Sólo la crisis petrolera explica el descenso del crecimiento, por uno por ciento del PIB.

Por si fuera poco se frena el sector industrial y se encarecen los productos importados dada la devaluación.

En todas partes del mundo, el banco central intenta algo, o el gobierno lanza un plan anticrisis… en México no. Aquí política monetaria y política de gasto se unen para comprimir la economía intencionalmente, buscando la clemencia de los mercados internacionales que de todas maneras degradan nuestra deuda y comienzan a salir del país discretamente.

¿Todo esto es una fatalidad? ¿No hay nada más qué hacer? Mucho. Pongo un ejemplo: puede proponerse un plan masivo de inversión pública en infraestructuras, un plan de Estado, conocido y discutido por especialistas, el Congreso y la sociedad, gestionado de modo especial y transparente, financiado con bonos en pesos a 10 o 20 años. Se puede, precisamente porque tenemos tipos próximos al cero por ciento. Y un correlato importante: hay que empezar a discutir que el gasto en inversión no deba computarse como déficit, pues ese gasto está preparando el crecimiento por venir; mientras se hacen esfuerzos serios para bajar el gasto corriente.

Pero para pensar así, necesitamos que Hacienda —vaya paradoja— lograra su autonomía del hoy todopoderoso, Banxico.

Estamos en un mundo embrollado y al revés: el Estado capturado por uno de sus órganos autónomos, renunciando a toda arma para impulsar el crecimiento. Por eso vamos peor que en los últimos 18 años.