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El debate público

¿Qué sigue a una depresión económica que no acaba nunca

Es cosa de armar el rompecabezas de noticias económicas relevantes, nada más en lo que va del mes.

Noticia uno: la inflación llega a mínimo en los últimos tres años, pero dentro de un periodo más largo caracterizado, precisamente, por bajas inflaciones. De hecho, éste es el lustro de más baja inflación en los últimos treinta años, un comportamiento general de precios por debajo del calculado por todos los analistas habidos y por haber: 0.17 por ciento, viniendo, además, de un ínfimo 0.05 por ciento de agosto.

Noticia dos: en julio de 2019, la inversión cayó 9.1 por ciento respecto a de julio 2018. Acumuló seis caídas anuales consecutivas, pero lo peor es que representa la disminución más profunda desde la crisis financiera de 2008-2009. Lo que quiere decir: se prepara el terreno para un crecimiento aún menor, porque se está invirtiendo menos y sus efectos son siempre, futuros.

Noticia tres: el FMI se suma a los agoreros del estancamiento y anticipa que, si bien nos va, creceremos (es un decir) 0.4 por ciento este año. Pero vean la secuencia: en el 2015, crecimos a una tasa de 3.3 por ciento (hoy nos parece una magnitud enorme); en 2016, ya moderamos a un 2.7 por ciento; 2.3 en 2017 y 2.0 en 2018. Fíjense bien: llevábamos cuatro años creciendo menos que el año anterior, para llegar a 0.5 por ciento en 2019 (según últimos pronósticos). Esto quiere decir que nuestro país va por un víacrucis de un lustro, decreciendo año tras año, en un síntoma inequívoco de lo que los sabios llaman estancamiento secular.

Noticia cuatro: dentro del Banco de México ya se va entendiendo la novedad y gravedad de la situación. Aunque la Junta de Gobierno disminuyó sólo en 25 puntos la tasa de interés, dos subgobernadores, Esquivel y Heath, querían disminuirla aún más, lo que constituye un cambio drástico de visión y de medicina en la política monetaria nacional. Por cierto, lo han hecho ya 37 bancos centrales en el mundo, porque se entiende que el problema no es ya la inflación sino su contrario: la deflación.

Las noticias del debilitamiento general de nuestra economía ya son legión y se acumulan en el consumo, el gasto público, la demanda agregada, pero no cansaré al lector con más números.

A estas alturas, la cosa debería ser bastante obvia: desde hace años vivimos en una economía muy deprimida y con poca inflación y en esas circunstancias dosis y medicamentos son necesarios, incluso, urgentes.

Por ejemplo, bajar las tasas de interés, aumentar el circulante, aumentar el gasto público en las cosas que realmente importen (infraestructura, por ejemplo). Esas medidas que desplegó sin complejos Bernanke en Estados Unidos y Draghi en Europa, en contra de las teorías económicas equivocadas, sus poderosos conservadores, austericidas y sus grandes intereses ciegos. Pero porque sí se atrevieron a tomarlas, ni E.U. ni Europa cayeron en depresión y menos, en la muy temida deflación.

Si nosotros no corregimos —y rápido— no tendremos esa suerte. Pues lo que no nos hemos atrevido a hacer y a modificar de nuestro sacrosanto modelo económico, es justo lo aconsejable después de una depresión económica en la que llevamos metidos mucho tiempo y que parece no acabar nunca.