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El debate público

Revueltas: el final

José Woldenberg

Reforma

21/03/2016

Hace 40 años, el 14 de abril, murió José Revueltas. Tenía 61 años. Estoy (casi) seguro que la última manifestación a la que acudió fue una en apoyo a la Tendencia Democrática del SUTERM el 15 de noviembre de 1975.

Un poco de historia: en octubre de 1971 un laudo de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje despojó de la titularidad de su contrato colectivo al STERM (Sindicato de Trabajadores Electricistas), encabezado por Rafael Galván, para entregársela al Sindicato Nacional Electricista que lideraba Francisco Pérez Ríos. Eso desató nutridas movilizaciones en muy distintas ciudades. En ese contexto, el presidente Echeverría propició una solución de compromiso: la creación de un sindicato unificado, el SUTERM, fruto de la fusión entre el STERM y el SNE. La Asamblea Constitutiva se llevó a cabo el 20 de noviembre de 1972. Pero las tensiones entre ambas corrientes continúan y en un Congreso adulterado realizado en marzo de 1975, se expulsa a los dirigentes de la corriente democrática. Siguen despidos injustificados y una política de acoso en contra de los disidentes. Por ello, los electricistas vuelven a las calles. El 5 de abril realizan una gran marcha en Guadalajara y en octubre deciden emplazar a huelga a la Comisión Federal de Electricidad por violaciones al contrato colectivo de trabajo. Una eventual huelga en el «circuito nervioso» de la sociedad no es «enchílame otra» y en ese marco se convoca a la marcha de noviembre en el DF. La concentración es a las 4:30 p.m. en el Monumento a la Revolución. Es sábado, llegan electricistas de toda la República, agrupaciones sindicales, campesinas y de colonos, y Revueltas se incorpora al grupo del Sindicato del Personal Académico de la UNAM. Llega acompañado de Enrique Sevilla y toma y ondea una de las banderas rojinegras del sindicato. Ahí se encuentra con algunos compañeros, amigos y sobre todo, admiradores lejanos, que lo contemplan con gusto, sorpresa y reverencia. Camina y platica un buen rato con el entonces joven Raúl Trejo Delarbre. A la marcha no se le permite llegar al Zócalo como estaba programado; la larga fila se despliega por Juárez, da la vuelta a la Alameda y vuelve al lugar de salida. La prensa calculó en 150 mil a los manifestantes. (Una foto de Revueltas en la marcha -de Renata von Hanffstengel- aparece en la publicación SPAUNAM Nº 16 de la segunda quincena de abril de 1976).

Es el mismo SPAUNAM el que organiza el día de su muerte un acto de homenaje de cuerpo presente en el auditorio de la Facultad de Filosofía y Letras. En esa sencilla despedida hablaron Luis González de Alba, Roberto Escudero, Eli de Gortari y Juan de la Cabada. Y estoy (casi) seguro que Domingo Buenaventura, personaje de la novela de Arturo Azuela, Manifestación de silencios (1979), se inspiró en ese acto para escribir: «…la tarde era gris y los estacionamientos de la Ciudad Universitaria estaban vacíos. Entre los edificios y las explanadas, entre los árboles y las avenidas, el aire iba rebotando…Poco a poco fueron llegando los vehículos y mucha gente empezó a conversar en voz baja por las escaleras y los corredores. Hablaban del escritor y sus últimas narraciones. Algunos insistían en su muerte precipitada en el hospital y en el desgaste lento de su cuerpo -un desgaste entre la disipación y los encarcelamientos, entre la incomprensión y las torturas…Después de las cinco el silencio iba creciendo, mientras el féretro avanzaba. Bajaron las escaleras centrales con lentitud, entre aquellas gradas donde aquel excarcelado -el creador, el polemista, el solitario- había hablado tantas veces, donde había discutido sin cansancio, donde una y otra vez (se) escuchó su voz firme golpeando la mesa con el puño… Acomodaron el féretro en el centro, casi al pie del corredor central; se sucedieron las palabras sin concesiones y los silencios elocuentes…Comenzaron las guardias de viejos rebeldes, de refugiados de varios países y de compañeros de crujía. Se confundían tiempos y raíces, como si de pronto regresaran las miradas agresivas y los gritos en las manifestaciones…Unos minutos más tarde, después de la última guardia, a medida que subían el féretro por las escaleras centrales, todos se pusieron de pie y empezaron a aplaudir. Los aplausos también tenían ecos de muchos tiempos…duraron más que todos los silencios y las palabras. Cuando el féretro llegó al corredor de la salida, la tarde era todavía más gris, como si para muchos se hubiese quedado suspendida una parte esencial del pasado…».